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Renjun se dijo a sí mismo que se dio cuenta en el momento que se habían ido.

Porque la semana había transcurrido con una tensión insoportable. Jaemin se comportó de un modo frío y distante, sin preocuparse de ocultar su enfado con Renjun, así que, todos suspiraron aliviados cuando se marchó a Manchester por un par de días.

Pero no se trataba sólo de eso. Era Semana Santa y los niños estaban de vacaciones, así que pasaban todo el día en casa. Su excitación ante el inminente cambio de casa no ayudaba a que Renjun estuviera tranquilo. Muchas veces se entrometían en su trabajo y el no tenía la paciencia suficiente. Acabó por darles algunos regaños que no merecían.

Estaba cansado de guardar cosas en cajas cuando oyó el teléfono. Profirió un juramento y se dirigió a contestarlo, pero dejó de sonar.
Volvió a su tarea sin dejar de maldecir.

Todavía estaba jurando entre dientes, cuando los mellizos entraron en la habitación.

— Era papá —dijo Ryo con el semblante muy serio.

No había olvidado la bronca que le echó Renjun por tirar su zumo de naranja sobre el suelo de la cocina. Para Ryo había sido una injusticia, porque lo había tirado cuando lo tomó para Sakuya de modo que su intención había sido ayudar a su papi, pero Renjun vio el pequeño accidente y perdió los nervios.

—Ha dicho que te diga que está volviendo de Manchester —dijo el pequeño con frialdad— Y que primero irá a la oficina, así que llegará tarde.

«Al cuerno con él», pensó Renjun. Que se quedara en su oficina mientras el se encargaba de la mudanza. «¿Haciendo el papel de mártir, Renjun?», oyó que le decía la voz de Jaemin en el interior de su cabeza.

—Le dije que viniera a jugar con nosotros —intervino Yerin.

—Y supongo que él colgó enseguida, muerto de miedo —dijo Renjun con sarcasmo.

Los mellizos no fueron ajenos a la crudeza de aquella expresión. Yerin se puso roja de ira.

—¡No, no dijo eso! —exclamó— ¡Dijo que prefería jugar con nosotros a trabajar! ¡Y tú no eres un buen papá!

Renjun vio que a Yerin se le llenaban los ojos de lágrimas antes de salir corriendo de la habitación y bajar las escaleras como un rayo seguida de Ryo.

Suspirando, apoyó una mano sobre su vientre hinchado y la otra en la frente. Reconociendo que, probablemente, merecía las palabras de Yerin, se dirigió al piso de abajo. Los mellizos lo ignoraron, fingiendo estar concentrados en la televisión.
Levantó a Sakuya del suelo, donde había estado jugando alegremente con su juego de construcción y miró a Yerin y a Ryo, con la esperanza de que le devolvieran la mirada para poder decirles que lo sentía. Pero pensó que, tal vez, aquello aumentaría su irritación y salió del salón con el pequeño.

Una hora más tarde estaba a punto de volverse loco.

Los buscó por todas partes, pero los mellizos habían desaparecido de la faz de la Tierra. Fue en coche hasta el parque, pensando que podrían estar en los columpios. Fue a la casa de la madre de Jaemin, sabiendo que SunHee estaba fuera visitando a unos amigos, pero pensando que los mellizos no lo sabrían y que habrían podido dirigirse allí. Inspeccionó la casa de arriba abajo por dos veces, buscó en el jardín, y llegó a llamar a la nueva casa pensando que podrían haber ido hasta allí de alguna manera. Pero no había sido así.

Se disponía a llamar a la policía cuando sonó el teléfono.
Contestó al instante. Estaba temblando de tal manera que le costaba apoyar el auricular en la oreja.

—¿Señor Na?

—Sí —respondió con un susurro.

—Señor Na, soy la secretaria de su marido...

Le dio un vuelco el corazón. —¿Está Jaemin ahí? —preguntó.

—No, todavía no ha llegado —respondió la mujer— Pero sus hijos acaban de aparecer preguntando por él y he pensado que ... —

—¿Están ahí?

—Sí —dijo la secretaria amablemente, dándose cuenta de la preocupación de Renjun—. Sí, están aquí.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Renjun, tapándose la boca con la mano, conteniendo un torrente de lágrimas— ¿Están bien?

—Sí, están bien.

Renjun se sentó en la escalera, invadido por una sensación de alivio. Pero se puso en pie casi al instante. —¿Puede decirles que se queden ahí, por favor?—dijo casi en un susurro— Voy enseguida, voy enseguida...

Colgó el teléfono, profirió una pequeña risa nervioso y se apresuró a preparar a Sakuya.

Renjun llegó al edificio de Na's Holdings justo cuando finalizaba la hora de descanso para comer.
El moderno vestíbulo estaba repleto de gente que volvía a sus respectivas oficinas.

Tenía las mejillas sonrosadas por el sofoco de la prisa y, en su expresión, se veía que había sufrido un gran disgusto. Iba vestido con un pantalón blanco ajustado, que se ponía para estar en casa, y con una camisa vieja de Jaemin.

Se detuvo en la entrada y miró con asombro a su alrededor.
No podía ver a los niños. Sintió una punzada en el corazón y avanzó hacia el mostrador de recepción que había al otro lado del amplio vestíbulo, donde una chica coqueteaba con un joven que estaba apoyado en su mesa.

—Perdóneme —dijo Renjun sin aliento— Soy Huang Renjun. Mis hijos. Yo...

—¡Señor Na! —exclamó la chica, poniéndose en pie y observando a Renjun como si no pudiera creer lo que veía. Renjun no la culpaba, sabía que su aspecto era horrible. Pero no le importaba, lo único que quería era ver a Yerin y a Ryo, necesitaba verlos.

—Mis hijos —repitió— ¿Dónde están? —preguntó sin darse cuenta de que la exclamación de la recepcionista se había oído en todo el vestíbulo y todo el mundo lo estaba mirando.

— Su esposo, el señor ha llegado hace diez minutos —le dijo la chica— Los ha llevado a su despacho y ha dicho que usted...

—La acompañaré a su despacho, si quiere —dijo el Joven.

Renjun lo miró distraídamente y asintió.

—Gracias —susurró y lo siguió a los ascensores, demasiado turbado para darse cuenta de las miradas curiosas.

El ascensor los llevó muchos pisos más arriba y los dejó en una planta cuyo suelo estaba cubierto por una gruesa moqueta gris que amortiguaba el sonido de sus pasos. Se acercaron a un par de puertas de color gris mate.

Renjun aminoró el paso, sintiéndose extraño, débil.

El joven golpeó la puerta con los nudillos, esperó unos instantes y abrió. Luego se apartó para dejar paso a Renjun.

Renjun se detuvo en el umbral y miró a Jaemin con cautela. Estaba apoyado en una gran mesa de despacho, con los brazos cruzados. Los niños estaban sentados, muy juntos, en un gran sofá de cuero.
Se le llenaron los ojos de lágrimas. Dejó a Sakuya en el suelo, tragó saliva y exclamó:

—¡Mis niños, Ryo, Yerin! —Y se desmayó al instante.

 [ M. F ]      -     Renmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora