Capítulo 12

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A medida que la noche avanza, el cansancio empieza a ganar terreno, luego de ver un par de peliculas y cenar, decidimos pasar la noche juntos. Nos levantamos del sofá y, sin necesidad de palabras, nos dirigimos juntos hacia la habitación.

Carlos apaga la luz principal y enciende una lámpara de noche que baña la habitación con una suave luz cálida. Nos metemos en la cama, él se acomoda de lado, mirándome con esos ojos que parecen ver más allá de mi superficie, alcanzando mi esencia.

—¿Sabes? —dice en un susurro, acariciando mi brazo—, nunca pensé que me encontraría con alguien como tú aquí, en este momento de mi vida. Es como si todo lo que he vivido me hubiera llevado a este preciso instante.

—Yo tampoco lo esperaba. Recuerdo lo sola que me sentia viviendo rn un pais que no es el mio. Es increíble cómo personas que acabas de conocer pueden marcar tanto tu vida en tan poco tiempo.

Carlos sonríe, luego se inclina para darme un suave beso en los labios. Nos acomodamos uno junto al otro, su brazo rodeando mi cintura, mi cabeza descansando en su pecho. El sonido de su respiración lenta y regular me calma, y poco a poco, el sueño me domina.

La mañana llega demasiado pronto. La luz del sol se filtra a través de las cortinas, despertándome. Carlos sigue durmiendo, su rostro relajado en la tranquilidad del sueño. Me levanto con cuidado, intentando no despertarlo, y me dirijo a la cocina. Decido preparar un desayuno especial para nosotros.

Mientras revuelvo los ingredientes para unos pancakes, no puedo evitar pensar en la montaña rusa emocional que han sido estos últimos días. La tristeza de las despedidas sigue presente, pero también hay una nueva chispa de esperanza, de emoción por lo que viene. Carlos y yo hemos encontrado algo valioso, algo que ninguno de los dos quiere perder.

El olor a pancakes y café recién hecho llena la cocina, y pronto escucho los pasos de Carlos acercándose. Aparece en la puerta, despeinado y aún con la marca de la almohada en la mejilla, pero con una sonrisa que ilumina toda la habitación.

—Buenos días, chef —dice, acercándose para darme un beso en la mejilla. —Esto huele increíble.

—Buenos días —respondo, devolviéndole la sonrisa. —Pensé que un buen desayuno nos vendría bien después de todo lo que pasó ayer.

Nos sentamos a la mesa, disfrutando del desayuno y de la compañía mutua. Hablamos de cosas cotidianas, de planes para el día y de anécdotas de los últimos días.

Al terminar, nos quedamos un momento en silencio, simplemente disfrutando del momento. Carlos toma mi mano y la aprieta suavemente.

—Sabes, no sé qué nos depara —dice, mirándome a los ojos—, pero estoy dispuesto a descubrirlo contigo. Quiero estar a tu lado en cada paso del camino.

Mi corazón se llena de alegría al escuchar sus palabras. Asiento, sin poder contener la sonrisa.

—Yo también quiero eso, Carlos. Juntos.

Nos quedamos así, en la cocina, con la promesa de un futuro lleno de posibilidades y la certeza de que, pase lo que pase, siempre nos tendremos el uno al otro. No era necesario oficializar la relación para comenzar a demostrar todo lo que haríamos  el uno por el otro.

Después de nuestro desayuno, Carlos y yo decidimos aprovechar el día para realizar un viaje que había estado posponiendo: entregarle su auto a su madre. Ella vivía a unas pocas horas de distancia en un pequeño pueblo fuera de la ciudad.

—¿Estás lista para un pequeño viaje? —pregunta Carlos mientras recoge las llaves del auto de la mesa.

—Totalmente. Será bueno salir un poco de la ciudad —respondo con entusiasmo, sintiendo la emoción de la aventura burbujeando en mi interior.

El Efecto BelcastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora