Capitulo 14

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La semana transcurrió rápidamente, y el anhelo por Carlos crecía cada día. Había planeado una escapada romántica para el fin de semana, una sorpresa que organizó meticulosamente.

Llegó el viernes por la tarde, y Carlos pasó a recogerme. Me llevó a un pequeño hotel en la costa, un lugar rodeado de naturaleza. La vista del bosque desde nuestra habitación era simplemente espectacular.

Después de instalarnos, fuimos a caminar por un camino que rodeaba un extenso lago. El sonido de los animales y la brisa creaban un ambiente perfecto. Nos detuvimos en una pequeña cabaña, alejada del hotel, donde Carlos había preparado una cena privada. Velas encendidas, una mesa con manteles blancos y flores frescas completaban el escenario.

—Esto es hermoso —dije, maravillada.

—No tan hermoso como tú —respondió Carlos, tomando mi mano.

La cena fue deliciosa, y nuestra conversación fluyó naturalmente. La conexión entre nosotros se sentía más fuerte que nunca.

Después de la cena, mientras regresábamos al hotel, nos acercamos al lago. La luna llena iluminaba la noche, creando un paisaje mágico. Se detuvo, me miró a los ojos y tomó una respiración profunda.

—Quiero pasar el resto de mi vida contigo —dijo, sacando una pequeña caja de su bolsillo.

Abrí la boca, sorprendida. Dentro de la caja había un anillo hermoso, simple pero elegante.

—¿Quieres ser mi novia? —preguntó, su voz temblando ligeramente.

Las lágrimas llenaron mis ojos mientras asentía con la cabeza.

—Sí, por supuesto que si.

Nos abrazamos, nuestras emociones desbordándose. En ese momento, supe que no importaba lo que el futuro nos deparara, mientras estuviéramos juntos.

Después de aceptar la propuesta de Carlos, la emoción y la adrenalina nos llenaron de energía. Decidimos explorar más allá del lago y volver a adentrarnos en un sendero que subía por los acantilados cercanos. Carlos llevaba una mochila con suministros básicos y una linterna.

—He oído que hay una cueva secreta por aquí —dijo Carlos con una sonrisa traviesa—. ¿Te gustaría buscarla?

—¡Claro! —respondí, intrigada y emocionada por la aventura.

Caminamos durante unos veinte minutos, la linterna de Carlos iluminando el camino rocoso y cubierto de vegetación. De repente, escuchamos un ruido inusual, como el murmullo de agua.

—Debe estar cerca —dijo Carlos, apretando mi mano.

Encontramos la entrada de la cueva, parcialmente oculta por enredaderas. Entramos con cautela, nuestras pisadas resonando en el interior. La cueva era amplia, con pequeñas piedras que brillaban bajo la luz de la linterna.

—Esto es increíble —susurré, maravillada por la belleza natural del lugar.

Avanzamos más adentro y descubrimos un pequeño lago subterráneo. El agua cristalina reflejaba las formaciones rocosas, creando un paisaje de ensueño.

—¿Te atreves a nadar? —preguntó Carlos, sacándose la camiseta.

Nos desvestimos y nos sumergimos en el agua fría, riendo y chapoteando. La sensación de libertad y aventura era indescriptible. Después de un rato, salimos y nos medio secamos.

Dentro de la cueva, el ambiente cambió cuando nuestras risas se desvanecieron en la oscuridad. La luz de la linterna creaba un ambiente más privado, intensificando la sensación de intimidad.

Carlos me tomó en sus brazos, su cuerpo húmedo y cálido contra el mío. Nos besamos apasionadamente, la humedad y el frescor de la cueva haciendo que nuestros sentidos se agudizaran. Sus manos comenzaron a explorar mi cuerpo, recorriendo cada curva con una delicadeza que me hizo estremecer. Respondí con la misma intensidad, mis dedos trazando líneas en su piel.

Nos movimos hacia una formación rocosa plana, donde Carlos me levantó suavemente, apoyándome contra la superficie fría. El contraste entre la frialdad de la roca y el calor de nuestros cuerpos intensificó cada sensación. Sentí su respiración acelerada en mi cuello mientras sus manos deslizaban hacia abajo, creando un camino de fuego sobre mi piel.

—Te deseo tanto —murmuró, su voz ronca de deseo.

—Y yo a ti —respondí, mi voz apenas un susurro.

Nuestros cuerpos se unieron con urgencia, moviéndose al unísono en un ritmo que era tan natural como el sonido del agua goteando en la cueva. La mezcla de la pasión y la adrenalina de estar en un lugar tan remoto y privado hizo que cada caricia, cada beso, fuera aún más intenso.

El clímax llegó con una fuerza arrolladora, envolviéndonos en una ola de placer que parecía resonar en las paredes de la cueva. Nos quedamos allí, abrazados, respirando con dificultad mientras la paz y la satisfacción nos envolvían.

Nos vestimos en silencio, intercambiando miradas llenas de promesas y sonrisas cómplices. Sabíamos que este momento en la cueva sería uno de esos recuerdos que atesoraríamos para siempre.

Salimos de la cueva justo a tiempo para ver el atardecer desde un claro. El cielo se teñía de colores cálidos, y el sol emergía del horizonte. Nos abrazamos, sintiendo cada cálido rayo de sol en nuestros cuerpos.

La calma del momento fue interrumpida por el sonido de nuestros teléfonos vibrando en nuestras mochilas. Sacamos los dispositivos y vimos mensajes de un conocido de Belcast, invitándonos a una fiesta a la orilla del lago, con fogata incluida.

—¿Te apetece una última aventura para cerrar el día? —preguntó Carlos, con una sonrisa traviesa.

Nos dirigimos al lugar, donde habían encendido una fogata y colocaban antorchas alrededor de la zona. La música y las risas llenaban el aire mientras nos uníamos al grupo. La noche avanzó entre conversaciones animadas y bailes espontáneos bajo las estrellas.

En un momento, Carlos y yo nos apartamos un poco del grupo para tener un momento a solas.

—Este ha sido un día perfecto —dije, apoyando mi cabeza en su hombro.

—Y lo mejor está por venir —respondió Carlos, besándome suavemente.

La noche continuó con más risas, historias compartidas y la sensación de que estábamos en el lugar y momento perfectos. Finalmente, nos despedimos de nuestros nuevos amigos y regresamos al hotel, agotados pero felices.

El Efecto BelcastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora