La vida en México, más concretamente en Monterrey, suele ser muy ajetreada y agotadora si no estás acostumbrada. Llevo aquí dos meses y aún no puedo acoplarme al caminar rápido de las personas, sus insultos cuando me cruzo en sus caminos, o que no se expresarme con suficiente claridad para que me entiendan. El único lugar donde puedo estar calmada y sentirme tranquila es en el tan conocido gimnasio, allí paso dos horas diarias —aveces un poco más— desahogando mis sentimientos destructores, en máquinas de fierros que me hacen más fuertes.
Apenas me libero del trabajo, tomo mis cosas del casillero y luego de despedirme de mis compañeros, me dirijo a mi lugar feliz. Camino como forma de precalentamiento, y luego de unas cuantas cuadras logro visualizar el enorme edificio. En la entrada siempre me recibe Magui quien al verme sonríe.
—Creí que no vendrías hoy —me da un pequeño abrazo por sobre el mostrador.
—Sé me hizo tarde en el trabajo —bufo, demostrando mi molestia —. Como soy nueva, me tienen haciendo de todo
—Buenas Tardes —una voz gruesa a mis espaldas me hace girar en mi lugar.
Un chico, de más de veinte años, con el cabello ruloso,y tatuajes decorando unos enormes y llamativos músculos, estaba parado frente a mí. Demasiado serio, al punto de intimidarme con tan solo su presencia. Me hago un lado para que tenga acceso a Magui, quien lo observa con total naturalidad, como si ya estuviera acostumbrada a su presencia.
—¡Belcast! ¿Qué tal? —el chico le regala una media sonrisa para luego sacar de su bolso un pote de color negro y extenderlo sobre la mesa —. ¿Daddy no viene hoy? —pregunta extrañada.
—Está de viaje, creí que te lo había dicho —ella niega, un tanto decepcionada —. De igual forma te envió el pago de la apuesta —golpea con dos dedos el pote, que ahora podía ver que se trataba del pre–entreno.
—Gracias —murmura, mientras lo coloca debajo del mostrador. Belcast no dirige su mirada hacia mi en ningún momento, de hecho parecía evitarla.
Sin más nada que decir sigue su camino hacia los vestidores. Magui toma su celular y luego de teclear unos minutos y recibir una respuesta de inmediato, deja su celular con fuerza sobre la mesa detrás de ella.
—¿Todo bien? —pregunto distraía. Realmente no me interesaba, pero es la chica con la que más he tratado en los últimos dos meses, no me podía dar el lujo de perderla.
—Relamente no. Joshua es amigo del chico que acaba de irse. Estoy interesada en él, pero él no parece estar interesado en mi. —frunce el ceño viendo a un lugar fijo.
—Tal vez es una señal para que lo dejes ir —propongo, sin saber que decir. Ella se encoje de hombros no muy convencida —. Debo irme ¿Nos vemos a la salida?
—Aquí estaré —me sonríe.
Dejo mi mochila en el casillero y me siento en una máquina mientras preparo mi pre–entreno, para comenzar con mis dos horas de felicidad. Al terminar voy nuevamente por mis pertenencias y me dirijo hacia el mostrador, donde esperaba que estuviese Magui.
Caminaba con tal concentración en el teléfono que no noté a la persona frente a mí, hasta el momento en elque choqué con su cuerpo. Roja como un tomate elevo mi vista para encontrarme con el chico de hace un par de horas atrás, viéndome con seriedad, la misma de antes.
—Lo siento —susurro apenada.
—¿Qué te tiene tan distraída como para chocar con tremendo poste? —un chico castaño llama mi atención a mi derecha. Era de complexión un poco menor a la del chico frente a mí, pero aún así se veía enorme. Su acento me resultó argentino, sorprendiéndome.
—Iba tan concentrada en mi celular que no lo vi. De verdad lo siento —vuelvo a disculparme.
—Dejalo, seguro que a Belcast no le moleste que una chica tan bonita choque con él —otro chico, el doble de enorme que los dos anteriores, trata de calmarme desde la izquierda. Parecía español, por su acento.
—Todo está bien —el chico frente a mí, intenta lograr serenidad en su voz para indicarme que no debía preocuparme —. Pero la próxima ten más cuidado.
—¡Dejalo! es un poquito amargo —el castaño se acerca a mí burlándose de su amigo —. Mi nombre es Tomas ¿sos de Argentina?
—Uruguay —aclaro —, y mi nombre es T/n
—¡Mira! No me lo esperaba. Yo si soy argentino —asiento, confirmando mi suposición —. Por cierto, a él podes llamarlo Andoni —golpea la espalda del más corpulento, quien me sonríe en respuesta —, y a él podes llamarlo, Belcast, padrino o tu marido, como más te guste. —vuelvo a asentir, repitiendo sus nonbre en mi mente, para no olvidarlos —. ¿Ya te ibas?
—Si, pero primero hablaré con Magui.
—Nos vemos por acá, espero —aunque estoy acostumbrada a saludar con un beso, me toma por sobre la despedida de Tomas quien deja un beso en mi mejilla antes de irse. Abdoni solo se despide con un saludo de lejos y se va detrás de sí amigo. A excepción de Belcast, quien les dice un par de palabras y se dirige al mostrador.
Lo sigo por detrás, y al llegar Magui no se encontraba en su puesto. Belcast suspira con desepción. Decidido a esperar se recuesta sobre el mostrador mirando hacia la pared frente a él.
—¿Entrenas hace mucho tiempo? —pregunto para romper el hielo, aunque esperaba que no me ignorara y así no quedar como una estúpida.
—Diez años —gira su mirada hacia mi por unos segundo —¿Tú?
—Solo llevo un año —respondo apenada por lo poco que llevaba, pero el parece sorprendido.
—Tienes bastante avance como para llevar tan solo un año.
—¿De verdad? Es difícil creerlo cuando lo dices tú, que realmente se te notan los diez años —halago
—De verdad —asiente en respuesta, regresando al silencio. Tal vez fue demasiado pronto para halagarlo de esa forma, me sentí demasiado intensa.
—¿De qué conoces a...?
—¿Sabes por qué Magui no...?—Ambos hablamos a la misma vez, sin terminar por completo ninguna de las oraciones —. Pregunta tú primero
—Solo iba a preguntar de que conocías a los chicos que venían contigo.
—Nos conocimos por las redes sociales y porqué tenemos amigos en común. Están aquí para hacer una colaboración —responde con simplesa y yo asiento sin saber que decir—. Y bien ¿Sabes porque Magui no está aquí?
—No, pero podría llamarla —asiente, y tono mi celular para marcarle, hablamos por un par de minutos y apenas acabamos, informo: —Está en el baño, una de las chicas se desmalló y está esperando que llegue la ambulancia, no puede dejarla sola. Me pidió que esperara a los médicos aquí para guiarlos.
—Que mal, hacía mucho no sucedia —niega —, en fin, me iré. Nos vemos pronto.
Sin más que decir se dirige a la puerta y lo pierdo entre las personas que entran y salen del gimnasio. El chico me había dejado una extraña sensación de nerviosismo en mi sistema, casi asemejandose a la ansiedad. No lo entendía, pero su presencia, su voz gruesa y sería me generaban escalofríos, y el hecho de que los minis lapsos de tiempo en los que me miraba, me aceleraba el corazón de una forma inexplicable.
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El Efecto Belcast
FanfictionT/n se muda a México en busca de nuevas oportunidades y experiencias. Su entretenimiento favorito es el gimnasio; y es en aquel lugar donde conocerá a Carlos Belcast, un joven abocado al mundo fitness, que logrará hacerla experimentar el "Efecto Bel...