Capítulo 16

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Finalmente estabamos en casa, bueno en casa de Carlos, ya que me pidió por favor que durmiera con él esa noche.

Me levanto un poco cansada, la noche anterior sentí mucha fiebre y pasé gran parte de la madrugada rogando que la medicación hiciera efecto para poder seguir descansando. Me sentía mareada y con el cuerpo entumecido, no podía explicar la sensación de estar resfriada. Tal vez no fue buena idea estar casi toda la noche fuera y medio desabrigada.

Carlos no estaba en la casa, seguro se levantó temprano para ir al gimnasio, lugar que yo no pisaría en varios días por precaución. Además de cansada, me sentía anímicamente mal, no poder salir de la casa me estresaba, estar todo el día acostada sin energía me ponía de mal humor al igual que tener toda la casa como un desastre.

Aprovecho que no tengo tanta fiebre ya que hacía unos minutos la medicación hizo efecto, para acomodar el cuarto. Si bien no vivía aquí, había muchas de mis cosas. Empiezo abriendo las cortinas y un poco la ventana para cambiar el aire, luego cambio las sábanas y junto algunas prendas de Carlos que estaban tiradas en diferentes muebles, y en el típico sillón o silla de la habitación que solo sirve para amontonar ropa. Barro la habitación, y después de reunir toda la ropa sucia de Carlos y mía, me dirijo al cuarto de lavado para encender la lavadora.

Para ese entonces, ya había pasado una hora y mi cuerpo se sentía cansado, con hormigueos en los pies y mareos. Pensé en llamar a urgencia móvil, pero preferí acostarme un momento en el sillón de la sala. Mis ojos se fueron cerrando de a poco hasta que me dormí. Desperté por la voz de Carlos, quien acababa de llegar.

—Buenos días —saluda alegremente hasta que se acerca a mí y nota que me acabo de despertar—, ¿estabas durmiendo?

—Me quedé dormida sin querer —se ríe y emprende camino hacia la habitación.

—Voy a ducharme, ¿hacemos desayuno post entreno? —asiento en respuesta y él desaparece en la habitación.

Me levanto para empezar a hacer el desayuno post entreno que consiste en un batido proteico con frutas, mientras espero que él regrese para que me ayude a terminarlo, pero tarda una eternidad y termino todo sola. Algunos minutos después regresa ya duchado y con su delicioso aroma al que no logro acostumbrarme y causa palpitaciones rápidas.

—Se ve delicioso —se acerca a mí y me abraza, dejando un beso en la frente, luego en la nariz y por último en la mejilla. Sentir la calidez de su cuerpo me relaja y me hace sentir un poco mejor.

Nos quedamos en la cocina un rato más, disfrutando del batido y de la compañía del otro. Carlos me miraba con ternura, y yo sentía que, a pesar de la fiebre y el malestar, todo valía la pena solo por estar con él.

Mientras nos terminábamos el desayuno, sentí una ola de mareo. Me agarré al borde de la mesa, tratando de estabilizarme.

—¿Estás bien? —preguntó Carlos, preocupado.

—Solo un poco mareada —respondí—. Creo que necesito descansar un poco más.

Carlos me ayudó a llegar al sofá y me tapó con una manta.

—Quiero que te recuperes pronto —dijo, acariciando mi cabello—. Voy a quedarme aquí contigo hoy.

Sentí un nudo en la garganta por su preocupación y amor. Nos quedamos juntos en el sofá, y a pesar de todo, me sentí agradecida por tener a alguien como Carlos a mi lado.

Nos quedamos juntos en el sofá, y a pesar de todo, me sentí agradecida por tener a alguien como Carlos a mi lado. Sin embargo, la tranquilidad no duró mucho. Mientras descansaba, observé el desorden que Carlos había dejado en la casa. Los zapatos estaban tirados por todas partes, su ropa ensuciaba el suelo, y la cocina estaba llena de platos sucios. Mi paciencia, ya desgastada por la fiebre, comenzó a desmoronarse.

El Efecto BelcastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora