Capítulo 11

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Las despedidas son los momentos más difíciles y doloroso, y más cuando aún te preguntas ¿como es posible que en un par de semanas cuatro chicos se volviesen tan importantes en mi día a día? Es verdad que algunos eran más cercanos, pero cada uno me enseño algo diferente.

En el caso de Joshua, me enseñó a escuchar. En su silencio demostró lo importante que es atender a tu alrededor, siempre sin olvidarte de ti mismo. También es verdad que fue un completo idiota con mi amiga, pero ambos supieron sobrellevarlo y aunque no fueron comunicativos, tampoco fue la peor experiencia.

De Andoni, aprendí a buscar lo bueno a cada situación, y lo divertido también. Es prácticamente imposible que una persona se mantenga alegre y positivo todo el tiempo, pero con él se hizo realidad. Su hermosa energía supo transmitirme paz, e incluso me atrajo hacia él como una abeja buscando miel.

De Tomás, aprendí sobre el cariño, y darle importancia a los pequeños detalles, porque suelen pasarse por alto, pero terminan siendo los más lindos de recordar. Su simpatía fue la que me permitió sentir seguridad y calidez. Podría comprarlo con Andoni, pero cada uno tiene su esencia encantadora, omposible de comparar.

Por último, de Carlos, aprendí sobre la amistad, y que realmente cuando quieres a una persona a tu lado, el orgullo no existe. Su calma, su racionalidad y respeto, y muchas cosas más que podría destacar de él. Aunque si les soy sincera, es a quien más quiero seguir conociendo.

El complemento de estos cuatro chicos, logró cambiar mi visión de México, y mi vida aquí. Es como si hubieran sido enviado para prepararme para tener una vida feliz aquí, y eso es justo lo que necesitaba.

Nos encontrábamos en el aeropuerto, con un par de minutos de diferencia, los vuelos de los chicos habían coincidido.

Tomás me tenia abrazada desde la espalda, mientras platicaba con los demás. Podía sentir el palpitar de su corazón desbocado, seguramente nervioso y triste por la despedida. Sus brazos rodeaban mi cintura, mientras que por la diferencia de altura, afirmaba el mentón en mi cabeza cada vez que dejaba de hablar. No puedo explicar la calidad de su abrazo. Lo extrañaría mucho.

—Bueno, ya es hora... —se suelta de mi lentamente. Inmediatamente los ojos se me llenan de lagrimas sin poder evitar extrañarlo, aunque no se haya ido aún.

Se da largos abrazos con sus amigos, mientras se regalan algunas palabras de aliento y despedida, prometiendo volver a encontrarse muy pronto. Cuando llegó frente a mi, me abrazó, y yo con toda la fuerza posible se lo devolvi, intentando demostrar todo en ese simple gesto.

—Gracias —susurro en su oído, mientras intento no llorar —, de verdad, gracias

Se separa de mí y deposita un beso en mi frente, regalándome la sonrisa más sincera que pudo haberme dado. Con gesto de melancolía toma su maleta y mochila, comenzando a avanzar hacia la puerta de embarque.

Estaba segura de que mis ojos estaban rojos, pero no me importaba. De inmediato sentí los brazos de Andoni rodeándome, y eso me recordó que él era el siguiente. Se sentía una pesadilla, alejarme de los dos el mismo día.

—Te quiero, preciosa —besa la punta de mi nariz, mientras seca algunas lágrimas que lograron escaparse —. Nos veremos pronto ¿si?. Lo prometo

Nuevamente me abraza, acolchandome en sus fuertes y enormes brazos. Me sentía una niña pequeña a su lado, y eso me gustaba porque era como un pedacito de mi hogar. Luego se despide de Carlos, y al igual que Tomás, se dirige a la puerta de embarque.

Sin esperar que se acerque a mi, me avalancho hacia Carlos, abrazando su torso con intensidad, comenzando a llorar como una niña. Él sin dudarlo me envuelve en sus brazos, cargandome y llevándome en brazos hasta su auto. Estaba exhausta y triste, tanto que durante el viaje de vuelta me quedé dormida en el asiento de copiloto, cubierta con un abrigo de Carlos. Su aroma entrando por mis fosas nasales, funcionó como un sedante.

Al despertarme estaba en una habitación totalmente a oscuras. No llevaba mi abrigo y tampoco los zapatos. Su aroma impregnando en las sábanas me elevaban la serotonina al cien, no podía creer donde estaba.

Me levanto de la cama, con lentitud y cuidado me dirijo a la puerta, la cual encontré gracia a la tenue luz que se veía por debajo. Camino por el pasillo que me lleva a la sala, donde Carlos se encontraba relajado viendo un video de él, supongo que lo hacía antes de subirlo, para verificar que todo estuviese en orden.

—Creí que dormirías hasta mañana —se dirige hacia mi con un tono delicado —, me preocupe más cuando vi que babeabas mi sábanas —bromea, o eso esperaba.

—¿Qué hora es? —pregunto totalmente desnorteada, sin siquiera saber dónde estaba mi teléfono.

—Pasadas las cuatro —vuelve su mirada al portátil, cambiando de pestaña —. ¿Cómo estás? —pregunta con tono preocupado

—Estaré bien — me siento a su lado, regalándole una sonrisa cuando me mira.

Pero no parecía muy convencido, se notaba su preocupación. Dejó el portátil en la mesa de centro y me atrajo hacia él, acostándome en su regazo, dejando mi cara contra su pecho. Agradecía que no lo habláramos, solo con sus abrazos era más que suficiente para mi.

—Me encanta sentir en ti la mezcla de tu perfume con el mio —roza la punta de nuestras narices.

El momento se torna intenso, en buena manera. Como si nos encontraramos en una habitación sin paredes, techo ni pisos; solo nosotros, siendo el centro de todo.

—Tú me gustas —finaliza, antes de estampar nuestro labios en un beso suave y lleno de paz.

Nuestras respiraciones se sincronizan mientras el mundo se desvanece a nuestro alrededor, dejando solo la sensación de su piel contra la mía y el ritmo de nuestros corazones latiendo al unísono.

Nos separamos lentamente, nuestras miradas se encuentran y en sus ojos veo reflejado todo lo que he estado buscando. La complicidad, el cariño y una chispa de deseo que promete aventuras por descubrir. Lo mejor de todo esto, es saber que es mutuo. Que ambos estamos sintiendo lo mismo.

—Quiero que este momento dure para siempre —susurra, acariciando mi mejilla con ternura. —No puedo, ni quiero, alejarme de ti.

Sus palabras resuenan en mi mente, creando un eco que parece llenar todos los rincones de mi ser. Sonrío y lo abrazo, sintiendo la calidez de su cuerpo contra el mío, como si estuviéramos hechos para encajar de esta manera. El tiempo se detiene y, por un instante, no hay preocupaciones, no hay miedos, solo la certeza de que, pase lo que pase, tenemos esto.

La certeza de que nos tenemos.

El Efecto BelcastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora