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Estando en casa de Aiden, un doctor acudió a hacer su trabajo, cosa que hizo de manera excepcional al ser uno de renombre, pero ni aún así encontró el problema.

—“Es un caso extraño, necesitarías una radiografía, ¿sería usted tan amable para acompañarme al hospital?” —Se sintió plenamente curioso al ver como la tranquilidad salió de cada centímetro de su cuerpo y buscó protección con la mirada de la persona que lo había contratado.

—“No, lo lamento. Eso no podrá ser.” —Todavía sonriente, se levantó. —“No se preocupe, si va a peor acudiremos.

No quería meterse en asuntos ajenos que poco importaban, así que se levantó junto a él y se dirigió a la puerta.

—“Pues si es así, buenas tardes. Trate de colocar hielo y mantener la pierna tranquila.

Con la despedida del doctor, la jovencita pudo sentarse con algo de dolor.

—“No fue una buena idea... Aiden, siento que hayas tenido que pagar un doctor para que solo diga eso.” —Apenada y algo avergonzaba, miraba su pierna como si fuera la cosa más horrorosa que existió jamás.

—“¿Qué dices? Valió mucho la pena: no parece dolerte tanto desde que te realizó esos masajes musculares.” —No había caído en eso, había estado pensando tanto que no lo pensó.

Sentía algo de sorpresa al sentir que él había prestado más atención en cada una de sus reacciones de lo que ella había hecho. Sonrió cerrando los ojos, recordando que él estaba haciendo que sintiera los cuidados que nunca había recibido en su corta vida. No pensaba que tener amigos fuera tan agradable, le gustaría que desde lo más profundo de su alma, él la siguiera cuidando así lo que quedaba de vida, como compensación por los anteriores daños que otras personas habían cometido.

Él la miró de la misma manera, sintiendo alegría al ver a Alice feliz, no quería que siguiera triste toda su vida. Él también tuvo una etapa triste, y no quería verla a ella estancada ahí para siempre, y  más aún recordando la aura que la rodeaba, una tan bonita como ella. Alguien así no merecía estar triste.

Toda clase de pensamiento fue detenido ante la risa de Alice, enternecida por su respuesta.

—“Tan lindo que ‘le’ pegaría un beso y luego un puño, ¿qué te parece si mejor te cuento algunas cosas?” —No sabía hasta qué punto las consecuencias de lo que quería decirle afectarían a la amistosa relación que tenían, pero deseaba que no fuera un buen cambio.

Si desnudaba solo un poco de su corazón, podría percibir hasta qué punto, él había demostrado su verdadero "él". No quería que cambiara la forma de verla, no quería que la viera y sintiera repugnancia, como a tantas personas había sucedido.

—“¿Sabías? Rusia entró en guerra, y no había un ejército como tal, así que debieron crearlo de cero.” —Empezó a explicar, con una mezcla de calma, rabia y nostalgia, de una manera que nunca había escuchado. Ver esa manera tan característica de explicar, con ese acento tan perfecto, dio como resultado que se terminara interesando aun más. —“Todos los hombres mayores de dieciocho años, enfermos mentales, y presos, mandados una cruel guerra que no resultaba nada fácil.” —El silencio reinaba en el salón, tan ancho cono solitario. —“Los enfermos mentales, fueran del género que fueran, servían como cebo a cosas peores. El increíble país Ruso solo confiaba en esos hombres, tan jóvenes, en protegernos a todos, porque por supuesto que nadie, ni los profesionales tan feos y mayores, estaban tan capacitados. Los presos eran en los que menos confiaban, porque no era solo que también hubieran mujeres, sino que habían centenares de menores de edad, que por pequeños crímenes terminaban con una escopeta en brazos para enfrentar los problemas que adultos bien defendidos causaban.” —Después de la larga explicación, suspiró, sin colocar aun la mirada en el rubio, que la miraba con asombro. —“Tuve cierto problema con un chico, y eso derivó en otros problemas, y pues, problemas.” —Sonrió un poco.

—“Si no entras en detalles, no te puedo ayudar, ¿y por qué me cuentas esto?” —Se acercó más a ella, buscando contactos visual.

—“Nunca me recuperaré completamente.” —Dejó de mirar a la nada, para entonces mirarlo a él, que ablandó su forma de verla para que no se sintiera intimidada.

—“No digas eso...” —La abrazó de hombros, acariciando su cabellera. —“Aunque hayas hecho esas cosas, sé que nunca quisiste.” —No pareció responder, no parecía querer responder.

Aiden no era una persona fácil de espantar, o por lo menos de manera notoria, pero si era verdad que ella había matado a alguien, solo podía ayudarla a mejorar.

—“Me daba miedo ese sitio, después de ver lo que hicieron.” —Pese a ser alguien notoriamente sensible, no dudaba en responder de forma rígida.

Pensó tantas veces en lo que pasó, en tantas versiones, tantos ángulos y tantos universos, que se obsesionó de sobremanera, como si todos los días lo volviera a ver. Dudaba si en algún  universo todo había sido mejor, divagando sobre su futuro estando unidos, mientras las lágrimas indundaban su habitación y su cuerpo se descomponía. Habían días en los que no podía siquiera dejar de llorar, causando hemorragias y vómitos que se unían al podrido colchón.

Tal vez vivir si podía llegar a ser un castigo si la muerte te roza pero no te toca, o tal vez simplemente era mala suerte. La mariposa que ambos cuidaban terminó la metamorfosis mientras ella sufría, así que ahora podía vivir una nueva y feliz vida, siempre y cuando dejara de adorar su anterior vida.

Observó espectactante a una reacción que delatara su indignación, sintiéndose impaciente al simplemente ver la manera en la que la miraba, como si viera una persona que ha revivido.

—“¡Di algo, maldita sea! ¡Reacciona, he matado! ¡Enfadate, pégame, despreciame, pero deja de mirarme así!” —Él ni siquiera se molestó en apartar las lágrimas que salían de su rostro, sintiendo que eran las lágrimas perfectas de un ángel perfecto.

Odiaba el silencio, odiaba su mirada, y odiaba a los idiotas que no veían la seriedad de sus actos. No le gustaba la benevolencia regalada a personas perdidas, pero algo en lo más profundo de su corazón, la tomaba desesperadamente y se aferraba, como una niña pequeña, sin intenciones de soltarla nunca más.

—“¡Te odio, Aiden! ¡Mierda!” —Se empezaba a ahogar en su llanto, tan desmesurado como la mentira que acababa de plantear y aumentó al sentir los calientes brazos del rubio rodearla con cariño.

Durante unos minutos, solo se escuchaban los sollozos que trataba con todas sus fuerzas de callar, pero la sala terminó en completo silencio cuando al final se durmió, sintiendo la seretonina que el cerebro desprendió mientras lloraba.

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A qn le interese: solo m he cargado 2 pq la semama d recuperaciones m la he currado, efectivamente paso d curso (m he cargado mi idioma maternal y física y química, devoré) 💗

𝐀𝐑𝐌𝐘 𝐃𝐑𝐄𝐀𝐌𝐄𝐑𝐒; 𝘈𝘪𝘥𝘦𝘯 ⎯⎯ School Bus GraveyardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora