• Fuera De Casa •

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— ¿Han visto a Amy? —preguntó Sonic tras salir de la tienda de ropa del pueblo, encontrándose con Tails y Knuckles quienes revisaban el nuevo videojuego que habían comprado en la tienda de en frente— No la encuentro por ningún lado...

— ¿No estaba contigo en la tienda? —preguntó el vulpino de ojos azules, ladeando la cabeza a un lado, sin comprender cómo la responsable de la salida grupal fuera de la primera en desaparecerse.

— Sí. Fui a pagar los vestidos que se probó y cuando me di cuenta ya no estaba —explica, alzando las bolsas que cargaba desde hace poco más de cinco minutos—. Ésto no me huele bien...

— Perdona, es que probé un nuevo emparedado de cebolla y huevo —excusó el equidna de rojo, ganándose una mirada de asco por parte del zorro a su par.

— No, hablo de que... Ya saben —suspiró profundamente el héroe de bufanda marrón, inclinando sus orejas con suma frustración—. No es la primera vez que se desaparece ésta semana...

— Quizás a hecho nuevas amigas —sugiere Tails, sonriéndole con compresión y un poco de desdén por su situación—. Ya sabes cómo es. Cuando forma un lazo con alguien es incapaz de resistirse para saludar o hablar mientras sigue a la persona a cualquier lado.

— Quizás tengas razón, pero... —murmura entre gruñidos el erizo de azul, viendo con sumo desagrado hacia un lado. Suspira—. No importa. ¿Quieren venir a mi casa y comer algo? En lo que Amy aparece.

— Claro —aceptan animadamente los dos chicos, afirmando ante las posibilidades que podría haber con la simple mención de un juego.

El trío de varones se aleja del centro de tiendas, pasando por alto como entre los callejones se mantenía una candente y secreta sesión de lujuria y pasión.

Desde hace algunos minutos, mucho antes de que Sonic saliera de la tienda o pagara las compras de su novia, el dúo de rosa y negro se mantenían silentes ante el llamado de sus más profundos deseos.
Escondidos en un callejón, detrás de uno de los contenedores de basura reciclable, entre las sombras de las dos tiendas a la par, se entregaban deliberadamente hacia sus más bajos impulsos, cumpliendo ese breve pero adictivo capricho al que le habían dedicado cierto tiempo para reforzar.

La joven de espinas rosadas gemía pausadamente, apoyando sus dos manos contra la pared, sudando, con su rostro enrojecido por el esfuerzo y al mismo tiempo el miedo de ser descubiertos en cualquier momento, con la falda de su vestido elevada para la mejor visualización de su culo hacia su amante, quien después de haberla despojado de sus panties blancas había jugado con su vagina lo suficientemente como para enloquecerla y hacerla rogar por más.

El calor era abrumador, pero no por eso cesarian en el cumplimiento de sus deseos.

El erizo azabache la embestía rápidamente, una y otra vez, encantado por la fricción de su pene contra la húmeda cavidad de su adorada, dándose la libertad de sonreír perdidamente, experimentando algo parecido a la felicidad, a la dicha, al milagro que era apreciar los pequeños instantes de la vida, instantes peligrosos y fugaces como este.

Entre fugaces nalgadas dadas hacia los rosados glúteos de la más joven el ritmo de las embestidas iba acelerando, abandonando la energía cuidadosa y cariñosa de antes para ir evolucionando en algo más apresurado, descuidado y demandante con notable diferencia.

Sus encuentros no destacaban por la duración, precisamente.
Teniendo en cuenta el peligro de follar en sitios públicos, la posibilidad de que alguien pudiera verlos, de que pudieran denunciarlos, de que pudieran encerrarlos por actitudes deshonrosas en vía pública era emocionante y era esa misma emoción la que debían aprovechar para llevar su éxtasis al límite.

Similar a lo que era la ruleta rusa, el azar de jamás saber con exactitud lo que podría pasar al siguiente segundo era algo embriagante que tarde o temprano podría condenarlos...
Hasta entonces solo quedaba disfrutar.

Después de correrse profundamente dentro de ella el erizo de ojos rubí se aferró a su cintura, jadeando pesadamente, besando su espalda, ronroneando deliberadamente mientras se pegaba más a ella, con los espasmos recorriendolo como era usual, sin tener algo de lo que poder arrepentirse, yendo y viniendo del cielo por cuarta vez esa semana.

— Quizás... Quizás deberíamos pensar buscar otro lugar para hacer ésto —jadeó con una tímida sonrisa la de espinas rosadas, con sus brazos cansados de haberse apoyado por tanto tiempo contra la pared.

— Quizás debas terminar con tu novio de una vez por todas —ríe a secas el de tez bronceada, separándose lentamente de ella, apoyándose de la pared situada a un metro de su posición.

— Deja de decir tonterías —regaña, viéndolo por encima del hombro, enfadada por la sugerencia, acomodando la falda de su vestido, arreglando sus espinas y limpiando el sudor de su cara.

— ¿Estás segura de que no sabe nada? —pregunta con notable interés, refiriéndose a su rival de toda la vida, dedicando fugaces miradas hacia la avenida fuera del callejón, confirmando que no hubiera nadie de metiche viendo.

— Créeme. No tiene idea —afirma con completa seguridad, viendo sus panties destrozadas en el piso, sintiendo una mezcla de sorpresa y pena por ello.

— Bien —dice a secas, con su erección desvaneciéndose hasta ocultarse nuevamente por debajo de su pelaje—. ¿Te parece si para la siguiente cita nos vemos en mí casa?

— ¿Tienes casa?

— ¿Eso es un sí o un no? —sonríe altaneramente, complacido con la expresión de suma confusión por parte de la más joven.

— Tendrías que guiarme, a tu casa —responde finalmente tras un largo silencio.

— No tengo problema con eso —asiente positivamente—, hasta entonces.

Tras su despedida el erizo utiliza su control de caos para desaparecer de la escena lo antes posible.
Amy suspira pesadamente, agotada.

Tener una doble vida no es sencillo.
Pero pronto todo se aclararía ¿Verdad?

Two Sides ft. Sonamy/Shadamy BoomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora