• Con Vendas •

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— ¿Puedes ver algo?  

— No —rió la más joven, ocultando su sonrisa—, no veo nada.

— Bien —ronroneó el erizo azabache, acorralandola contra la cama, haciendo a un lado sus manos para así besar aquellos sonrosados labios con sabor a fresa.

Había pasado un tiempo desde que habían podido volver a las andadas en sus juegos sexuales, en sus citas secretas.

La noche era fría, la luna brillaba entre las estrellas y el cántico de los grillos inundaba las profundidades de aquella selva, inspirando un ambiente sereno y casi mágico, propicio para dos amantes como ellos.

Situados en aquella gran casa de paredes de cristal polarizado, en la alcoba principal, acostados sobre la cama, se encontraban el par de erizos bicolores una vez más, besándose con cuidado, como si fuera su primera vez, con sus dedos moviéndose lentamente sobre la anatomía del otro, como si pretendieran conocerlo una vez más.

La joven héroe de rosa jadeaba pausadamente, recorriendo con la yema de sus manos desnudas el trazo de los músculos que se marcaban sobre los brazos o la espalda de su amante, sintiendo cada mínimo roce como algo divino, algo excelso, algo especial.

Ese era el punto de este encuentro. Probar algo nuevo, algo especial, algo que podrían convertir en una nueva rutina, con el de espinas azabaches besando el cuello de Amy, dejando pequeñas mordidas seguidas de breves besos, disfrutando de poder tenerla de esta forma, en su cama, en su casa, en su vida.

¿Cómo fue que de una tarde breve para resolver un malentendido acabamos en ésto, un romance prohibido por el cual había renunciado a toda una vida con tal de asentarse y seguir a su lado?
¿Sería ésto amor? ¿Sus sacrificios serían prueba suficiente de que realmente había cambiado por ella?
¿Qué sería de él sí esta fantasía tan idealizada acabara de un día para otro?

— Deja de reírte —quejó el de ojos carmesí, moviendo sus manos hacia las panties carmesí de la rosada, retirandolas lentamente hasta hacerlas a un lado.

— Me haces cosquillas —sonríe aquella cuyos ojos yacían vendados por una tira de tela negra ligeramente gruesa.

El veteado niega suavemente con la cabeza, dejando que una pequeña sonrisa se dibuje en su semblante.
Podía entenderla. Sus sentidos estaban más agudizados, sin duda hasta el roce de una sábana de seda le causaría esa reacción.

Con una mano comenzó a jugar con los sonrosados pezones de la más joven, arrebatándole jadeos suaves mientras que con su mano libre comenzaba a masturbarse, preparándose para el acto principal, endureciendo su grueso y jugoso pene, aprovechando la ausencia de visión de su amada para sorprenderla cuando menos lo esperase.

Acomodó sus muslos alrededor de su cadera y metió su polla dentro de su vagina, con la de espinas rosadas jadeando de forma ahogada, arqueando su espalda, aferrándose al más fuerte mientras su sonrisa se torcía en una mueca de placer y alegría, sintiendo como aquel gran y palpitante pedazo de carne se abría paso dentro de ella, haciéndola sentir completa, deseada, amada.

Los vaivenes lentos pero profundos que el mayor ejercía al mover su cadera de forma rítmica de adelante hacia atrás se sentían maravillosamente bien. Por más acostumbrada que estuviera, por más que lo hubieran hecho, siempre se sentía como la primera vez con él, en sus brazos siempre era como ser una doncella más del montón, débil e indefensa, a la voluntad de sus deseos, perdida en sus encantos, en su infinito aroma a lavanda, en su firme pero a la vez gentil tacto sobre su piel...

Él era todo lo que realmente necesitaba en su vida.

Mientras más fuerte iba dentro de ella mejor se sentía.
Con sus manos tanteaba suavemente sus mejillas, se aferraba a sus brazos y abrazaba sus espalda, sintiéndose desvergonzada, como si realmente este fuera su único hogar, como si esta fuera su verdadera vida, su destino, su realidad.

Two Sides ft. Sonamy/Shadamy BoomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora