⭑Epílogo⭑

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Los muros de aquella guarida de metal brillaban bajo la luz blanca que emanaba de sus esquinas, reflejándose en las superficies de rojo y plata sobre todo el edificio, resonando en un frío seco, carente de vida, de sentimientos, estéril ante la humanidad, distante a un hogar, a un refugio, diferente a todo cuanto estuvo acostumbrado.

Había un alma en pena vagando por el infierno de metal al que siempre rehusó, despechado, horrorizado por la vida, sin otro lugar al que ir, sin nada más que hacer, sin nadie a quien acudir, tomando la mejor decisión para él, tomando la peor decisión para aquellos que alguna vez amó.

En el salón principal, detrás de todas las compuertas de metal rojo y mecanismos celestes se encontraba aquel científico de reconocido bigote y dudosa reputación, viendo fijamente hacia las pantallas frente a él que ocupaban toda una pared de la instalación, murmurando de forma enojada mientras tecleaba rápidamente códigos, correcciones, comandos, verificando, eliminando, creando, inmerso en sus propios pensamientos, sin prestarle atención a nada más.

Sus ayudantes de metal, por otro lado, se encontraban a un par de metros de él, silentes en un nuevo juego que habían creado, temiendo hablar bajo el terror de poder o no ser lastimados por su jefe, huyendo de la posibilidad de ser desarmados otra vez por un arrebato de frustración o inseguridad.

El manso y marcado silencio en el edificio se fue vagamente interrumpiendo bajo el ritmo de unas lentas pisadas que recorrían la estructura, alarmando a los robots bicolores quienes, expectantes, se quedaron viendo hacia la puerta.
Honestamente, creyeron que nunca vendría, que nunca lo aceptaría, no él...

El humano de traje carmín y lentes azabaches y alargado bigote castaño se giró en su asiento, intentando no prestarle demasiada atención en lo que continuaba con su trabajo, una nueva obra maestra, tan importante, tan sublime, tan magnífica que solo él podría entender o manifestar en algo real.

Las compuertas se abrieron tras notar la presencia del nuevo espécimen.

Ahí en el corredor, con pisadas ligeras y un semblante derrotado se encaminaba aquel que no tenía nada más que perder, un erizo alto, de mirada sombría y agotada, con orbes que alguna vez brillaron como dos esmeraldas decoradas ahora por un par de ojeras imborrables notablemente acentuadas sobre sus mejillas, poseyendo alargadas espinas de azul que alguna vez notaron por su vibrante color, con una tez melocotón que la vida amaba abofetear, ceñido a un par de guantes de látex azabaches ajustados a sus dedos, portando un par de zapatillas negras sin una pizca de color dotados con suelas antideslizantes, con un pedazo de tela negra retraído bajo su mentón que descendía hasta la mitad de su pecho en forma de flecha, armado con un fierro de metal de puntas retractiles ajustados en un soporte ubicado entre las dos espinas sobre la espalda, tan irreconocible como imparable.

Un ángel sin alas para volar, mas sí con fuerzas para pelear.

El científico de tez pálida se giró a verlo, frunciendo el ceño ante su presencia.

— ¡Llegas tarde, rata insolente! —regañó con un notable descontento el mayor, viéndolo de arriba abajo en el conjunto que le había asignado desde que decidió entregarse como un aliado hacia él, notando la diferencia entre el erizo débil que encontró de rodillas frente a su puerta con el guerrero que ahora se presentaba a su servicio— Debes aprender a ser más puntual ¿Lo entiendes?

— Lo que digas. Yo solo quiero saber una cosa —habló con voz profunda un muy despechado Sonic, ajustando los guantes azabaches que cubrían sus manos para luego dedicarle una mirada vacía pero directa a su nuevo superior— ¿Qué es lo que tengo que hacer, Eggman?

Two Sides ft. Sonamy/Shadamy BoomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora