—¿Cómo está, doctor? —preguntó Rocío, nerviosa. Acababa de enterarse que su jefe, Julián Goic, había sufrido un accidente de coche producto de la tormenta de nieve que azotaba el pequeño pueblo al que habían viajado por una actividad comercial.
Su jefe buscaba ampliar su negocio hotelero y había adquirido una casona campestre como la primera de varias que pensaba refaccionar para convertirlas en hoteles de lujo. Julián era un hombre meticuloso y, por lo tanto, había organizado un viaje hasta tan remota localidad para planificar lo que haría antes de presentar el proyecto a sus socios.
Ella, en calidad de servicial asistente, había tenido la misión de acompañarlo.
—Confundido —le informó el profesional con voz comprensiva ante su estado de ansiedad—. Despertó mareado y preguntando lo que hacía aquí. No recuerda el incidente.
Rocío se mordió el labio, preocupada. Su jefe era un hombre cuidadoso y particularmente prudente a la hora de manejar, no podía entender lo que había pasado. Aunque, pensándolo bien no había sido muy inteligente de su parte salir en plena tormenta. Su auto del año había terminado totalmente hecho pedazos después de estrellarse contra un árbol a diez kilómetros de la casona.
—¿Puedo verlo? —se atrevió a preguntar. Esperaba que no estuviera muy enojado por haber destrozado su querido auto y se terminara desquitando con ella.
—Claro, aunque no espere que la reconozca de inmediato —pidió encogiéndose de hombros—. Que no la asuste si no lo hace. Aunque su Glasgow es normal y no pareciera haber daño neurológico, está algo perdido todavía.
—Muy bien. Gracias, doctor —Rocío suspiró cansada ante el tecnicismo que, lamentablemente, no fue capaz de comprender.
Ese viaje estaba resultando terrible. Su jefe había estado de mal humor desde que habían llegado y ella había tenido que agachar la cabeza ante cada mala palabra suya. Estaba segura de que si no estuviera enamorada de él habría renunciado ya. Nadie sería capaz de soportar tanto como ella con una sonrisa ante sus exigencias y su perfeccionismo.
Trabajar para Julián Goic era agotador. Las personas de la oficina se lo habían advertido, sus anteriores asistentes habían presentado sus dimisiones a las pocas semanas de comenzar a trabajar y, siendo honesta, ella también lo hubiese hecho de no ser porque había tenido un inmediato flechazo al conocerlo.
Se había comprometido con su trabajo a consciencia desde ese momento. Sin embargo, él no reparaba en sus esfuerzos y la trataba como a un mueble más de la oficina.
Julián era el tipo de hombre que encantaba a las mujeres, las que desfilaban por su vida sin mayores pretensiones ni promesas. Su larga lista de conquistas a lo largo del tiempo que llevaba trabajando para él dada prueba de ello. Todas coincidían con el mismo perfil, eran guapas, de carácter liberal y no buscaban compromisos a largo plazo.
Rocío había escuchado sin querer a una de sus amantes reconocer que a la hora del sexo Julián era un prodigio. Ella, naturalmente, se había sonrojado y se había sentido herida. No obstante, también había despertado su curiosidad ¿Cómo un hombre tan detallista a la hora de hacer el amor podía ser tan duro cuando se trataba de hacer negocios?
Ella conocía bien esa faceta dado que había tenido que acompañarlo a muchas reuniones, en las que jamás perdió un punto frente a los más expertos negociadores. Había hecho temblar a grandes empresarios con sus agudos argumentos.
Una bestia encantadora, esa sería una buena definición para el señor Goic.
Se armó de valor y entró a la habitación donde dicho hombre duro, que siempre se imponía por su elegancia y gallardía, estaba acostado en una cama de hospital que parecía ser muy pequeña para él.
«Oh, mi amado Julián» pensó con lástima. Se veía tan indefenso con su cabello rubio despeinado como si acabase de despertar de una noche de sueño reparador y no de haber sobrevivido a un accidente que pudo costarle la vida.
—Vine en cuanto me avisaron. Lo siento, señor —dijo rápidamente sin saber por qué se disculpaba específicamente, Julián la miró frunciendo las cejas y haciendo un mohín— ¿Cómo está? ¿Le duele mucho? —preguntó acercándose a la cama. Apenas soltó esas palabras quiso golpearse la frente ¡Por supuesto que debía dolerle! Se había golpeado la cabeza contra el manubrio y tenía cortes en los brazos.
—Estoy bien, un poco adolorido nada más. Lamento este contratiempo —se excusó provocando la sorpresa de Rocío. Él nunca se disculpaba si había reveses en el trabajo, ella era su empleada y la había contratado para solucionar sus problemas y, en último caso, el accidente no tenía nada que ver con ella—. No era mi intención preocuparte, Rocío, ni arruinar nuestra escapada.
«¿Escapada?» se preguntó confundida, no entendía a qué se estaba refiriendo. Julián sonrió con picardía y atrapó sus manos entre las suyas más grandes y morenas para atraerla hacia así.
—¿Qué hace...?
—Te eché de menos —susurró cerca de sus labios— ¿Por qué tardaste tanto, amor?
—¿A-amor? —tartamudeó la joven repitiendo el apelativo cariñoso, pero que sonó más como un eco romántico de sus palabras que como una pregunta.
—Te necesité aquí, Rocío —declaró, aturdiéndola aún más.
—¿Qué le pasa, señor? ¿No lo atendieron bien?
—Nada de eso, solo que te eché mucho de menos, mi dulce Rocío —aclaró con esa sonrisa devastadora que dejaba sin aliento a miles de mujeres, a la que la joven tampoco era inmune. Su cuerpo se inflamó y su garganta se secó. Pasó la lengua por sus labios en un acto instintivo que atrajo la atención del hombre, quien, hechizado, comenzó a acercar su rostro al de ella.
—Espere ¿sabe quién soy? —le preguntó nerviosa.
—Claro, eres Rocío Pardo, mi asistente —dijo lentamente sin dejar de sonreír, pero con la vista clavada en sus labios —y mi prometida.
Entonces sin darle espacio a negar tan absurda afirmación, la besó.
ESTÁS LEYENDO
Si reconoces mi voz
RomanceComo la fiel asistente que era, Rocío tuvo que seguirle la corriente a su jefe cuando este sufrió un cuadro amnésico producto de un accidente de coche. Las recomendaciones del médico habían sido claras y debía hacerle caso en todo. Julián Goic esta...