Como cada mañana desde hacía un mes, Rocío se había levantado temprano para hacer el desayuno con Buster como silenciosa compañía. Julián estaba trabajando en su proyecto hotelero sin descanso y estaba agotado. Seguía actuando con ella como siempre, pero apenas ponía la cabeza en la almohada se dormía como un lirón.
Ella buscaba ayudarlo en lo que fuese posible en la oficina y en la casa, sin embargo, el peso de todas las decisiones referentes al proyecto, recaían en él.
—¿Cómo dormiste? —Rocío no había escuchado a Julián llegar a la cocina, ni tampoco cuando se posicionó tras ella para rozarle el cuello con los labios, por lo que dio un brinquito.
—Me asustaste —recriminó volteando el rostro para recibir un beso suave en la boca.
—Es tu culpa por tener la radio encendida —rio él de buena gana y sin rastro de remordimiento—. Mi intención no era asustarte, sino sorprenderte, pero no me respondiste —preguntó interesado luego de que pasase una noche inquieta.
—Estoy bien, me costó quedarme dormida, pero no es para preocuparse. Lamento haberte molestado, sé lo cansado que estás —se disculpó, compungida. Había estado inusualmente nerviosa la noche anterior y Julián se había turbado demasiado.
Él, restándole importancia, le rodeó la cintura con sus brazos y bajó la cabeza para estudiarla más de cerca. Sus ojos almendrados que le devolvían la mirada con profundo amor, su naricilla respingona coronada de unas sutiles pecas, sus mejillas tiernamente sonrojadas y unos labios que invitaban a ser besados.
Eran tan bonita incluso con ojeras por la falta de sueño.
—Me alegro de escuchar eso, porque anoche estabas tan pálida que por un momento pensé que me vomitarías encima.
—Tonto —se rio ella—, no te hubiese vomitado directamente, en el peor de los casos me hubiese volteado para vomitar sobre la cama.
—No es que esa opción sea mejor —retrucó el hombre haciendo una mueca—. Ya sabes que te adoro, pero creo que hay ciertos límites que deberíamos marcar en nuestra relación —continuó con huasa.
—¿No podré emborracharme nunca? —inquirió ella falsamente ofendida—. Confiaba en que me sostendrías el cabello mientras vomitaba en el escusado de ser necesario.
—Dime que no estamos teniendo esta conversación en la cocina —le pidió abochornado y Rocío se puso de puntitas para robarle un delicado beso.
—No estamos teniendo esta conversación en la cocina —mintió siguiéndole el juego.
—Gracias, tu mentira me era necesaria —separándose un poco le dedicó una sonrisa luminosa—. Tengo que ir a la oficina y no tengo ganas —se quejó.
—Voy contigo.
—No es necesario, es una reunión que me tomará varias horas. Puedes tomarte la mañana libre y aprovechar de dormir.
—¿Por el proyecto?
—Sí, pero si todo sale bien comenzarán la obra la próxima semana.
Rocío dio un brinco de emoción y Buster se sobresaltó.
—Lo siento, chiquito —se disculpó.
—¿Chiquito? Ya tiene cuatro meses. Está cada día más grande y pronto tendremos que llevarlo a castrar.
—Ay, no —gimió Rocío agachándose para abrazar al cachorro—. Es muy pequeño todavía.
—No quiero que salga como su papá que preñó a la perra del vecino —se agachó también para quedar a la altura de los dos—. Nuestro pequeño no va a ser un padre irresponsable si yo puedo evitarlo.
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Si reconoces mi voz
RomanceComo la fiel asistente que era, Rocío tuvo que seguirle la corriente a su jefe cuando este sufrió un cuadro amnésico producto de un accidente de coche. Las recomendaciones del médico habían sido claras y debía hacerle caso en todo. Julián Goic esta...