Julián no sabía que tenía tanta resistencia sexual o, por lo menos, nunca se había detenido a analizar ese aspecto de su vida, pero teniendo a Rocío como amante era fácil perder el control de sí mismo. Desde que hacía dos días había logrado que ella venciera sus escrúpulos hacían el amor con regularidad. Habían tenido sexo en cada rincón de la casa.
Rocío estaba comenzando a mostrarse entusiasta y participativa. Nunca había iniciado un asalto, pero se entregaba completamente a sus deseos. No tenía queja por ese lado, como pareja era mejor que como asistente y sobraba decir que como profesional era perfecta.
Lamentablemente la caja de condones estaba por acabarse. Aquel era un problema.
—Tendré que ir al pueblo para comprar más —le informó esa mañana durante el desayuno, pasaban ya de las once, pero se habían levantado tarde como era costumbre durante esos días.
—No puedes ir solo. Iré contigo, solo deja que termine de ordenar —le dijo apurando su tostada.
—Iré solo. Tú quédate aquí —retrucó besándola en la frente—. Hace mucho frío y la farmacia está cruzando la plaza. No hay problema, mi amor. Estaré bien.
—Cuídate ¿sí? —dudando ella comprendió que él necesitaba independencia. Las secuelas del accidente aún estaban presentes no solo para Julián, también para ella que temía que le ocurriese algo.
—Sí, mi amor. Estaré bien.
Rocío lo observó partir preocupada por su seguridad, pero una vez a solas sintió el peso de su mentira. Sabía que estaba obrando mal, aunque ella lo amara no tenía justificación para lo que estaba haciendo.
Él se veía tan feliz con esa fantasía.
Y, maldición, ella era igualmente feliz.
Estar con él había sido su sueño y en ese momento era una realidad ¿Cómo podría renunciar a aquello? No tenía el valor de dejarlo aún. Estaba muy enamorada.
Totalmente enamorada de ese hombre que la besaba y le hacía el amor como si también la amara.
—Él debe sentir algo —susurró, era lo que quería creer su corazón ¿Y si su jefe llegaba a amarla? Quizá las cosas no cambiarían una vez que él recuperara la memoria.
Pero la realidad se impuso cuando recordó que tenía que llamar a la madre de Julián. Era el momento de hacerlo, dado que él no estaba presente para escucharla.
Se sintió miserable.
La mujer nunca había sido simpática con ella, es más hasta tenía un trato displicente. Rocío sospechaba que ella sabía de sus sentimientos y por ello la trataba con condescendencia. Siendo franca ¿Qué posibilidades tenía una chica pobre y huérfana con un empresario de buena familia y rico? Ninguna.
Entendía a la madre de Julián, debía verla como una cazafortunas como las que seguían a su hijo desde que era adolescente.
De todos modos, tenía que llamarla y así hizo.
—Buen día, señora —saludó cuando la mujer contestó el teléfono—. Soy Rocío Pardo, la asistente de su hijo.
—Hasta que te dignas a llamar, jovencita —amonestó la mujer— ¿Dónde está mi hijo? ¿Por qué no me ha llamado?
—El señor Goic ha salido a una reunión con el alcalde del pueblo —improvisó, se estaba volviendo experta en mentir—. Volverá en unas horas.
—Dile que Larissa no para de llamar para preguntar por él y ya no sé qué inventarle para mantenerla tranquila —Rocío jadeó e intentó darle rostro al nombre, pero no lo logro. Tuvo un mal presentimiento.
—¿Larissa? —preguntó con la boca repentinamente seca.
—Su novia, querida —respondió la mujer como si ella fuese estúpida—. Por más que llama a su móvil, mi hijo no le responde. Está preocupada por él y debo decir que yo también. Julián no es de desaparecer.
Rocío estaba en shock, tuvo que afirmarse de la pared para no caer y ponerse a llorar como una niña ante la revelación.
Julián tenía novia. No era libre.
Y le había sido infiel con ella.
¿Cómo podía hacer sido tan egoísta? ¡Por el amor de Dios! ¿Cómo había podido ser tan inconsciente? Julián estaba comprometido. Ella había sido amante de un hombre que tenía una relación con otra mujer. Aunque no tenía cómo saberlo aquello no le restaba responsabilidad.
—Dios... —murmuró apenas audiblemente, su interlocutora se impacientó al no entenderle.
—¿Rocío? ¿Me estás escuchando, niña? —la voz molesta de la madre de Julián le llegó lejana. No quería oír nada más. Solo quería llorar por su estupidez y su pecado.
—Disculpe, señora, pero yo... —su voz se quebró—. Tengo algo que hacer.
Cortó sin esperar respuesta, supo instintivamente que la mujer estaría furiosa del otro lado. Sin embargo, no le dio importancia.
Lo único que quería era desparecer y ahogar su pena.
Cayó en el piso con un sollozo desgarrado y dio rienda suelta a su dolor.
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Si reconoces mi voz
RomanceComo la fiel asistente que era, Rocío tuvo que seguirle la corriente a su jefe cuando este sufrió un cuadro amnésico producto de un accidente de coche. Las recomendaciones del médico habían sido claras y debía hacerle caso en todo. Julián Goic esta...