Capítulo 13

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Debía ser una broma. Una maldita mala broma. Dentro de todo el abanico de posibilidades que había contemplado con respecto a la situación en ningún caso se le había pasado por la cabeza despedirla ni que ella renunciara.

Aquello sencillamente no podía ser.

—No —espetó con firmeza poniéndose de pie para no tener que verla hacia arriba. No le daría esa ventaja. Rodeó el escritorio para impedir su huida cuando la vio retroceder en dirección a la puerta—. No dejarás la empresa— «Ni a mí» —quiso agregar.

—¡Tengo que irme! No quiero trabajar contigo y sé que en el fondo tampoco deseas seguir trabajando conmigo —lo encaró ella elevando la voz. Sus mejillas se tiñeron de vivo rojo y sus pupilas se dilataron brillando intensamente. Respiraba a bocanadas y su pecho subía y bajaba erráticamente.

Y él se excitó.

—No te irás —porfió invadiendo su espacio personal. Guardó la distancia suficiente para que ella no se asustara, pero ante el mínimo intento que hiciera de salir de la oficina solo le bastaría estirar el brazo para detenerla—. No acepto tu renuncia.

—No tienes derecho a impedírmelo —retrucó, envalentonada. Julián debió serenarse ante su desafío. Si seguían discutiendo llamarían la atención del resto de personal, lo cual no era muy inteligente.

Rocío se encogió sobre sí misma cuando Julián se inclinó sobre ella.

—¿Que no tengo derecho? Soy tu jefe, por si lo has olvidado —le dijo riendo socarronamente. La joven abrió la boca para recordarle que ella tenía derechos laborales que la amparaban, pero Julián se adelantó a su argumento—. Y no solo eso —agregó acercando sus labios a su oreja—. Sabes que entre tú y yo hay algo más.

La tensión sexual llenó la oficina, ambos fueron conscientes de la cercanía del otro y en sus ojos se leían los recuerdos de sus días juntos. Habían sido felices. Realmente felices. Aunque hubiese sido una fantasía, la innegable verdad era que la chispa que había habido entre ellos había desatado una llamarada de pasión que seguía allí esperando porque alguno de los dos se rindiera.

El bombeo sin control de sus corazones se reflejaba en el irregular pulso de él y en el temblor de ella.

—Detente —rogó Rocío con voz queda.

—Buster te extraña —soltó de pronto, sorprendiéndola con el cambio de tema—. Deberías visitarlo.

Los ojos de Rocío se empañaron cuando recordó a su perrito. Le había dolido mucho separarse de él. Lo amaba muchísimo, pero su dueño era Julián y por ello no se permitía pensar en Buster para no sentir nostalgia.

—Yo también lo extraño —reconoció con una sonrisa triste—. Llegué a encariñarme mucho con él.

—Y él contigo. Llora por ti cada noche. Él no entiende por qué te fuiste así y lo dejaste solo —Julián tomó un mechón de cabello de la joven entre sus dedos—. Te extraña. Te extraña demasiado —terminó en un susurro posando sus labios en su cuello, le besó suavemente y ella se estremeció— ¿Qué me has hecho, Rocío? ¿Por qué no puedo sacarte de mi mente? Debería odiarte y quererte lo más lejos posible de mí, pero no puedo hacerlo.

—Julián, no sigas. Tu novia... —le rogó mordiéndose los labios para no soltar el gemido que estaba luchando por salir de su boca.

—Te deseo a ti —murmuró perdido en su aroma. Olía a jabón de flores—. Te deseo tanto que temo consumirme en este fuego que arde en mi pecho por ti ¿Qué hiciste conmigo? Estos días han sido un auténtico infierno —lentamente bajó las manos para acariciar los brazos delgados de su asistente.

Ella movió la cabeza para dejarle el cuello a su alcance absoluto. Su cuerpo reaccionaba ante él como si se tratase de un títere y él, su titiritero. Los cálidos labios de Julián llegaron hasta su oreja para mordisquearle el lóbulo de esta.

Debía apartarlo. Estaban en la oficina lo que era inadecuado de por sí, pero además las circunstancias eran extrañas.

«Solo un poco más» se dijo. No obstante, su cordura y moralidad terminaron por imponerse.

—Detente —demandó, pero sonó más como una súplica—. No está bien. Por favor, para.

—¿Por qué? —la tentó, sus manos inquietas se colaron bajo la blusa de la joven. Cuánto había extrañado el tacto suave de su piel— ¿Acaso temes no poder detenerte por tu propia cuenta?

—Sí —contestó sinceramente. Se sentía débil. Lo deseaba. Estaba mal y lo sabía, pero no podía evitarlo.

Julián no pudo contenerse y con un gemido claudicó reclamando sus labios. La delicadeza de esa boca, misma que le había engañado sin pudor, rompió todas sus defensas haciéndolo olvidar su mentira. Ella se abrió a él recibiendo todo lo que él estuviera dispuesto a darle en un beso cargado de necesidad.

Si bien era él quien había iniciado ese juego de seducción, ella era quien lo tenía en su poder.

Rendido no pudo más que jadear por aire cuando la alzó para arrastrarla al escritorio. Con una mano la sostenía y con la otra tiró algunos artículos que estaban encima para sentarla allí. Rocío era ligera y no le costó levantarla.

—He fantaseado con hacer esto toda la mañana.

—¿De verdad? —Julián restregó su miembro erecto contra el vértice de la joven en medio de un beso para reafirmar su punto.

Rocío soltó un gemido de deseo y abrió sus piernas para que Julián se pudiera acomodar mejor entre ellas y se frotó contra él. Él la tomó con fuerza por la cintura para besarla salvajemente, la situación se descontroló aún más y ninguno podía detener el ansia ciega de sus cuerpos que se buscaban y exigían fusionarse.

Julián abrió la blusa de la mujer de un tirón y sus manos amasaron sus pechos por sobre el sujetador.

—Dime que me extrañaste —exigió él mordiendo sus labios con rudeza, pero sin llegar a herirla.

—Lo hice —gimió Rocío arqueándose contra su jefe para hacer el contacto más íntimo.

—Dilo —insistió insatisfecho con su respuesta.

—Te extrañé. Te extrañé mucho —orgulloso de ponerla en tal estado de aturdimiento, el hombre se abrió la cremallera del pantalón y liberó su miembro erecto que pulsaba de anhelo. A Rocío se le secó la boca ante su visión.

Estaba lista para recibirlo.

Sin embargo, cuando Julián se disponía a arrancarle las bragas Rocío fue consciente que cometía un error.

Ese instante de lucidez bastó para que, aprovechándose de su distracción, le empujara haciendo que diera un paso atrás desconcertado. 

Si reconoces mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora