Cinco años después
—Sin duda es una empresa confiable y con sólidas garantías que resultan muy atrayentes para invertir en ella —Julián sonreía con orgullo a los agentes extranjeros a quienes les enseñaba las instalaciones de su compañía. La que hablaba era una mujer a la que ya tenía prácticamente convencida de aceptar su propuesta.
Sus años de trabajo duro por fin veían frutos. Si lograba cerrar el trato podría pasar menos horas en la oficina y disfrutar de más tiempo libre.
Dicha perspectiva le entusiasmaba particularmente.
—Hemos apostado por un modelo amigable con el medio ambiente, pero también hemos sido cuidadosos en generar un impacto positivo en los lugares en los cuales se han abierto nuestros hoteles y garantizamos que la arquitectura local no se vea afectada. Cada hotel ha pasado por minuciosos estudios a cargo de expertos en cada área —la comitiva paseaba por la primera planta donde una puerta de vidrio captó la atención del grupo.
Dentro había una sala de colores pastel con dibujos infantiles en las paredes, además de peluches y juguetes en las repisas que contrastaban con el diseño minimalista del resto de edificio. En el suelo había mesitas diminutas llenas de crayones y hojas en las que un montón de niños expresaba su arte.
—¿Hay una guardería? —preguntó uno, pero Julián no lo escuchó, sino que frunciendo las cejas, se disculpó y entró rápidamente.
Al cruzar la puerta fue recibido por una atmosfera cálida que resultaba reconfortante, lo cual sumado al aroma de colonia infantil y talco le inundó de paz. Se dirigió con premura al motivo por el cual había dejado a los potenciales inversionistas en medio del pasillo.
—Señor Goic, lo siento, no hemos podido calmarlo —una afligida cuidadora acunaba a un bebé que no paraba de llorar ni de quejarse entre sus brazos. Él recibió al pequeño y lo sostuvo frente a sí.
—¿Qué pasa, hijo? ¿Otra vez te molestan los dientes? —el bebé lo miró e hipó, pero dejó de llorar en el acto. Julián alzó una ceja y con una media sonrisa se dirigió a la mujer—. Si mi esposa pregunta por él, dígale que el bebé está conmigo. No va a parar de llorar si lo dejo acá.
Julián conocía a su hijo y si algo tenía el poder de calmarlo era escuchar la voz de sus padres. Gabriel podía quedarse absorto solo oyéndolos hablar.
—Pero, señor... —intentó detenerlo la cuidadora. Julián la obvió.
—Lo traeré más tarde —aclaró—. Vamos a dar un paseo, campeón.
Diciendo eso se dio media vuelta y salió cargando al pequeño niño que sollozaba aún, pero estaba más tranquilo. Lo sostuvo apoyándole la cabecita en su hombro y les sonrió a los viables inversionistas.
—¿Su hijo, señor Goic? —preguntó uno con la vista clavada en el bebé y en el tierno cuadro que representaba Julián, vestido de traje formal, con él. Gabriel se veía diminuto entre los brazos de su padre.
—Sí, tiene seis meses y le están saliendo los dientes. Ha estado irritable desde hace días.
—Lo comprendo, también tengo un hijo que pasó por ello —acotó otro.
—La guardería en el edificio es una idea muy innovadora —espetó la mujer con aprobación.
—El mérito es de mi esposa —explicó, limpiándole la comisura de los labios a Gabriel la cual brillaba de saliva por la dentición—. Muchos de los empleados tienen hijos pequeños que no superan los tres años, así que ella hizo un estudio sobre la factibilidad de adecuar un espacio aquí. Tramitamos los permisos y una vez que estuvo todo en regla implementamos la iniciativa —les contó. Estaba muy orgulloso del desempeño de su mujer—. Que nuestro hijo la ocupe es un agregado conveniente. Lo tenemos cerca para cualquier eventualidad.
—Como padres, nada es más importante que saber que nuestros hijos están seguros —alabó el otro hombre—. En la productividad debe verse reflejado ¿no?
—Por supuesto. Además, tienen autorización para abandonar sus puestos inmediatamente si los llaman desde la guardería.
—Eso es muy considerado —aceptó la mujer —y, si me permite decirlo, tiene un hijo muy guapo —ensalzó enternecida por el bebé.
—Se parece a mí —declaró el padre con petulancia—. Al menos eso dice mi madre, pero mi esposa odia oírlo. Dice que ella lo cargó nueve meses y que tuvo que soportar náuseas y mareos para que yo me lleve el crédito —le recorrió un escalofrío al recordar ciertos episodios en los cuales Rocío parecía detestar su mera existencia—. Lo que ella parece olvidar es que quien soportó su mal humor esos meses fui yo —masculló y Gabriel alzó los ojos para mirar a su padre—. No fue tu culpa, hijo.
Julián siguió con la visita con el niño en su hombro, como si fuese lo más normal del mundo y Gabriel cooperó en todo momento, lo que hizo que varias veces se robara el espectáculo para delicia de todos los presentes.
Iban a tomar el ascensor para ver las oficinas de las plantas superiores cuando un repiqueteo rápido, que identificó como tacones de mujer, buscaba darles alcance.
—¡Julián! —el grito era de Rocío. Una voz que tanto él como su hijo adoraban—. Lo siento, de verdad. No era buena idea traer al bebé hoy —apresuradamente le cortó el paso y saludó a los presentes con una inclinación de cabeza, pero rápidamente enfrentó a su marido—. Debimos dejarlo con tu madre ¿nuestro hijo te dio problemas?
Gloria se había ofrecido a cuidar de su nieto. Como abuela resultó ser mejor que como suegra, pero, aunque su relación con su nuera no era tan estrecha, habían aprendido a tolerarse y hasta habían generado un genuino afecto la una por la otra.
El hecho de que Rocío nunca hubiese delatado su implicancia en el accidente de Buster había contribuido a que se ganara su respeto.
La llegada de su primer nieto la tenía en las nubes y se podía decir que Gloria era una nueva persona desde que era abuela.
—Detente a respirar, cariño —le sugirió y le pasó al bebé—. Gabriel no es un niño problemático, solo está molesto por sus dientes. No me dio problemas ¿verdad, hombrecito? —le preguntó tocándole le respingona nariz herencia de su madre.
—Me lo llevaré —le dijo ella, ignorándolo—. Pudieron llamarme para que fuese por él.
—No estaba molestando —replicó Julián ofendido como si ella le estuviera culpando por no avisarle que su hijo estaba teniendo problemas con sus cuidadoras.
—Lo sé, Julián, pero sé también que este negocio es muy importante para ti. He sido testigo de todo el trabajo que te ha tomado. Deja que me lo lleve y enfócate en esto. Ellos te esperan —indicó con un movimiento de cabeza en dirección al grupo. Por eso la amaba tanto, porque se preocupaba de todo y de todos. Si hubiesen estado solos la habría besado como un loco, pero tenían compañía y un bebé que comenzaba a impacientarse.
—Está bien. Tú ganas —«como siempre» quiso agregar.
—Me iré a casa si no te importa —Rocío le sonrió suavemente—. Dejaré todo en manos de mi equipo —Rocío tenía a cargo el grupo de marketing y lo manejaba de maravilla. Había resultado ser toda una líder y su trabajo había aportado mucho a la empresa desde que había tomado el puesto.
—Te veré allá —aceptó—. Me iré en cuanto termine y me reuniré con ustedes.
—Buster se alegrará de que llegues temprano para jugar con él y Gabriel —Julián se carcajeó con la idea. Buster había dejado de ser un cachorro hacía tiempo, pero seguía siendo como uno y amaba jugar con él y el bebé. En un principio habían temido que no supiera medir su propia fuerza, dado que era un perro grande, pero los había sorprendido al aceptar como amo a Gabriel también y era cuidadoso con él.
Rocío se disculpó otra vez y se llevó a su hijo, sosteniéndolo de tal modo que la cara del niño quedó mirando a su padre quien le guiñó el ojo.
—Una bella mujer también, señor Goic —le dijo uno de los hombres.
—Organizada, encantadora y talentosa —enumeró «Buena madre, excelente esposa y una espléndida amante» agregó para sí. Su mejor error había sido cuando un día en un lejano hospital la había confundido con su prometida—. El amor de mi vida.
Fin
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Si reconoces mi voz
RomanceComo la fiel asistente que era, Rocío tuvo que seguirle la corriente a su jefe cuando este sufrió un cuadro amnésico producto de un accidente de coche. Las recomendaciones del médico habían sido claras y debía hacerle caso en todo. Julián Goic esta...