Capítulo 6

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Rocío no había dormido tan bien en días, estaba tan a gusto en la cama que en primera instancia no sintió nada, pero luego el cosquilleo en su cuello se intensificó y a duras penas abrió separó los párpados.

—Despierte, sexy asistente —escuchó la ronca voz de un hombre—, su jefe la necesita.

—Julián —luchó por desperezarse, pero él no le daba tregua y continuaba con sus caricias— ¿Cómo amaneciste? ¿Hace mucho estás despierto?

—Estoy de maravilla y no, desperté hace poco, pero lo suficiente como para confirmar que soy un hombre muy precavido —Rocío no comprendió a lo que se refería y entre la modorra y el placer por sus besos se dejó hacer. Finalmente, no podrían llegar demasiado lejos así que se permitiría disfrutar un poco de él.

Estiró el cuello para recibir más besos y Julián la complació. Besaba y mordisqueaba su sensible piel, mientras ella le acariciaba el pelo y las orejas.

—Eres muy sensible, mi amor —susurró Julián contra su piel ardiente.

—Es mejor parar —dijo entre jadeos.

—¿No te gusta? —preguntó con total conocimiento de la respuesta. Rocío no sabía qué hacer para detenerlo cuando su cuerpo se negaba a ello.

—Sa-sabes que sí —tartamudeó. Se mordió el labio para evitar soltar el gemido que tenía en la garganta.

—¿Cuánto? —siguió él, pasándole la lengua por la oreja. Era una tortura—. Vamos, señorita Pardo, complazca a su superior y dígale cuanto le gusta.

—Mucho, señor Goic. Muchísimo.

—Oh, mi bella asistente, entonces la noticia que tengo que darle le agradará mucho.

—¿Qué noticia? —inquirió, asustada.

—Tenemos una caja de preservativos. Por lo visto tenía más de un paquete —le guiñó el ojo y todo el sonrojo de sus mejillas se fue de golpe del rostro de Rocío. No podía ser cierto ¡Debía ser una broma! ¿Condones? ¿Por qué tenía él una caja de condones para su viaje con ella? Dios bendito, él debió echarlos por algún motivo, tal vez iría a ver a alguna amante directamente después de irse de allí— ¿Qué pasa? ¿No te gustó saberlo?

—Pe-pero no podemos —no podían. No debían—. No estás bien.

—Yo estoy de maravilla —afirmó y para confirmarlo frotó su hinchada entrepierna con la de ella—. ¿Sientes lo bien que estoy?

—Aún no recuperas todos tus recuerdos —insistió.

—¿Y qué con eso? —inquirió dándose la vuelta para quedar de espalda y arrastrarla a ella para que se recostara sobre él—. Puede que una parte de mis recuerdos se hubiesen ido, pero el deseo que siento por ti no lo olvidé.

Para evitar que continuara protestando la besó en los labios. Rocío se sentía como una masa temblorosa que él moldeaba a su antojo. Las manos inquietas de Julián vagaron por sus piernas y las instó a abrirse para instalarse entre ellas.

La mujer no pudo reprimir un gemido cuando le amasó las nalgas cubiertas por unas finas bragas, tampoco pudo protestar cuando Julián coló los dedos entre sus pliegues íntimos.

—No puedes negar tu deseo, así como yo tampoco puedo negar el mío —le dijo, fascinado ante la humedad que empapaba sus dedos. La oía respirar agitada y suplicar clemencia, pero no detuvo sus caricias.

La suavidad de su cuerpo lo recibió gustoso y prometía el desahogo que tanto necesitaba. Rocío era tan diferente a cualquier mujer que hubiese conocido antes que sus propias reacciones ante ella le sorprendían. Su miembro erecto luchaba contra el bóxer que lo aprisionaba para reunirse con su contraparte femenina y terminar con su agonía.

—Ah, Julián, Dios mío —sus gemidos aumentaron la necesidad que tenía de penetrarla, si eso era humanamente posible.

Envalentonado por su reacción entusiasta, se atrevió a colar los dedos su íntima cavidad. Tenerla encima le facilitaba la labor, dado que en esa postura ella estaba totalmente expuesta.

—Estás muy apretada, amor —se maravilló, pero Rocío se puso rígida.

Todas las sensaciones placenteras se esfumaron ¿Cómo no iba a estar apretada? ¡Era virgen! Y en cuanto la penetrara lo sabría.

Todo el teatro caería. Sería un desastre. Él sin duda se sentiría engañado.

La odiaría.

Pero no quería renunciar eso. A él. No de momento al menos.

El sexo en la vida de Julián no significaba mucho, tal vez a la larga terminaría olvidándolo y ella engrosaría su larga lista de amantes. No tenía que significar nada.

—Te has puesto tensa de repente —comentó él sin sacar los dedos de su interior.

—No pasa nada... es solo —«inventa algo rápido y detén esta locura» se dijo—, es que no quiero que hagas esfuerzos —¿Por qué era tan difícil resistirse a él?

—Entonces estamos en la posición perfecta.

—¿Qué?

—Tú harás todo el trabajo —dijo con arrogancia— ¿Acaso esperas que siempre sea yo quien esté encima? —él no solo había deducido que habían hecho el amor antes, sino también que se había llevado todo el crédito por ello. Una parte lujuriosa de sí que no sabía que poseía reclamó por su orgullo y, alzando, la cabeza le lazó una mirada socarrona.

—¿No le molestará perder el control, señor Goic?

—En vista de que estoy convaleciente, se lo cederé por esta vez, señorita Pardo —accedió, orgulloso de haber conseguido convencerla—. pero solo por esta vez. No se acostumbre a someterme.

Se besaron una vez más hasta perder el aliento y, cuando su miembro enfundado por un preservativo se abrió paso entre los pliegues femeninos, Julián descubrió lo mucho que le gustaba perder el control.

Si reconoces mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora