Capítulo 3

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No fueron necesarios los tres días originalmente planeados para que le dieran el alta, sino que solo dos y Rocío se moría de nervios ante la posibilidad de permanecer con el hombre de sus sueños a solas en una casona que invitaba al romance.

Julián estaba realmente feliz de haber recibido el alta y lo demostraba al comportarse encantador con las enfermeras que coqueteaban con él, aun estando ella presente. Si hubiesen sido pareja de verdad se habría sentido celosa y, aunque no lo eran, lo estaba de igual modo.

Ese exceso de carisma no pasaba desapercibido en ningún lado.

—¿Iremos en taxi? —le preguntó una vez a solas—. Mi auto debió quedar hecho puré ¿no? —Rocío asintió y a Julián le pareció divertida su actitud. Ella se mostraba abochornada cuando el que había chocado y había arruinado su auto había sido él.

—Se demorarán en arreglarlo... de poder hacerlo —titubeó. Como su asistente ella debería haberse encargado de ese asunto, pero había estado pendiente de él desde que lo habían internado y lo había olvidado—. Disculpa, pero no he tenido tiempo de...

—Amor, basta, es solo un auto —dijo restándole importancia.

¿Solo un auto? ¿Estaba de broma? Él no permitía que nadie tocara esa cosa. Era muy celoso en lo referente a su vehículo y lo cuidaba como si se tratase de un hijo.

—Pero era tu auto nuevo.

—¿Y qué? Puedo comprar otro —aquel no era su jefe. Ese era el hombre del que las mujeres hablan. Simpático, distendido, agradable.

Seductor.

Dios, ese modo de mirarla la comenzaba a volver loca. Tenía que hacerle recordar rápido porque no se creía capaz de soportar.

—¿No recuerdas nada todavía? —fue cauta al hacer la pregunta, pero a Julián le molestó que le recordara su condición. Soltó un suspiro osco.

—Recuerdo lo que debo recordar. Lo demás vendrá después —explicó con simpleza—, reconozco que es frustrante para mí tener vacíos de mi historia —continuó esbozando una sonrisa—, pero teniéndote a mi lado me siento tranquilo, Rocío. Es algo que me ocurre contigo desde que llegaste a mi vida. Tu compañía me da seguridad y logras que me calme solo con tu presencia. En el trabajo marcaste un cambio, pero al hombre detrás del jefe lo marcaste aún más —declaró con pasión tomándole la mano y acercando su rostro al suyo para besarla ligeramente.

Ella no se movió y aceptó el beso porque dichas palabras la tomaron desprevenida y aún las estaba procesando. El Julián que ella conocía no le habría dicho eso jamás, aunque hubiese sido cierto. Rocío, en su papel de asistente, le agendaba reuniones, organizaba citas, enviaba regalos y contestaba sus llamadas, pero porque era parte de su trabajo.

No sabía que para Julián significara tanto.

—Oh, qué tierno es —suspiró la enfermera que hacía ingreso en ese momento, era una mujer joven, no tendría más de veinticinco años y lo miraba con admiración—. Si mi novio dijera cosas como esas, me casaría con él sin dudarlo.

—Tenemos planes de boda de hecho —informó Julián permitiendo que Rocío se apartara de su abrazo, se inclinó para besar su frente y luego alzó la cabeza con orgullo.

La enfermera suspiró con placer ante su romántico gesto y Rocío se congeló. Sus tiernas palabras habían hecho temblar su corazón. Julián era muy galán, ella lo sabía, pero nunca había sido el objeto de su interés y aquello cambiaba las cosas, se llenó de anhelo. Era impropio y antiético porque, aunque él pensara que sí, no era su novio, sino que su jefe.

Pero lo amaba. Le había gustado físicamente cuando lo había conocido, para luego enamorarse de su forma de ser. Daba igual si para él no fuese más que su desabrida secretaria, ella estaba perdidamente enamorada de su jefe.

Temía que a raíz de sus atenciones sus sentimientos se desbordaran y terminara cometiendo alguna estupidez. Tendría que ser fuerte. Cuidar de él, pero sin involucrarse demasiado. Confiaba en que Julián recupera la memoria y todo volvería la normalidad antes de que las cosas se salieran de control.

—Vamos —pidió esperando que las demostraciones de cariño de Julián no se hicieran más intensas.

—El médico vendrá en seguida a dejar algunas indicaciones para su convalecencia —informó la enfermera, diligente. Se disculpó con ellos y se retiró.

Casi inmediatamente después que saliera, el médico llegó y les dio algunos consejos. Les recalcó que, aunque debía hacer reposo, lo más recomendable era que siguieran con su rutina de siempre, para que los recuerdos fuesen aflorando. Estos llegarían de manera natural con el tiempo ya que Julián no tenía daño cerebral, su estado se debía a la conmoción producto del traumatismo.

Rocío tuvo que soportar estoicamente que Julián afirmara que se sentía seguro y amado por ella y que estaba convencido que lo cuidaría y mimaría hasta que todo estuviera mejor.

Una vez listos, subieron al taxi donde él la atrajo hasta su costado para abrazarse a ella.

—Creo que le tomaré distancia a estas máquinas —susurró cerca de su oído. Retiró el castaño cabello de Rocío para besar su cuello logrando estremecerla—. Gracias por acompañarme y no reprocharme mi imprudencia, mi amor.

—Po-por favor no hagas eso —le pidió temblando. Necesitaba distancia para no derretirse y no se lo ponía fácil. Tenía que recobrar la calma.

—¿Hacer qué? ¿Besarte en público? —continuó sin dejar de hacerlo—. Tu pudor me excita, querida mía, muero por estar a solas contigo y hacer mucho más que esto.

—¡No! —gritó demasiado alto, tanto que el chofer miró por el espejo retrovisor.

—¿Está todo bien allá atrás? —les preguntó con cautela— ¿Los llevo de nuevo al hospital?

—Está todo perfecto, señor. No se preocupe —Julián le guiñó el ojo al hombre que rio al comprender el motivo por el cual Rocío se había avergonzado. El taxista volvió la vista hacia al frente y, sabiéndose a salvo de su escrutinio, su jefe se inclinó hacia ella—. Me esforzaré por transformar esa negativa en un coro de afirmaciones —prometió en medio de una carcajada ronca.

Muerta de vergüenza Rocío bajó la mirada. 

¿Qué podía hacer? No debía contradecirlo, pero tampoco podía continuar con la farsa. Él no se lo merecía. Además ¿y si había alguien más en su vida? No lo había pensado, pero era posible. Tal vez por eso él creía que tenía una relación seria.

Esa locura tenía que terminar cuanto antes o ella sufriría mucho más con su desprecio por no haberlo sacado de su error. 

Si reconoces mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora