Rocío no estaba pudiendo gestionar la vergüenza que sentía desde el día anterior cuando la madre de Julián había aparecido en la casa. Él, con un sentido de la oportunidad envidiable, había llegado para salvar la situación y se había encargado de Gloria con total naturalidad.
No había mentido cuando había dicho que no ocultaría la relación si alguien los descubría y le había informado a su madre como si nada que ellos eran pareja.
Nunca en su vida se había sentido tan incómoda. Gloria ni siquiera había disimulado su desagrado ante la idea de que su hijo saliera con su asistente. La comprendía porque ella debía estar lejos de sus estándares.
Aprovechando la visita de la viuda, Rocío había encontrado la excusa perfecta para volver a su casa y retornar a la normalidad después de un fin de semana de fantasía.
Al día siguiente regresó a la oficina esperando que las aguas se hubiesen calmado, pero como si la vida se esforzara en jugar con ella, a la primera persona que se cruzó, mientras esperaba el elevador, fue a Alfredo.
—Buen día, Rocío —le saludó con una sonrisa adorable.
—Hola, Alfredo —correspondió reacia. Él, captando su tensión, se acercó a ella y le tomó de los hombros.
—No pretendía ponerte incómoda —la intentó calmar y Roció lo miró a los ojos.
—Lo siento, no puedo evitarlo.
—¿Por el beso del otro día? —inquirió bajando la voz para que solo ella escuchara—. Ya lo hablamos, no hay por qué dramatizar.
—No es por eso —confesó, pero rápidamente se dio cuenta de su desliz.
¿Tan difícil le era guardar el secreto? A ese paso para la tarde todo el edificio sabría que estaba acostándose con el jefe.
—¿No? ¿Entonces por qué...? —la pregunta murió en sus labios y de pronto sonrió con indulgencia—. Ya veo la razón.
La joven no comprendió a lo que se refería hasta que sintió una presencia a su espalda y un carraspeo. Se giró solo para encontrarse con la cara seria de su jefe lacerando a Alfredo con los ojos.
—Buenos días —saludó seco y, sin pudor alguno, puso su cálida mano en la espalda de Rocío— ¿Tuvo un buen fin de semana, señor Gómez? —Rocío no necesitó mirarlo para imaginar la sonrisa socarrona que debía tener en su cara, mientras ella estaba muriendo de vergüenza.
—Bastante tranquilo —respondió Alfredo, educado— ¿Y el suyo, señor Goic?
Rocío se mordió la parte interna de la mejilla, si Julián se atrevía a insinuar que habían estado juntos, se moriría del bochorno, pero para su sorpresa él solo dijo:
—Magnífico.
El elevador abrió las puertas y los tres entraron en él junto a varias personas más. Rocío se fue hasta el fondo y Julián la siguió, como ellos bajaban en la última planta dejaron que el resto se acomodara adelante.
La joven apretó las manos rogando que Julián no le sacara conversación en ese lugar, Alfredo quedó a cierta distancia por lo que no podría usarlo de salvavidas.
No obstante, Julián no tenía intenciones de hablar, por el contrario, amparado por la intimidad que le daba tener la pared a su espalda introdujo su mano por la abertura de su abrigo y la fue moviendo hasta llegar al dobladillo de su blusa.
Rocío dio un respingo cuando la piel de sus dedos entró en contacto con su cintura. Lo miró horrorizada, pero él tenía la cara hacia el frente y su aspecto era normal. Nadie de los presentes parecía advertir cómo jugaba con sus emociones.
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Si reconoces mi voz
Lãng mạnComo la fiel asistente que era, Rocío tuvo que seguirle la corriente a su jefe cuando este sufrió un cuadro amnésico producto de un accidente de coche. Las recomendaciones del médico habían sido claras y debía hacerle caso en todo. Julián Goic esta...