Capítulo 2

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—No debe contradecirlo, señorita Pardo. El paciente debe recordar por cuenta propia, de este modo será más orgánico y evitaremos que colapse mentalmente —dijo el médico de manera tajante.

—Pero, doctor, piensa que soy su novia —exclamó chillando aún confundida por lo que acababa de pasar. Luego del beso había escapado del lugar con una excusa tonta para que él no fuese testigo de su turbación.

—¿Han tenido alguna relación romántica en el pasado que como para que él piense que son pareja? —inquirió el doctor aburrido de la chica. A él no le competía la vida privada de sus pacientes y no era consejero sentimental de nadie.

—No, jamás hemos tenido nada —declaró Rocío, enfática, pero se sonrojó intensamente, lo que al médico le hizo pensar que había cierta atracción entre los dos aun no explorada.

—Entonces no es un recuerdo —reflexionó el galeno—. Tal vez fuese deseo suyo tener una relación con usted —concluyó sin darle importancia.

—¡Imposible! —gritó Rocío llevándose una mano al pecho. Su corazón latió como loco al contemplar esa posibilidad. Era una tontería, era consciente de ello, sin embargo, una parte de ella soñaba con que fuese cierto.

—No podremos saberlo a menos que él lo desmienta y no está en condiciones de hacerlo —aburrido de un drama tan tonto como ese, teniendo tantas cosas que hacer, decidió terminar la conversación—. Señorita, entiendo que no se trata de un pedido fácil de cumplir, pero por el momento tendrá que seguirle la corriente para evitar confundirlo más.

—Pe-pero yo no... —Rocío no pudo terminar la frase cuando una enfermera entró colérica en la oficina del médico.

—Doctor, el paciente Julián Goic —dijo mirando significativamente a Rocío —se niega a comer si no está su novia presente.

«¿Dios, en qué me he metido?»

Rocío sintió el rostro arder. La situación era totalmente absurda. Julián jamás había actuado tan infantilmente en su presencia. Tenía treinta años, cuatro más que ella, y siempre se comportaba con seriedad y madurez, no lo imaginaba haciendo un berrinche. Él nunca mostraba debilidad ¿es que el golpe en la cabeza había cambiado su personalidad? Era un desastre.

Pero debía ser honesta su amnesia temporal le había regalado un momento que atesoraría toda la vida, los labios de su jefe besando los suyos. Su acción imprevista la había alterado, el hombre sabía besar, aquello era innegable. Además, sus ojos la miraban con tanto amor que no había podido resistirse a ellos.

—Vaya con él, señorita. Acompáñelo —le pidió el médico sin saber qué más hacer para ayudar a la jovencita desesperada que tenía frente a él.

Rocío accedió, Julián quería que ella estuviera ahí ¿Cómo decirle que no? Él estaba solo y de momento su madre, una mujer viuda muy distinguida, no sabía que había tenido un accidente. Ella era consciente que debía llamarla, pero con toda la batahola que se había formado lo había olvidado.

No sabía qué encontraría cuando llegase a su habitación. Esperaba que la locura hubiese pasado y Julián volviese a ser el jefe distante que era con ella. Le facilitaría las cosas.

En cuanto entró lo encontró refunfuñado como un niño pequeño al que le habían negado un juguete. Su esperanza se desvaneció, la situación no había cambiado.

—¿Por qué te fuiste así? —la increpó—. No me gustan los hospitales, lo sabes, mi amor—«Ay, como siga diciéndome así...» pensó Rocío mordiéndose el labio—. Quiero irme de aquí, ya me siento bien. Puedo hacer reposo en cualquier lugar y tenemos hotel para nosotros solos, nadie me molestará.

Si reconoces mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora