Capítulo 4

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Julián llegó a la casona con su prometida de la mano. Lo único que quería era una cama donde acostarse y hacer el amor con ella. Se moría de ganas de estar con Rocío a solas. Los días postrado en el hospital solo habían acrecentado el deseo que sentía por su novia, porque sus atenciones y cuidados le tenían excitado todo el tiempo.

Presentía que ello le ayudaría a calmar su ansiedad, la inactividad para un hombre que siempre estaba en movimiento le mataba de fastidio y en vista que estaba imposibilitado de realizar cualquier actividad que pudiera cansarlo ¿Qué mejor que estar durante una semana en la cama con la mujer que le hacía perder el sentido?

—¿Vamos a la habitación? —sugirió Rocío con voz dulce. Julián tragó saliva audiblemente ¿Le había leído la mente? ¿Tal era su grado de conexión que sabía cuándo él quería retozar con ella? Se aclaró la garganta y miró sus luminosos ojos azules enmarcados en sus largas y femeninas pestañas.

—Veo que no soy el único que desea pasar el rato en la cama.

Rocío abrió la boca exageradamente ¿Él había entendido qué ella quería tener sexo con él?

—¡No me refería a eso! —gritó alejándose, pero Julián fue más rápido y la sostuvo por la cintura.

—¿Y qué hay de malo? —preguntó encogiéndose de hombros—. Rocío, nos deseamos desde hace mucho tiempo, estamos enamorados y solos aquí. Hacer el amor es natural en una pareja como la nuestra —los ojos marrones de Julián la sondearon críticamente. Esas reacciones de Rocío lo desconcertaban.

Se querían, presumía que habían hecho el amor antes y aun así ella parecía temer a la intimidad. Le rehuía como desearse fuese incorrecto.

Bajó la cabeza hasta el nacimiento de su cuello y depositó un delicado beso allí.

—E-estás... acabas de... ¡Julián! —gimió cuando él, ignorándola, siguió besando su sensible piel.

—¿Por qué buscas excusas para alejarme? —se quejó.

—Apenas te dieron el alta —Rocío intentó apartarse sin éxito. Julián no le permitió moverse ni un centímetro.

—Hay posturas que requieren menos esfuerzo —agregó sin pudor frotando su pelvis contra la de la joven.

Tal acción encendió su piel, Julián estaba poderosamente excitado y Rocío, aunque intentaba frenar su propia excitación, lo tenía bastante difícil.

Su jefe buscó sus labios y la besó a gusto. Fue un beso distinto a los que se habían dado en el hospital, aquellos besos resultaban castos en comparación. Julián se tomaba su tiempo en cada roce y exploraba con su lengua cada rincón de su boca. Rocío quedó reducida a una masa temblorosa entre sus brazos.

Se quejó en medio del beso, pero él ignoró su protesta. Osadamente, Julián bajó sus manos hacia el trasero de su asistente. Era desconcertante y embriagador a la vez. El tacto de su mano sobre su cuerpo era glorioso ¿Cómo había hecho para vivir sin ello durante todo el año que llevaba enamorada de su jefe?

¿Cómo lo haría para vivir sin él en los años siguientes?

—Mi amor —susurró Julián contra su boca—. Nadie me había puesto como tú antes ¿Siempre es así entre nosotros?

Los remordimientos asaltaron a Rocío, aquello estaba mal.

Todo lo que estaba ocurriendo era un error. Estaba viviendo una vida que no le correspondía. Él no era su novio. Él no la amaba. No habían estado nunca juntos y no deberían estarlo.

Pero lo incorrecto se sentía tan bien.

Tenía que detenerlo.

«Para, por favor»

«No pares»

Luchaba consigo misma, su sentido del deber y las ganas de mandar sus inhibiciones a la basura para ser amada al menos una vez por el hombre al que quería.

Julián, ajeno a su dilema interno, la estaba besando con pasión y la instó a rodear su cintura con las piernas para dirigirse con ella a la cama. No le importó que acabara de salir del hospital, para él lo único importante era hacer suya a esa mujer.

Quería recordar todo lo que habían vivido juntos. Cada beso. Cada roce. Sin embargo, también quería recuerdos nuevos.

Por fortuna su cuerpo seguía conservando memoria espacial y se guio solo hasta la habitación.

—Julián —jadeaba Rocío con abandono en medio de un incesante choque de labios y mordiscos. No había suavidad. Julián estaba demasiado excitado como para ir lento. Quería devorarla y marcarla.

—Te necesito, Rocío —la cabeza de la mujer era un hervidero de actividad. Por un lado, su parte racional le decía que estaba mal hacer el amor con un hombre que no era consciente de la realidad, pero otra parte, aquella parte perversa que hasta entonces conocía, le decía que solo se vivía una vez. Que era mejor arrepentirse y llevarse el recuerdo consigo que vivir preguntándose cómo hubiese sido.

Y es parte ganó.

Julián le fue quitando la ropa con desespero y ella no se opuso. Recorrió con su boca cada curva de su cuerpo y ella no pudo articular negativa alguna. Gemía con abandono ante cada caricia que le prodigaba.

Su estado le impidió ver lo que estaba pasando con él. Su jefe estaba igual de entregado que ella y besaba a la mujer que amaba con hambre, sintiéndola estremecer y agonizar de placer entre sus brazos. Se deleitó con sus curvas femeninas como si se tratase de su primera vez. La piel de Rocío era muy suave. No recordaba haber tocado nunca nada tan delicado.

—Te deseo tanto —susurró sobre su lleno pecho derecho y se inclinó para besarlo. Rocío echó la cabeza hacia atrás con entrega absoluta. Él aprovechó para mordisquear su pezón arrancándole un grito entrecortado.

Era un hombre muy apasionado, pensó Rocío, y por descontado tenía sobrada experiencia sexual.

Y ella no tenía ninguna.

¿Qué podía hacer? Él lo sabría en cuanto la penetrara. Todo terminaría y la odiaría.

—Espera —lo frenó, Julián alzó la cabeza y la miró interrogante. Tenía el cabello alborotado y las mejillas arreboladas.

Su imagen le cortó el aliento.

—¿Qué pasa? —le preguntó a media voz.

—E-es que... —¿Qué podía inventar que fuese creíble? Tenía que pensar rápido—. Condones —dijo rápidamente—. No tenemos condones.

—¿Cómo que no tenemos? —inquirió, frustrado.

—Estaban en el auto y no he ido por más. Lo siento —era la excusa perfecta. Él era cuidadoso con su intimidad y muy tradicional. Si estaba tan seguro de que iban a casarse seguro que no querría embarazarla antes del matrimonio.

—Demonios —masculló, molesto—. Tienes razón, es mejor parar. Por mucho que nos deseemos tenemos que ser cuidadosos. Es muy pronto para ser padres —se apartó de ella y se dejó caer de espalda sobre el colchón. Por acto reflejo a Rocío la inundó la vergüenza y se cubrió su desnudez con premuera.

—Deberías descansar, yo iré a preparar algo de comer —sugirió para escapar del hombre agradeciendo que no hubiesen llegado más lejos, porque que Dios la perdonara, no hubiese tenido la fuerza para detenerle.

Salió de la habitación tan rápido que se enredó con sus propios pies y, una vez a solas, le llevó una mano al pecho y suspiró con pesadez. 

No podía permitir que un momento de debilidad como aquel se repitiera. 

Cuando Julián recuperara la memoria se lo agradecería.

Si reconoces mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora