Capítulo 9

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Julián caminaba por una estrecha calle, le pareció curioso que todo se sintiera tan diminuto en comparación a la ciudad en la que vivía. Aquel pueblecillo era perfecto para una escapada romántica, transmitía un aire encantador y acogedor que toda pareja necesitaba de vez en cuando.

Su futuro hotel sería una auténtica novedad para los amantes, como él y Rocío. La voz se correría y la inversión se recuperaría con creces. Ya le restregaría en la cara a sus socios, quienes lo habían tomado por loco ante su idea de invertir allí, su éxito llegado el momento.

Se sentía optimista porque él mismo daba fe de lo mágico del lugar.

¿Qué importancia tenía si aún no recordaba los últimos meses de su vida? Nunca se había sentido tan pleno y sospechaba que se debía a que tenía a Rocío a su lado.

Su tímida y bella Rocío.

Ella era su paz y su refugio en medio de la bruma del olvido en el que se había sumergido. Un abrazo suyo era capaz de calmarlo. Ella le hacía feliz.

Estaba enamorado con una intensidad que en otro tiempo le hubiese hecho salir corriendo en dirección opuesta. No renegaba del amor, pero no se había sentido preparado para comprometerse con anterioridad.

—Señor —la voz de un niño lo sacó de sus pensamientos y se volteó para ver como un crío de no más de doce años, abrigado hasta la punta de los pies, sostenía una cajita— ¿Quiere un perrito?

—¿Eh? —el chico aprovechó su desconcierto para quedar frente a él y mostrarle el contenido de la caja. Los ojos de Julián se dirigieron a la criatura de enormes ojos celestes que lo miraba con recelo.

—Es un husky siberiano—informó, pero frunció las cejas antes de rectificar—. O más o menos. Mi perra se escapó y se cruzó con el husky del vecino.

—Lo siento, chico —se disculpó rápidamente—, pero creo que no puedo llevarlo conmigo.

—Por favor —suplicó compungidamente y dejó la caja en el piso para tomar al animal y mostrárselo—. Mírelo, no tiene ninguna pulga. Es macho, muy bueno y ya come solo. Duerme casi todo el tiempo —claro, pensó Julián, era un cachorro. Pero los cachorros crecían y a juzgar por el tamaño de esas patas, sería un perro grande.

—No puedo llevarme un perro... —Sin embargo, como si el perro supiera que estaba dudando, le miró con sus expresivos ojitos como si él fuese todo en su mundo. Su esperanza de tener un hogar. El niño lo notó y se aprovechó de ello.

—Eran cinco, pero la gente se llevó a sus hermanos y solo me queda este. Este tipo de perros son muy valorados aquí ¿sabe? —la mente de Julián ya pensaba en dónde instalaría al perro y si a Rocío le molestaría—. Era el más pequeño de la camada, pero crecerá y será un gran guardián.

Finalmente, Julián, sin saber cómo, terminó adoptando a un perro. Esperaba que a Rocío no se molestara con él por su acto impulsivo.

—Más te vale, amigo, que seas un buen perro. Tengo una novia y no sé si a ella le agrade tu presencia —el can escondió su cabeza en medio de su chaqueta y Julián echó un suspiro—. No es alérgica a los animales, eso lo sé. Así que intenta ganártela de algún modo. Es muy dulce y tiene paciencia, pero no abuses ¿entiendes?

Si entendió o no, eso jamás lo sabría, pero lo que sí sabía era que Rocío jamás rechazaría a su nueva mascota. Podría decirle que era una manera de practicar para cuando quisieran tener hijos.

Entró sin llamar con el cachorro y la bolsa con sus compras en las manos. Fue entonces que vio a su prometida sentada en el suelo con la cabeza entre las manos.

—¿Mi amor? —la llamó corriendo a su lado, se agachó y olvidó que cargaba al perro, quien se liberó y se escondió detrás el sofá— ¿Pequeña, qué tienes? ¿Estás enferma?

—Julián, lo siento. Lo siento tanto —dijo entre sollozos—. Dios mío, Julián, lo siento —Rocío lloraba desconsolada y Julián no sabía qué diablos pasaba. La atrajo hacia su pecho y la abrazó.

—¿Qué pasa, mi amor? ¿Qué te tiene así? —Rocío continuaba llorando sin darle una pista del motivo de su pena. Él tenía el corazón en un puño.

—Soy tan tonta. Tan idiota —Julián se separó de ella y atrapó su rostro entre sus enormes manos.

—¡Oye! —la llamó—. No digas eso de mi chica. Mi novia es la mujer más inteligente y capaz que he conocido —declaró. Ella era maravillosa. Perfecta. Siempre sabía qué hacer y en su trabajo era irremplazable. Le besó la punta de la nariz y las mejillas bañadas de lágrimas—. Puedes decir lo que quieras de ti misma, pero no que eres tonta.

—Julián no entiendes. Hice algo malo —le confesó y se dio cuenta que seguía mintiéndole—. Estoy haciendo algo malo. Soy una persona horrible.

—¿Qué cosa? ¿Es algo que no recuerdo? —Rocío asintió tímidamente. La hora de la verdad había llegado—. Tú y yo no estábamos bien —afirmó, sorprendiéndola.

—Sí... no estábamos juntos, Julián —el corazón del hombre se paralizó y retrocedió sintiendo pánico.

—Habíamos discutido —aseveró recordando un altercado que había tenido poco antes de viajar. No veía la cara de la mujer. Sin embargo, debía ser Rocío, aunque no asoció la memoria a dolor. De hecho, no sintió inquietud alguna—, pero no recuerdo el motivo. No debió ser tan grave.

—No —dijo ella. Iba a agregar que no era eso, pero él no se lo permitió.

—Amor, no debes llorar por una tontería —le calmó como si fuese una niña haciendo una pataleta—. Sí, entiendo que si estábamos algo distanciados te puede parecer raro que no arregláramos nuestras diferencias. Con todo lo del accidente no tuvimos la oportunidad hacerlo antes de caer en la cama —concedió con una sonrisa pícara—. Pero lo que importa ahora es que, lo que fuese que fuese, no tiene relevancia. Solo importamos nosotros.

—Tú no entiendes —porfió ella. No sabía qué hacer, no quería forzarlo a recordar, pero tampoco podía continuar con la mentira. Ya había llegado demasiado lejos.

—¿Me fuiste infiel? —preguntó sabiendo que no, ella negó y él sonrió aún más— ¿Ves? Eso sería lo único que no podría perdonarte, todo lo demás lo podremos hablar cuando llegue el momento.

La besó entonces para reafirmar sus palabras, cuando la bola de pelo que tenía por mascota decidió que no quería ser ignorado por más tiempo y se interpuso entre los dos.

—¿Qué? Oh... —Rocío suspiró soñadora ante el cachorrito que le movía la cola.

—Genial. Buena forma de llamar la atención.

—¿De dónde ha salido? —preguntó tomándolo y apoyándolo en su regazo.

—De una caja de cartón —Rocío lo miró frunciendo las cejas, por lo menos ya no lloraba. La prefería mandona que triste. El suertudo perro ya recibía sus caricias ¡Y él que había muerto de deseo por ella durante meses no había recibido ni una sonrisa hasta hacía poco! El muy condenado tendría que darle su secreto—. Un chico me lo dio —aclaró, sumiso.

—Pero tú nunca hablaste de querer un perro.

—¿No te parece que necesitamos uno? —inquirió sonriendo, le besó los labios lentamente para convencerla. 

Si reconoces mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora