Capítulo 10

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La semana estaba terminando y, aunque a él le encantaría que no fuese así, tendrían que volver a la realidad en unas horas. Lo único que lo frustraba era que todavía no era capaz de recordar y a ratos sufría de migrañas, pero todo lo demás parecía estar en orden. Iría a la clínica una vez que volvieran a casa para asegurarse que era la única secuela que el accidente le había dejado. Él no se quedaría con una única opinión médica sobre su condición, sobre todo porque el hospital en el que había estado no contaba con lo último en tecnología.

Aunque siendo honesto, no tenía ganas de regresar al trabajo así que si le daban una licencia la tomaría encantando e, incluso, podía convencer a Rocío de volver allí por unos días más. Era habitual que trabajara demasiado porque no confiaba en delegar sus responsabilidades a sus subordinados y pasaba más tiempo en la oficina que en su casa.

Aquello debía cambiar una vez que se casara.

La vida hogareña tenía un encanto que apenas descubría, no sabía lo mucho que necesitaba desconectar de la realidad hasta que había ocurrido el accidente. Rocío era una compañera atenta a sus necesidades y hasta el perro se había adaptado bien y dormía con ellos en la misma cama, por lo que el sexo había quedado relegado a unos simples besitos antes de dormir.

No se quejaba solo porque amaba a ese mestizo mordelón.

—Buster —llamó con suavidad Rocío al cachorro, que corrió hasta la cocina donde ella estaba—. Ven, pequeñito, es hora de tu almuerzo.

¿Cómo no estar loco por ella? No solo no se había molestado con él por adoptar a un perro sin que lo hablasen antes, sino que además lo había aceptado y lo trataba como si fuera un bebé.

De pronto los imaginó con un hijo y se permitió la debilidad de pensar en cómo sería. No es que estuviera desesperado por ser padre, eran jóvenes y podían esperar, pero definitivamente le gustaría compartir la experiencia con ella.

Aprovechó que estaba ocupada para ir al baño privado del cuarto en el que se habían instalado y se miró al espejo, necesitaba afeitarse. Sacó lo que precisaba del cajón en el que tenía sus artículos de aseo y procedió a ponerse espuma y a pasar la máquina por su cara.

La acción en sí no tenía nada de especial, pero a él le provocaba un extraño placer. Tenía poco vello, pero le crecía rápido así que se afeitaba una vez al día como un ritual.

Se sintió satisfecho con el resultado, lavó su cara y la cuchilla con especial cuidado, había sido un regalo de su fallecido padre y solo por eso se negaba a reemplazarla. Secaba sus manos cuando el celular de Rocío comenzó a vibrar en la mesilla de noche, se sobresaltó y salió disparado para alcanzar a atender.

Frunció las cejas ante el nombre de la persona que llamaba. Se encogió de hombros y respondió. Sabía que tendría que escuchar una regañina de parte de su interlocutora.

—Mamá —saludó cautelosamente.

—¡Hijo! Por fin puedo hablar contigo. No sabes lo preocupada que me tenías —se quejó desde el otro lado. Con el tono de su voz pudo visualizar su expresión, le desconcertó que se oyera tan inquieta.

—¿Preocupada? —inquirió fuera de pista. El accidente había sido grave, pero estaba bien y suponía que Rocío se lo había aclarado. Reconoció para sí que había cometido el error de darlo por sentado, además había estado muy demandante con ella, tal vez se le había pasado notificarle su evolución a su madre.

—Claro, esa asistente tuya no me dejó hablar contigo —a Julián le molestó que se refiriera a Rocío como su asistente. Lo era, sí, pero era mucho más que eso. Era su futura esposa.

—Rocío y yo hemos estado ocupados —la defendió.

—Imagino que sí —el tono de su madre se suavizó—. Tanto como para no haber llamado a Larissa ni una sola vez ¿no?

—¿La-Larissa? —¿de dónde le sonaba ese nombre? ¿Por qué le era tan familiar? No podía recordar con claridad a la persona. Comenzó a sudar cuando un amargo presentimiento se instaló en su pecho.

La conocía.

La conocía bien.

Como si de una explosión se tratase, la imagen de una mujer rubia de ojos celestes se le vino a la cabeza y se instaló allí. Había habido algo íntimo entre ellos. Varias escenas inconexas se sucedieron ante sus ojos y le revolvieron el estómago.

Tuvo que sentarse en la cama para no caer al suelo.

—Esto no me puede estar pasando —gimió llevándose una mano a la cabeza—. No. No. No.

¿Dónde encajaba esa mujer en su vida? ¿Había engañado a Rocío con ella?

¿Por qué su madre se la nombraba?

Las manos le temblaban tanto que estuvo a punto de tirar el celular, hasta que la mujer que le dio la vida le habló haciéndolo reaccionar.

—Julián, por Dios, pareciera que no te alegra saber de que tu novia se preocupa por ti —espetó su mamá ignorante del caos en el que estaba inmerso.

«Novia. Larissa. Larissa es mi novia»

¡Dios del cielo! Ya recordaba.

El corazón le rugía en el pecho. Estaba aturdido e hiperventilando, sentía como el peso del engaño caída sobre él.

La dulce, tierna y servicial Rocío había jugado con sus sentimientos.

La muchacha que solo hacía unas horas había despertado con sus besos y se había entregado a ellos, le había mentido y se había reído de él en su cara.

«¿Por qué?» se preguntaba una y otra vez.

Él merecía saberlo, quería una respuesta a su engaño, porque, qué Dios le ayudara, estaba furioso y al borde del colapso.

—Tengo que dejarte —le dijo a su madre, brusco.

—¿Qué pasa, hijo? Te noto extraño.

—Tengo que arreglar un asunto —le colgó sin ceremonias. No tenía ánimo de ser delicado cuando su cabeza era un lío.

Rocío había aplastado su ego y, lo más doloroso, también su corazón.

¡Había creído que se amaban!

Iba a obligarla a confesar la verdad y una vez que lo hiciera la sacaría de su vida para siempre. Olvidaría sus besos cargados de falsedad, sus palabras de amor y su entrega en la cama.

Se rio con ironía, si hasta hacía unos minutos esperaba recordar aspectos de su pasado olvidados, en ese momento quería borrar de su mente los días que había pasado con Rocío. Era un estúpido que se había dejado llevar por una fantasía de su mente.

Lanzó el celular al piso sin reparar en nada que no fuese el enfrentamiento con la peor mentirosa que había tenido la desgracia de conocer.

Determinado fue a su encuentro.

Si reconoces mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora