Julián había decidido dejar de hostigar a Rocío, porque el evento del día del anterior había sido un claro indicador de su mal comportamiento hacia ella. Al llegar a su casa y ser recibido por un entusiasta Buster, se había detenido a analizar lo cruel que estaba obrando con su asistente al abusar de su condición de superior jerárquico.
Como si sus palabras no hubiesen sido lo suficientemente claras su corporalidad hablaba por ella. La derrota en su semblante y lo sombrío de su mirada no dejaba dudas de lo mal que lo estaba pasando por su causa.
Cortar todo de raíz era lo más sano para los dos.
Su madre, como era habitual, le había llamado insistiéndole que invitase a Larissa a la fiesta de empresa de una buena vez. La mujer estaba preocupada por su mutismo y esperaba que enmendara la situación.
Julián se dio cuenta que, sin ser consciente de ello, estaba jugando a dos bandas. Su indecisión era dañina y dos mujeres estaba sufriendo por su causa.
Rocío lo amaba, pero no quería tener nada que ver con él y buscaba dar vuelta la página. Larissa decía quererlo e insistía por reestablecer su relación.
La balanza estaba inclinada para un lado.
Así que, desafiando los designios de su corazón, se había vuelto a poner en contacto con Larissa y la había invitado para la noche siguiente. Ella había fingido estar ofendida por haber sido ignorada con anterioridad, pero Julián le prometió que se lo compensaría y la había apaciguado.
Estaba hecho.
A la hora de dormir, Buster se acurrucó a su lado, le regaló un suspiro cansado antes de cerrar sus brillantes ojitos celestes y Julián volvió a recordar a Rocío. Ella faltaba en esa cama para tres.
♥♥♥
A todos en la oficina se les permitió volver a casa después del almuerzo para que descansaran y se prepararan para la noche. La celebración no dejaba de ser una actividad de la empresa, finalmente.
Julián pasó por Larissa a eso de las ocho de noche y, como era de esperar, ella lucía exuberante.
—No creas que te perdonaré tan rápido —dijo con altanería.
Con la elegancia de su buena cuna le forzó a comportarse como un lacayo ante su señora. La comodidad que había gozado a lo largo de su relación con ella había desaparecido y lo comprobó de mala manera. Invitarla había sido una idea nefasta, lo supo desde el momento en que entró y sus ojos buscaron a Rocío entre la gente muy a su pesar.
Aquello no estaba bien. No podía conducir a nada bueno.
Estaba dejando que su orgullo se interpusiera en su felicidad y como si no fuese suficiente al momento en que sus ojos se encontraron con los de Rocío los cimientos de su seguridad se resquebrajaron.
Era a ella a quien quería a su lado.
No lucía despampanante como la mujer que colgaba de su brazo, pero aun así le quitaba el aliento con su aire de niña herida a la que habían obligado a asistir a una fiesta con gente a la que no quería ver.
«Linda» pensó con embeleso.
Linda, inocente y dulce.
¿De verdad había pensado en reemplazarla por Larissa?
En su pecho estalló un sentimiento de anhelo que iba más allá del deseo sexual y por primera vez no quiso satisfacer sus propios instintos, sino que pedirle perdón por haberle hecho tanto daño.
Había sido un idiota al jugar con ella. Un mal hombre que había abusado del amor que ella le profesaba para atormentarla por un error que habían cometido los dos.
Tenía que hablarle y confesarle que estaba dispuesto a dejar todo atrás por explorar lo que había entre los dos. Si Rocío le aceptaba ambos tendrían que hacer sacrificios, pero él estaba dispuesto a hacerlos si con ello recuperaba en norte de su vida. Quizás con el tiempo lo que sentían desapareciera, pero existía la posibilidad que ocurriese lo contrario.
Ella había reconocido que lo amaba y él, por su parte, el tiempo que creyó amarla fue inmensamente feliz.
—¿Pasa algo, cariño? —ronroneó Larissa a su lado, Julián la miró de reojo y cayó en cuenta de que su declaración a su asistente tendría que esperar.
—No pasa nada —la tranquilizó.
—Estás un poco ausente desde que llegamos —replicó la mujer. Su preocupación le hizo sentir culpable y reaccionó a la defensiva.
—Imaginaciones tuyas —dijo con más dureza de la necesaria.
Los labios de Larissa se fruncieron y Julián comprendió que no se merecía ese trato cuando ella no era responsable de que él sintiera atraído por otra mujer. Para suavizar su reacción le dirigió una sonrisa torcida.
Se esforzaría porque esa última noche con Larissa fuese lo menos incómoda posible. Se lo debía.
♥♥♥
Sonrisa que su jefe le dirigió a su hermosa acompañante fue como un dardo para el corazón de Rocío, quien permanecía en una esquina apartada de los demás deseando no estar allí.
—¿Por qué la chica más linda de la fiesta tiene esa cara de pena? —preguntó Alfredo llegando hasta ella con dos copas de champán. Galante, le tendió una que Rocío tomó más para aplacar el temblor incontrolable de sus manos que por sed.
—Gracias —sonrió tensa y bebió un sorbo rápidamente.
—De nada —el joven se acercó tanto como la distancia protocolar lo permitía—, pero aún no me respondes.
—Yo... —la voz se le quebró un poco por lo que debió carraspear—. Estoy pasando por un mal momento —a la lastimosa respuesta la acompañó una mirada dolida hacia la pareja de Julián. No podía desconocer que la mujer era una belleza y con ese traje que, con toda seguridad valía más que lo que ganaba ella en un año, parecía una diosa.
—¿El jefe? —cuestionó el joven con sorpresa. No tardó en atar cabos y mirarla con sospecha—. Por eso actuó tan extraño ayer cuando nos vio juntos —Rocío asintió—. No sabía que ustedes... es decir, que tú... —titubeó, inseguro.
—No pasa nada. Tuve un enamoramiento con él y se lo confesé —aclaró intentado que su dolor no fuera patente—, pero no es como si tuviera alguna posibilidad —continuó con derrota—. Su novia es perfecta ¿No?
—Del tipo plástica, sí —dijo Alfredo con ternura—. Tú eres más linda.
Rocío sonrió sinceramente ante su intento de alegrarla, aunque fuese con una gran falsedad. No había punto de comparación entre ellas.
—Gracias —se mordió el labio inferior con azoro.
—Sé lo que estás pensando, pero tú no necesitas competir con ella —alzó la voz, aunque no lo suficiente para que el resto de la concurrencia escuchara. Era una fiesta, todo el mundo estaba medio achispado ya—. Eres bella a tu manera, Rocío... es más ¡Eres la mujer más linda de la oficina!... No ¡Eres la mujer más bella de la cuidad, del país, del mundo entero! —exclamó dramáticamente—. Cualquier hombre podría perder la cabeza por ti —Rocío estalló en carcajadas.
—Basta —suplicó sin parar de reír, secándose una lagrimilla de la esquina del ojo—. Por favor, para.
Su noche cambió desde entonces, con Alfredo todo era sencillo. El hombre la hacía reír y olvidar que solo a unos metros Julián estaba junto a su novia y que ella estaba muriendo de celos.
Bebió y bailó como hacía tiempo no hacía. Se sintió joven y feliz por el tiempo que el encantamiento duró. Sin embargo, cuando el reloj marcaba las doce de la noche fue testigo de cómo Julián salía con Larissa y su sonrisa se apagó. Le dolió y ni siquiera la alegría de su pareja pudo lograr que volviera a animarse.
—¿Quieres irte ya? —preguntó Alfredo al verla nuevamente triste, Rocío solo asintió.
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Si reconoces mi voz
RomansaComo la fiel asistente que era, Rocío tuvo que seguirle la corriente a su jefe cuando este sufrió un cuadro amnésico producto de un accidente de coche. Las recomendaciones del médico habían sido claras y debía hacerle caso en todo. Julián Goic esta...