Capítulo 19

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—¿Cómo logras reducirme a esto? —escuchó el susurro suave en su oído de la tierna voz de Rocío.

—No busques la explicación justo ahora —replicó él, agotado.

—¿Cuándo entonces? —preguntó empujándolo para que saliera de su cuerpo, aun así, fue traicionada por el suyo que se estremeció por la pérdida de su calidez y firmeza.

—Cuando mi cerebro vuelva a funcionar —farfulló con un gemido ¿Cuál era la manía de las mujeres de hablar después del sexo? Él lo único que quería era quitarse la ropa sudada, acostarse un rato para reponerse y, si la suerte estaba de su lado, volver a empezar en cuanto tuviese las fuerzas suficientes para hacerlo.

—No te entiendo —se quejó ella con genuino desconcierto. Se acomodó su vestido con manos torpes y se giró para no verle la cara.

—No te esfuerces en intentar entenderme, ni yo lo hago —confesó aprovechando que ella se alejaba con pasos titubeantes. Se rio, le temblaban las piernas todavía, aunque se mostrara orgullosa y ofendida.

La siguió guiado por la luz de la luna que se colaba por una ventana porque ella, conocedora de cada rincón de su espacio privado, dejó la casa a oscuras. Le frustró un poco no poder ver el lugar donde vivía su amante, se imaginaba un sitio pulcro y organizado, lleno de detalles que demostraban el sello de la joven, pero en penumbras no fue capaz de distinguir nada que lo confirmara.

Un estrecho corredor, cuya madera crujía bajo sus zapatos, dio pasó a una habitación donde Rocío, finalmente, encendió una lámpara ubicada en una mesita de noche.

No le sorprendió la decoración femenina que encontró en ella y asumió que se trataba de su propia habitación. Todo era diminuto y aquello le arrancó una sonrisa tierna. Más que una casa, parecía un apartamentito de esos que alquilaban personas que vivían solas y que pasaban más horas en sus trabajos que en él. Desde afuera todas las puertas eran iguales y estaban muy juntas.

No vivía en un mal barrio, pero no había áreas verdes ni juegos infantiles cerca.

Al pensar en niños, tragó saliva pesadamente.

—Será mejor que te vayas. Ha sido un día muy largo para los dos —le sugirió con voz queda. Se oía derrotada. Julián chasqueó la lengua y se masajeó las sienes.

—¿No querías hablar sobre lo que acaba de pasar?

—No, no me siento en condiciones de hablar de ello —contestó poniéndose rígida.

—Tuvimos sexo sin protección —le recordó, tenso— ¿No quieres que hablemos de eso? —la vio estremecerse ante su declaración.

—Dios mío —gimió Rocío entendiendo el motivo por el cual él seguía allí— ¿No usaste nada? —cuestionó en pánico— ¡Tú eres muy cuidadoso siempre! —le encaró. Julián resopló, el control de natalidad no recaía solo en él, los dos habían participado de buena gana en el asunto—. Nunca lo habíamos hecho así. Esto es un desastre.

—¿Qué querías? No pensé que nos comportaríamos como dos animales en celo contra la puerta —se defendió, ofuscado—. No era mi intención cuando vine a verte.

—¿Entonces a qué viniste? —inquirió ella con acidez. El hombre frunció las cejas.

—¿Crees que vine solo para tener sexo contigo? —la mirada que ella le dirigió fue elocuente. Al diablo con las sutilezas—. Te recuerdo que la me saltó encima fuiste tú —la atacó con sorna—, no alcancé a articular una palabra cuando ya te tenía besándome como si tu vida dependiera de ello.

—¡No te opusiste! —exclamó la joven, agraviada.

—¿Lo habrías hecho tú? —contraatacó.

—Esa no es la cuestión —Rocío se negó a responder—. Está hecho y debemos solucionarlo. Tenemos que ir a la farmacia para conseguir la píldora de emergencia.

Si reconoces mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora