2- Sombras en la noche

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Rowent


—Ya puedes bajar la guardia, Rowent— me dijo Welly acercándose a donde estaba. Inmediatamente me relajé—. Tengo un poco de pan que compré hoy y algo de carne seca que me dieron a cambio de unos herrajes, no podían pagarme.

—Deberías hacerte respetar más— le dije aceptando un trozo de carne—. Siempre terminan pagando con comida.

—Es para lo que usaría su dinero igualmente— se resignó y tironeó de su trozo.

Welly era mi hermano desde que tenía memoria. Siempre en las buenas y en las malas. Había sido un huérfano solitario, de los que se agolpan en las puertas de los establecimientos, con ropas lodosas y un pobre discurso en los labios. Mi madre lo había visto y sintió pena por él, lo llamó y luego de darle un baño, ropa limpia y comida, decidió adoptarlo.

Welly era más joven que yo, crecí como su hermano mayor y cuando mamá murió, tuve que encargarme de él.

Apenas tres años menos, hacían una diferencia cuando solo tenía trece. Empleé de mejor manera mi talento de correr por los tejados y robar comida de las ventanas para luego compartir la comida con él, que me esperaba en la habitación donde dormíamos y de donde no nos correrían mientras pagáramos la renta. Me tuve que afinar y robar más y mejor.

Con el tiempo, la historia fue cambiando y Welly aprendió un oficio y se convirtió en un respetable herrero que cuidaba unos establos por las noches. En cambio yo, bueno, me había mantenido dando siempre la misma cara, ladrón de día y hermano de noche.

Sabía que por dentro, Welly, a pesar de estar agradecido por los años en que lo había cuidado, se avergonzaba de mí. Me dolía ver a mi pequeño hermano lamentarse internamente, pero no podía remediarlo. Yo no era nadie, no tenía un estudio, un oficio. Apenas sabía leer. Solo podía sobrevivir.

En mis tiempos libres, pasaba el rato aprendiendo hechizos nuevos de un libro que me había dejado mamá. Lo llevaba a todas partes conmigo y aunque no había aprendido mucho hasta la fecha, los que hacía solían salirme bien.

—¿Qué hiciste hoy? —pregunté para romper el silencio aún sabiendo que su respuesta sería aburridísima.

—¿Para qué me preguntas, Wenty? Ya sé que no te interesa —su tono de voz era triste, siempre era así. ¿Cuánto hacía desde que había dejado de ser el chico alegre que yo conocía? Lo codeé juguetón.

—Vamos, no seas amargo ¡cuéntame algo!

—¿Quieres que te cuente algo? — se puso serio.

—Si, dime —di otra mordida a mi trozo de carne.

—Adivina quiénes fueron mis clientes hoy...—se hizo el misterioso.

—No lo sé, te escucho— me relajé.

—Un regimiento de guardias pasó por aquí y uno de ellos necesitaba un cambio de herrajes, así que todos se detuvieron.

—Aja, ¿y qué pasó? —Ni siquiera lo miraba mientras engullía otro pedazo de carne, el último a mi pesar. Vamos que no quería ser descortés, pero nuestras conversaciones últimamente eran todo menos interesantes. Aún así trataba de forzar la comunicación.

—Hablaban sobre atrapar a un brujo, uno muy poderoso. Mató a dos de ellos a sangre fría y estaban tomando todas las medidas para atraparlo.

—Que interesante— mastiqué el pedazo de pan que me quedaba.

—¡Wenty! ¡Por favor! ¿Te están buscando y ni caso? —Estaba enojado, angustiado y muy sensible cuando lo decía.

—Primero, gracias por considerarme un brujo muy poderoso, mamá estaría orgullosa— dije aclarando la garganta—. Luego, sabes que siempre me están buscando ¿qué sería de diferente ahora?

El despertar oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora