20- Las sombras de la muerte

1 0 0
                                    

Drimmar

Me alejé de Rowent, mi corazón desbordado de desesperación y miedo. Temía que mi propio pánico empeorara la situación. Respiré hondo, intentando calmarme aunque fuera por un momento, pero el terror seguía atenazando mi pecho. Rowent yacía en el suelo, malherido, con un tajo enorme en su abdomen. La sangre manaba sin cesar, y en el fondo de mi mente sabía que no había manera de que sobreviviera a eso. No podía perderlo, no ahora. La desesperación me abrumaba, y deseé con todas mis fuerzas que Maerin estuviera aquí; él sabría qué hacer.

—¡Señor! ¡Señor! —la voz angustiada del niño interrumpió mis pensamientos, llamándome de vuelta a la realidad.

Me acerqué a Rowent, mi corazón latiendo con frenesí. No respiraba. El pánico se convirtió en una marea de desesperación.

—¡No, no! ¡Rowent, regresa! —grité, mi voz quebrándose mientras lo zarandeaba con fuerza. Mis manos temblorosas lo abofetearon suavemente, intentando desesperadamente traerlo de vuelta. Luego, presioné su pecho de forma rítmica, intentando resucitarlo. Una y otra vez, presioné, rogando que volviera a respirar.

Pero no hubo manera. No regresó.

Su vida se apagó ante mis ojos, así de simple, así de trágico. Todo lo que habíamos planeado, todos nuestros sueños y esperanzas, se desvanecieron en un instante. Me quedé allí, arrodillado junto a su cuerpo inerte, sintiendo que el mundo se derrumbaba a mi alrededor. La desesperación y la impotencia se apoderaron de mí, dejándome vacío y sin consuelo.

—¿Qué hacemos? —preguntó el niño con ojos llenos de incertidumbre.

Yo no tenía una respuesta clara en ese momento, pero sabía que debíamos actuar rápidamente. El caos nos rodeaba y no había tiempo para dudar.

—Tenemos que salir de aquí —dije finalmente, con una firmeza que esperaba inspirara confianza—. Debemos llevar a Rowent y a Rama con los demás antes de que cualquier guardia nos alcance.

Me levanté y miré a mi alrededor. Los prisioneros, al principio llenos de esperanza, comenzaban a dispersarse, empujados por el miedo y la confusión. No podíamos permitirnos perder a más personas, no después de todo lo que habíamos pasado.

Afortunadamente, dos prisioneros se quedaron, sus rostros determinados y listos para ayudar. Se ofrecieron a llevar el cuerpo inerte de Rowent. Sus manos temblaban mientras lo levantaban, y yo los insté a tener cuidado, preocupado de que pudieran dejarlo caer.

Avanzamos con cuidado por el terreno accidentado, cada paso parecía un esfuerzo monumental. El niño ayudaba a Rama a caminar, estaba débil pero podía hacerlo.

La caminata se hizo eterna, cada metro ganado parecía una pequeña victoria en medio de tanta adversidad. Rowent era más pesado de lo que parecía.

Mientras caminábamos por la maleza, mi mente estaba agotada. Las imágenes de lo que acababa de vivir se repetían una y otra vez. Sentía el peso de la responsabilidad apretando mis hombros.

—Vamos, sigamos —dije para animar a los prisioneros que cargaban a Rowent, y para animarme a mí mismo también—. Ya casi llegamos.

Las palabras sonaban vacías, sin el consuelo que esperaba transmitir. Los pensamientos seguían agolpándose en mi mente. ¿Qué haríamos después? Con Rowent se iban todas nuestras esperanzas, este viaje era inútil.

Cuando finalmente caminamos el último trecho, agotados de acarrear con Rowent, el campamento se hizo visible. Respiré con alivio, aunque el peso en mi corazón seguía ahí. Sabía que esto era solo el comienzo de una nueva etapa en nuestra lucha, y que debíamos estar preparados para cualquier cosa.

—Llegamos —anuncié, más para mí mismo que para los demás.

Maerin fue el primero en ponerse de pie al vernos aparecer. Su rostro se iluminó brevemente con esperanza, pero al ver el estado de Rowent, su expresión cambió drásticamente. La preocupación se apoderó de sus ojos, y rápidamente se acercó corriendo.

—¡Drimmar! —exclamó, su voz cargada de urgencia y temor.

A su lado, Rosita observaba con una expresión que era difícil de descifrar. Sus ojos reflejaban una mezcla de miedo, sorpresa y algo más que no podía identificar.

Maerin llegó hasta nosotros y me ayudó a bajar con cuidado a Rowent. Con una suavidad que contrastaba con la dureza de nuestro entorno, lo colocamos sobre la suave hierba asegurándonos de no causarle más daño.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Maerin, su voz apenas un susurro lleno de incredulidad y dolor.

Le conté rápidamente lo sucedido, desde nuestra infiltración en la torre hasta el momento en que los prisioneros nos ayudaron a llevar a Rowent de vuelta. Maerin escuchaba en silencio mientras yo relataba nuestra peligrosa travesía.

Rosita se acercó lentamente, sus ojos brillando con una intensidad que solo había visto pocas veces. Se arrodilló junto a Rowent.

—Está... —comenzó a decir, pero las palabras se le atragantaron en la garganta.

Los demás miembros del grupo comenzaron a reunirse, formando un círculo alrededor de nosotros. La tensión era palpable en el aire, cada uno de ellos esperando alguna señal de que todo estaría bien. Pero por ahora, todo lo que podíamos hacer era aceptar la dura realidad.

Maerin se arrodilló a mi lado, su mano firme sobre mi hombro. No necesitábamos palabras para entender lo que ambos sentíamos en ese momento. Habíamos perdido a Rowent, y el peso de su ausencia se hacía insoportable. Habíamos logrado lo imposible al traer su cuerpo de vuelta.

De repente, Maerin se giró hacia Rosita, su rostro contorsionado por la ira.

—¡Ya estarás contenta! —gritó, con la voz temblando de rabia—. ¡Rowent está muerto! ¡Has cumplido con tu misión!

Rosita no respondió, sus ojos se mantuvieron fijos en Rowent, su rostro impasible.

Antes de que la tensión pudiera escalar aún más, intervine.

—¡Basta, Maerin! —dije, poniéndome entre ellos—. Esto no es culpa de Rosita. Todos sabíamos los riesgos que corríamos.

Maerin me miró con su ira desvaneciéndose lentamente mientras la realidad de nuestra situación lo golpeaba de nuevo.

—Lo siento —murmuró, desviando la mirada—. No debí...

—Lo sé —dije, mi voz calmada pero firme—. Todos estamos dolidos, pero ahora más que nunca debemos mantenernos unidos.

El despertar oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora