22- Emboscada

2 0 0
                                    

Valkyra

Tuve sueños turbios. En general, no solía soñar con nada; mi sueño siempre había sido ligero, una perpetua vigilancia del mundo a mi alrededor. Un paso en falso podría terminar en mi muerte. Los cuervos, mis constantes compañeros, solían graznar si alguien se acercaba, y esa era mi señal para despertar y aferrar mis cuchillos. Sin embargo, hacía tiempo que no los oía, aunque sabía que estaban allí, observando desde la oscuridad en las copas de los árboles.

La confesión de Rowent me había sacudido. Aún tenía pendiente mi tarea: asesinarlo. Verlo muerto había sido confuso, una mezcla de satisfacción y malestar. Por un lado, parecía que mi misión había concluido satisfactoriamente; por otro, me sentía mal. Rowent siempre se había mostrado amable conmigo, aunque yo lo tratara como basura. Empezaba a creer que no era justo matarlo. Después de todo, no había hecho nada realmente malo.

Sus palabras me habían caído como un balde de agua fría. Él tendría que matarme y tenía un año para hacerlo. Si no lo lograba, regresaría al inframundo. Aunque Rowent se mostraba muy sensato y me había asegurado que no me lastimaría, yo sabía de lo que eran capaces las personas con tal de sobrevivir.

El peso de esta revelación me mantenía en constante tensión. ¿Podía realmente confiar en Rowent? Su mirada sincera me hacía dudar de mis propias convicciones. La amabilidad con la que me trataba, a pesar de mi frialdad, complicaba aún más mis sentimientos hacia él. No podía evitar pensar que, en otra vida, podríamos haber sido amigos. Sin embargo, la realidad de nuestra situación se interponía como una barrera infranqueable.

Esa noche, mientras los demás dormían y el fuego de la fogata se consumía lentamente, me encontré observando a Rowent desde la distancia. Su oscuro cabello cayendo desenfadadamente sobre sus rasgos relajados y su respiración tranquila contrastaban con la tormenta que se desataba en mi interior. Los cuervos permanecían en silencio, como si también estuvieran conteniendo el aliento.

Sabía que tenía que tomar una decisión pronto. Mi lealtad, mi misión y mis sentimientos se entrelazaban en una maraña de dudas y certezas. El amanecer traería consigo nuevas interrogantes, y el tiempo se deslizaba entre mis dedos como la arena del desierto. Miré al cielo, buscando alguna señal, pero solo encontré la vasta oscuridad que reflejaba mi propio corazón.

En ese instante, comprendí que el verdadero desafío no era la tarea de matar, sino la lucha interna por discernir lo correcto en medio de la confusión. La única certeza que tenía era que, al final, nada sería como imaginaba.

Amaneció, y yo ya llevaba horas despierta. Observaba cómo todos se despertaban uno a uno. Drimmar despertó cariñosamente a Maerin e intercambiaron palabras ininteligibles para mí a la distancia. Rama sacudió a Rowent, que luchaba por seguir durmiendo. Finalmente, tuvo que levantarse, se desperezó y se frotó la cara con las manos. Por momentos, se me hacía como un niño, y la imagen de lo poderoso que era se interponía rápidamente, recordándome que debajo de toda esa amabilidad e ingenuidad, era un brujo. Sacudí la cabeza, tratando de apartar mis pensamientos.

Los dos prisioneros que se habían unido al grupo estaban de pie, un tanto alejados de los demás, hablando en voz baja. Les dediqué una mirada, pensando que incluso esas dos pobres almas eran más libres que yo. Y entonces, de la nada, una flecha pasó zumbando por el aire, derribando a uno de ellos. El otro quedó paralizado, sin moverse. Todo sucedió muy rápido. Me tiré al suelo gritando.

—¡Al suelo! ¡Nos atacan!

Nadie me oyó al principio, pero seguí gritando. Rowent me imitó, ocultándose debajo de una roca. Las flechas comenzaron a caer en una lluvia mortífera. Nos miramos, y en sus ojos vi el mismo miedo y determinación que sentía en mi interior.

El despertar oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora