8- Conversaciones en la madrugada

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Rowent


Me hice paso entre el tumulto de gente.

En el oscuro crepúsculo, cuando las sombras del bosque se alargaban y el susurro del viento se mezclaba con el eco de las hojas, un centauro herido había emergido tambaleándose de entre los árboles. Su cuerpo, una vez majestuoso y poderoso, estaba ahora cubierto de heridas profundas y sangrantes. Su mirada reflejaba el cansancio y el sufrimiento.

Alertados por el crujir de las ramas y los gemidos de dolor, habían corrido hacia él, extendiendo sus brazos para brindarle apoyo. El centauro, con dificultad, se dejó caer sobre el suelo, exhalando un suspiro de alivio mezclado con tristeza.

Drimmar acudió casi al instante. Él, como líder, estaba en todo lo que sucedía. Se adelantó a todos y arrodillándose junto al centauro le habló.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Drimmar, intentando mantener la calma.

El centauro tragó saliva, su voz era apenas un susurro entrecortado.

—Nos atacaron... en los lindes del Bosque de los Susurros, en el oeste. Un batallón de soldados nos emboscó. —Hizo una pausa, luchando contra las lágrimas y el dolor—. La mayoría de los centauros murieron... Mi familia... mi familia también... —Se quebró, dejando que las lágrimas cayeran libremente—. Solo yo pude escapar. Huí para salvar mi vida.

Lilia ya estaba aplicando su magia curativa sobre las heridas del centauro, pero el peso de sus palabras resonaba en todos nosotros. Un silencio sombrío se instaló en el campamento mientras cada uno procesaba la gravedad de la situación.

Drimmar asintió.

—Gracias por llegar hasta aquí y contarnos esto. No dejaremos que el sacrificio de tu familia sea en vano. Aquí estás a salvo.

El centauro cerró los ojos, agotado pero aliviado de estar entre aliados. Mientras tanto, en mi mente resonaba la urgencia de prepararnos para lo que se avecinaba. El Bosque de los Susurros, un lugar que antes podría considerarse un refugio, ahora era un campo de batalla.

Observé cómo Lilia continuaba con su magia, sanando las heridas visibles del centauro, pero sabía que las cicatrices emocionales serían mucho más difíciles de curar.

Drimmar lo miraba con suma tristeza, como si sintiera todas esas palabras como propias. Yo no conocía su historia, pero podía tal vez imaginarla.

—¿Podemos hablar? —le dije despacio tratando de que nadie más me oyera. Él levantó la mirada hacia mí y asintió. Probablemente no era el mejor momento para hablar, pero necesitaba saber, tenía que saber.

—¿Qué pasa? —me preguntó cuando entramos en su tienda y hubo tomado asiento—. ¿Ya te sientes mejor?

—Si, si. Gracias— hice una pausa para pensar bien cómo abordar el tema—. ¿Qué va a pasar conmigo?

—¿A qué te refieres? —me miró con una expresión de sorpresa.

Nunca antes me había sentido tan inútil. Aquí estaba, comiendo y durmiendo en un campamento extraño, rodeado de caras desconocidas, sin nada por hacer. Era una sensación nueva y desagradable. En Vaeloria, siempre había tenido que luchar para sobrevivir, siempre en movimiento, siempre haciendo algo para mantenerme un paso adelante. Ahora, solo daba vueltas sin rumbo, perdido en mis propios pensamientos.

Pero algo había cambiado en mí. Recordé cómo había ayudado a la asesina, aliviando su dolor aunque fuera solo un poco. No era propio de mí ayudar a otros; mi mezquindad había sido mi escudo durante años. Claro, de vez en cuando había ayudado a alguna persona necesitada en Vaeloria, pero esas eran excepciones, momentos raros de compasión que apenas recordaba.

Ahora, con todo este tiempo libre, me daba cuenta de lo vacío que había sido mi existencia. Necesitaba un propósito, algo que diera sentido a mis días.

Sin embargo, a pesar de todo, me sentía positivo. Tal vez algo interesante me esperaba. Desde que había huido de Vaeloria, no había dejado de experimentar cosas asombrosas. Este cambio, esta sensación de estar a punto de descubrir algo nuevo, me mantenía en marcha.

Algo dentro de mí me decía que estaba en el lugar correcto, en el momento adecuado. Y aunque aún no sabía qué era, tenía la certeza de que algo grande estaba por suceder. Y si no era así, yo haría que sucediera. Porque ya me había cansado de vivir en las sombras. La luz era mucho más hermosa.

—Yo estoy aquí—dije al fin—. Sin hacer nada. No puedo ayudar en lo que me necesitan así que no puedo evitar preguntarme: ¿cuál es mi propósito?

—Bueno— contestó pensativo—. Nadie está realmente sin hacer nada aquí. Puedes dedicar tu tiempo a hacer rondas con Maerin, mientras desciframos cómo podemos ayudarte con tu magia.

—Verás— dije acercándome—. Hace un rato intenté hacer un hechizo de sanación y no me salió, tal vez Lilia podría instruirme un poco— una luz de esperanza brillaba en mis ojos.

—¿Hechizo de sanación? ¿Para qué?

Drimmar levantó una ceja, sorprendido.

—Fui a ver a la asesina—confesé—. Intenté ayudarla con sus heridas. Probé sanitatem, pero no funcionó —admití, sintiendo una punzada de frustración al recordarlo—. Sin embargo, recordé otro hechizo, uno que produce frío. Pensé que podría ayudar a desinflamar sus heridas, aunque fuera temporalmente.

Drimmar asintió, su expresión se suavizó un poco.

—Y funcionó. —Continué—. Ella abrió los ojos y, aunque al principio se sorprendió, luego admitió que se sentía mejor. No me da miedo. No creo que sea tan peligrosa.

Drimmar me miró fijamente, evaluando mis palabras.

—Rowent, entiendo que quieras ayudar. Es noble de tu parte. Pero debes recordar quién es y para quién trabaja. No podemos confiar en ella.

Asentí. No iba a discutir más. Drimmar me dio una palmadita en el hombro y me sonrió, aunque su mirada seguía siendo cautelosa.

—Mantente alejado de ella.

Asentí nuevamente, sabiendo que, aunque seguiría su consejo, no podía ignorar la nueva dirección en la que mi vida parecía estar llevándome.

Mientras me alejaba, no dejaba de pensar en la asesina. Había algo en ella que resonaba profundamente conmigo, algo que no podía ignorar. Me di cuenta de que, al igual que yo, ella era una extranjera en este lugar. Ambos éramos forasteros en este campamento, donde todos parecían haber vivido aislados del verdadero mundo exterior durante demasiado tiempo.

Yo sabía que ella era peligrosa. Eso no lo podía negar. Su entrenamiento, su postura, la forma en que me había atacado sin dudarlo. Pero, a pesar de todo, no le tenía miedo. Había algo en sus ojos, en la forma en que me había mirado, que me hacía sentir una conexión inexplicable. Era como si ambos compartiéramos un entendimiento tácito de lo que significaba ser un extraño, de no pertenecer realmente a ningún lugar.

Las pocas palabras que habíamos intercambiado solo habían incrementado mi curiosidad. Quería saber más sobre ella, entender sus motivos, descubrir quién era realmente. Su nombre, por ejemplo. No tenía idea de cómo se llamaba, y eso me molestaba más de lo que quería admitir. Tomé nota mental de preguntárselo la próxima vez que tuviera la oportunidad de hablar con ella.

Esa noche la magia primaria volvió a aparecer en mis sueños, como una sombra persistente que no me dejaba en paz.

El sueño era vívido. Me encontraba en un vasto paisaje desolado, donde la única fuente de luz provenía de un sol pálido y distante. Sentía una energía extraña fluyendo a través de mí, una energía que reconocía como la magia primaria. No era como los otros hechizos que había aprendido; esta magia era fundamental, primordial, y me llamaba con una fuerza irresistible.

A medida que avanzaba por el paisaje, veía figuras a lo lejos, sombras indistintas que parecían moverse en un patrón caótico pero significativo. Intenté acercarme, pero cada paso que daba parecía alejarme más de ellas. Sentí una frustración creciente, una necesidad de comprender lo que estaba viendo y sintiendo.

Desperté de repente, bañado en sudor frío. 

El despertar oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora