16- Fantasmas en la noche

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Terminamos de cruzar el río y el puente de hielo sólido se deshizo. Todo volvió a ser como antes y no quedó rastro de nosotros y nuestro paso.

El sol se estaba ocultando y pronto nos quedaríamos a oscuras. Drimmar encendió una gran hoguera saltarina. El haber cruzado juntos el río lo había inspirado.

Alrededor se sentaron todos mientras él preparaba un estofado con unas papas que cargaba en su mochila. No estaba segura de si le gustaba eso de cocinar o lo hacía a falta de alguien mejor. De cualquier manera esa cazuela olía muy bien. O tal vez solo fuera porque los últimos días había apenas comido algo.

Me senté de espaldas a la hoguera, sumida en mis pensamientos. El calor del fuego apenas aliviaba el frío que sentía en mi interior. Todo estaba mal, y la confusión y el enojo burbujeaban dentro de mí como una tormenta que no podía controlar. ¿Cómo había terminado aquí, prisionera de un grupo de personas que no comprendía? La idea de escapar me rondaba la mente constantemente, pero las ataduras en mis manos me recordaban que no sería fácil.

El optimismo de Rowent me volvía loca. No podía tolerar cómo me miraba, como si realmente creyera que éramos amigos, como si pensara que algún día podría ganarse mi confianza. Estaba tan perdido en sus ilusiones que no veía la realidad. Y esa ingenuidad me enfurecía aún más.

Sentí sus ojos sobre mí antes de escuchar sus pasos acercándose. Sabía que vendría, siempre lo hacía. Se agachó a mi lado y, con esa voz suave y llena de esperanza, trató de hablarme.

—Rosita, solo quiero que sepas que no somos tus enemigos. Solo quiero ayudarte —dijo, con una insistencia que rayaba en lo desesperado—. Sé que podemos llevarnos bien, que podemos ser amigos.

No le contesté. No quería hablar con él, no quería escuchar sus palabras vacías. Mantuve mi mirada fija en la oscuridad del bosque, imaginando mil y una formas de escapar, de alejarme de este grupo que me mantenía prisionera.

Rowent suspiró, y por un momento pensé que iba a insistir, pero en cambio, se levantó y se unió a la conversación animada del grupo. Estaban contando historias de miedo, riendo y disfrutando de la compañía mutua. Sus risas me parecían un recordatorio de todo lo que me habían quitado, de la libertad que me negaban.

—Tengo una historia— dijo el adolescente, acercándose más al fuego— y se van a asustar tanto que van a querer salir corriendo del bosque.

—Ya, Rama, me conozco todas las leyendas. No podrás sorprenderme— contestó Drimmar.

—Escucha y verás... Hace mucho tiempo, en el corazón del Bosque, se cuenta una leyenda muy pero que muy tenebrosa...

—Ya cuenta la historia—le interrumpió Rowent.

— Se dice—continuó—, que en noches de luna llena, cuando la oscuridad envuelve el bosque, las almas de los difuntos errantes emergen de sus tumbas en busca de venganza y redención.

—Pero si aquí no hay ningún cementerio—opinó nuevamente Rowent y todos lo hicieron callar.

—La leyenda cuenta la historia de una joven llamada Enella, cuya belleza y encanto cautivaron los corazones de muchos en el pueblo. Sin embargo, su vanidad y deseo de poder la llevaron por un camino oscuro buscando poder y eterna juventud.

A este punto, todos estaban bien callados, cautivados por el relato.

—Enella—continuó el niño—, comenzó a realizar rituales prohibidos en el Bosque. Invocó fuerzas malignas y sacrificó vidas inocentes para alimentar su sed de poder. Pero su arrogancia finalmente selló su destino.

»Una noche, mientras realizaba un ritual para robar la juventud de una joven campesina, el bosque cobró vida. Sus árboles retorcidos se estremecieron y gemidos siniestros llenaron el aire. Enella fue rodeada por un enjambre de almas errantes que la arrastraron hacia las profundidades del bosque.

El despertar oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora