18- El rescate

1 0 0
                                    

Rowent

—¿Rama no está con ustedes? —dije a poco de entrar en pánico.

Todos se volvieron hacia mí con miradas acusadoras, sus ojos llenos de preguntas y preocupación. El ambiente se tensó de inmediato cuando Drimmar, con el ceño fruncido y las manos en la cabeza, fue el primero en hablar.

—¿Dónde está Rama? —preguntó, su voz cargada de una mezcla de enojo y desesperación.

Tomé aire profundamente, sabiendo que debía explicar todo con claridad. Miré a cada uno de mis compañeros antes de empezar a hablar.

—Hubo problemas —comencé, sintiendo el peso de cada palabra—. Rama tuvo dificultades para trepar el muro. No sabía cómo hacerlo y fue un verdadero desafío ayudarlo a subir.

La preocupación en los rostros de mis compañeros se intensificó. Maerin se mordía el labio, claramente intentando mantener la calma.

—Cuando finalmente logramos trepar, él seguía teniendo problemas para moverse por los techos. Tropezó en uno de paja y casi se cae. Justo debajo, había dos soldados. Nos vieron y comenzaron a gritar.

Rosita, sentada a un lado con los brazos cruzados, parecía evaluar cada palabra que decía.

—Corrimos, ambos —continué—. Logré alcanzarlo y ayudarlo a saltar el muro. Le dije que corriera al campamento mientras yo distraía a los guardias. Hice que me siguieran, alejándolos de Rama. Finalmente los dejé atrás y volví al campamento...

Drimmar se pasó las manos por el cabello, visiblemente agitado. Todo en la misión se estaba complicando más de lo que habíamos previsto.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Maerin, desesperado—. No podemos dejarlo allí.

Los ojos de todos se volvieron hacia Rosita, la última esperanza en aquella situación desesperada. Maerin, con una mirada suplicante, le pidió ayuda.

—Rosita, por favor, necesitamos tu ayuda. Dinos si hay algo que podamos hacer.

Ella permaneció en silencio por unos segundos, antes de hablar con frialdad.

—No hay mucho que hacer —dijo, encogiéndose de hombros—. Si no ha llegado hasta ahora, seguramente ya lo tienen capturado.

Su respuesta cayó sobre nosotros como un balde de agua fría. La realidad de la situación se hizo aún más palpable, llenando el aire de una tensión sofocante. Sentí un nudo en el estómago, sabiendo que cada segundo perdido podría ser crucial para Rama. La mirada de Drimmar se endureció, y supe que estaba evaluando cada opción, buscando desesperadamente una salida.

—No podemos dejarlo —murmuró Drimmar, más para sí mismo que para nosotros—. No lo abandonaremos.

Asentí, con la determinación creciendo dentro de mí. No íbamos a dejar a Rama atrás. Costara lo que costara, lo encontraríamos y lo traeríamos de vuelta.

— Si tienen a alguien preso, ¿dónde lo esconden? —la mirada de Maerin fue hacia Rosita—. Hace unas horas parecías conocer el lugar, ¿ya estuviste ahí?

Ella dudó un momento, su expresión endurecida. Finalmente, asintió con desgana.

—Sí, he estado allí en algún momento. Los prisioneros son llevados a un edificio fortificado en el centro de la aldea. —Hizo una pausa, observándonos a todos—. Está completamente a la vista. No pueden simplemente trepar y entrar. Para entrar allí, tienen que hacerlo por la puerta principal.

Maerin frunció el ceño, procesando la información.

—¿Y quiénes pueden entrar? —preguntó.

—Soldados y prisioneros, nadie más. Las celdas están subterráneas, así que cuando entren, tienen que ir hacia abajo —explicó Rosita, su voz fría y distante.

El despertar oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora