10- El interrogatorio

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Valkyra

Estaba cansada. Las cuerdas me raspaban las muñecas, dejándome marcas rojas y dolorosas. Cada movimiento agravaba el dolor en mis costillas, punzante y constante, una tortura con cada respiración. El hambre y la sed eran compañeros implacables, mordiendo mis entrañas y secando mi garganta. Pero no mostraría debilidad, no les daría ese placer.

Los cuervos continuaban su ronda alrededor de la tienda.

La claridad del día se filtraba a través de las telas de la tienda cuando Rowent entró. Me miró con esa extraña mezcla de preocupación y esperanza. ¿Cómo puede alguien ser tan positivo en una situación como esta?

—Buenos días —dijo con una sonrisa, una sonrisa que parecía casi fuera de lugar aquí.

Lo escuché con hartazgo. Su positividad era casi insultante. La vida no era tan simple ni tan benévola.

—¿Por qué quieres matarme? —preguntó de nuevo—. ¿Qué te llevó a internarte en el bosque? ¿Tienes órdenes directas? ¿Sabías de los rebeldes?

Me negué a contestar. No porque no tuviera respuestas, sino porque no tenía intención de dárselas. Él no entendía. Cada pregunta suya era como una piedra lanzada contra una pared impenetrable. Pero su insistencia, su maldita insistencia, comenzó a perforar algo en mí.

—Por favor —dijo, su voz se suavizó—. Coopera. Si no lo intentas, te van a matar.

Sus palabras eran sinceras. Vi la preocupación genuina en sus ojos, y por un breve instante, sentí una punzada de algo que podría ser compasión. Pero rápidamente la descarté. Él no sabía lo que era ser una herramienta del Imperio, no comprendía las cadenas invisibles que nos ataban a nuestras obligaciones.

Lo observé en silencio, evaluando su rostro, sus gestos. Su insistencia era casi conmovedora, pero no lo suficiente como para que bajara la guardia. No importa cuánto intentara apelar a mi humanidad; mi voluntad era firme. Me sorprendió, sin embargo, su tenacidad y su disposición a ayudarme. ¿Por qué alguien como él se arriesgaría por mí? ¿Qué buscaba en mí que lo hacía seguir intentándolo?

Cada momento que pasaba, cada palabra que decía, me confundía más. No estaba acostumbrada a la compasión, y menos aún de alguien a quien debería considerar un enemigo. ¿Era realmente posible que viera algo en mí que valiera la pena salvar? La idea era casi ridícula, pero no pude evitar que una pequeña semilla de duda se plantara en mi mente.

El dolor en mis costillas se intensificaba. Mientras él esperaba una respuesta que no llegaba, me di cuenta de que el tiempo se agotaba. Cada segundo que pasaba me acercaba más a mi destino, sea cual sea.

—¿Por qué te interesa tanto? —pregunté despacio, ahora era mi turno de hacer preguntas—. ¿Por qué querrías ayudarme cuando intenté asesinarte? ¿Acaso te comieron el cerebro las hormigas?

El mago bufó divertido.

—Porque en el fondo, todos somos herramientas usadas por aquellos en el poder, que tanto yo como tu somos peones en un juego más grande. Matarte no resolverá nada, lo único que hará sería perpetuar un ciclo de violencia sin fin. Tu conocimiento y habilidades podrían ser útiles para algo más que la caza y la destrucción.

Me había dado una buena explicación y para mi sorpresa, era válida e inteligente.

Sus palabras eran una mezcla de lógica y humanidad, y aunque quería ignorarlo, no pude evitar sentir que había algo de verdad en lo que decía. Me miraba con esos ojos llenos de convicción, tratando de hacerme entender que no era solo mi enemigo, sino alguien que podía ver más allá de mi rol asignado. Mientras hablaba, traté de descifrarlo, de entender si realmente creía en lo que decía o si solo era una estrategia para ganar mi confianza.

Finalmente, me miró directamente a los ojos y me preguntó por mi nombre.

—Soy Rowent —dijo, presentándose con una sinceridad que me desconcertó.

Me quedé en silencio, observándolo. Podía ver la expectativa en su rostro, esperando que respondiera, que le diera algo, cualquier cosa. Pero las palabras no salieron. Estaba entrenada para no revelar nada, para no mostrar debilidad ni vulnerabilidad. Y aunque había algo en él que me hacía querer confiar, no podía permitírmelo. No aquí, no ahora.

Rowent continuó mirándome, su expresión una mezcla de esperanza y paciencia. Parecía dispuesto a esperar el tiempo que fuera necesario para obtener una respuesta. Pero yo permanecí callada.

El silencio entre nosotros se prolongó, pero no se rompió. No iba a darle mi nombre.

—Si no quieres decírmelo...— Dijo al fin luego de un buen rato de silencio—. Voy a descifrarlo yo solo.

Se acomodó apoyando el mentón sobre su mano y me miró divertido.

—¿Qué tal Romilda? No, no. Muy común... a ver— fingía que pensaba—. ¿Martela? o... ¿Juania?

—Intentalo todo el día si quieres— dije con una leve sonrisa.

—Tienes cara de Rosita, si, Rosita— me señaló con el dedo sonriendo.

—Olvídalo.

—Bueno— se puso de pie y sacudiendo el polvo asintió con la cabeza—. No ha sido una charla muy productiva, pero confío en que puedas confiar en mí próximamente. Un gusto conocerte, Rosita.

Se dio la vuelta y salió de la tienda dejándome sola con mis pensamientos y el horrible dolor en las costillas. Rowent comenzaba a simpatizarme, aunque no quería admitirlo. Nunca nadie había sido amable conmigo y en el fondo trataba de no dejarme llevar, tal vez era solo una trampa.

El despertar oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora