19- La torre

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Rowent

—¿Qué prisionero es este? ¡Papeles! —pidieron los guardias junto a la entrada de la torre. Jugueteé un poco con los dedos y me acerqué un poquito a ellos para susurrar:

Recordo.

Los dos guardias de la torre se miraron atontados y se hicieron a un lado, permitiéndonos entrar sin resistencia.

—¿Qué fue eso? —preguntó Drimmar, claramente sorprendido.

—Lo hice un par de veces con mi hermano —respondí, sintiendo una mezcla de nostalgia y culpa—. Vuelven a un punto más atrás y no recuerdan lo que pasó entre medio hasta mucho después. Los dejas un poco tontos.

—¿Le hacías eso a tu hermano? ¿Tienes hermanos?

—No me juzgues, no es momento —le corté, intentando mantener la concentración.

Dentro de la torre, la atmósfera cambió drásticamente. El aire estaba cargado de tensión, y cada sombra parecía ocultar una amenaza. Ni toda la magia del mundo podía salvarnos aquí. El lugar estaba repleto de guardias y soldados, cada uno más alerta que el anterior.

Sabíamos que teníamos que bajar, pero la torre era un laberinto de corredores y habitaciones. Las paredes de piedra fría y desnuda absorbían el sonido de nuestros pasos, creando un silencio opresivo que aumentaba la sensación de claustrofobia. A cada vuelta, a cada escalera que encontrábamos, la incertidumbre crecía. Podíamos toparnos con una patrulla en cualquier momento.

—Debemos encontrar las escaleras que bajan —murmuró Drimmar, sus ojos escaneando el entorno en busca de cualquier pista.

—Aquí no es seguro hablar —respondí en voz baja—. Sigamos adelante y mantengamos los ojos abiertos.

Nos movíamos con la cautela de dos cazadores en territorio enemigo. Las antorchas en las paredes proyectaban sombras danzantes que jugaban con nuestra percepción. Cada esquina parecía un potencial escondite para los guardias. Los minutos pasaban y la desesperación empezaba a asentarse. No podíamos permitirnos perder más tiempo.

Finalmente, en un rincón casi oculto, vislumbramos una estrecha escalera descendente. La puerta estaba ligeramente entreabierta, como si alguien hubiera pasado por allí recientemente.

—Allí —susurré, señalando con la cabeza.

Nos deslizamos hacia la escalera, siempre atentos, siempre listos para cualquier eventualidad. La oscuridad que se cernía sobre el descenso parecía devorarnos, pero no había vuelta atrás. Bajamos con cautela, cada peldaño nos acercaba más a nuestro objetivo, a Rama, y a un peligro que apenas podíamos anticipar.

Terminamos de bajar las escaleras y llegamos a un pasillo sombrío, vigilado por un soldado. Más allá, intuíamos que estaban las celdas de los prisioneros. El soldado nos miró con suspicacia, sus ojos centelleando con desconfianza mientras escrutaba a Rowent.

—¿Quién es este? —demandó, señalando a Rowent con la barbilla.

Drimmar se aclaró la garganta y adoptó un tono autoritario.

—Un prisionero que capturamos en los bosques. Sospechoso de espionaje. Me ordenaron llevarlo a las celdas para interrogarlo más tarde.

El soldado asintió lentamente, su desconfianza no del todo apaciguada, pero lo suficientemente convencido para permitirnos seguir.

—Hay más escaleras, hay que seguir bajando —dijo Drimmar, más para mí que para el soldado.

Descendimos otro piso más, la luz se volvía cada vez más tenue y opresiva, como si la oscuridad misma tratara de detenernos. Finalmente, llegamos a una puerta de hierro que chirrió al abrirse, revelando una sala de celdas sombría y fría, custodiada por dos soldados más.

El despertar oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora