6- Oscuras sombras

1 0 0
                                    

Valkyra

La tienda estaba en penumbra, apenas iluminada por un par de lámparas de aceite que proyectaban sombras danzantes en las paredes de tela. Mis muñecas estaban atadas firmemente a un poste central, el cuero de las cuerdas mordía mi piel con cada movimiento. Mantenía la cabeza alta, mis ojos seguían al hombre que ahora se acercaba. Alto y robusto, con una capa oscura y una expresión de hierro, se movía con la seguridad de alguien que había visto muchas batallas.

—¿De dónde vienes? ¿Qué es lo que quieres? —preguntó con una voz profunda y autoritaria, deteniéndose justo enfrente de mí. Lo miré directamente a los ojos, dejando que el silencio fuera mi única respuesta.

Se inclinó hacia adelante, su rostro a pocos centímetros del mío.

—Habla— insistió, su aliento caliente y ácido en mi cara. Permanecí impasible, sin ceder ni un centímetro.

No esperaba más advertencias. El puño del hombre se estrelló contra mi costado, robándome el aliento momentáneamente. El dolor era agudo, pero lo soporté, apretando los dientes y manteniendo mi postura. Sabía que esto era solo el comienzo.

Tomando un puñado de mi cabello y tirando de él hacia atrás, me obligó a mirarlo directamente a los ojos.

—¿Qué sabes de nosotros?

Respondí con el mismo silencio desafiante, una mirada firme que no mostraba miedo. La frustración en su rostro era evidente. Me soltó bruscamente y retrocedió un paso antes de lanzar un fuerte golpe a mi mandíbula. El impacto fue brutal, haciéndome ver estrellas por un momento, pero me negué a mostrar debilidad. Lentamente, giré mi cabeza de vuelta para enfrentarlo.

No era la primera vez que me atrapaban, que me golpeaban. Sin dudas no sería la última tampoco. Lo había superado antes y lo haría ahora.

No estaba del todo apurada por continuar con mi tarea, tenía todo el tiempo del mundo si es que creían que deteniéndome podrían acabar conmigo.

El hombre respiraba pesadamente, su paciencia agotándose.

—Eres testaruda, ¿verdad? —murmuró, casi para sí mismo. Desenvainó completamente su espada esta vez, el metal brillando bajo la luz temblorosa.

Lanzó la empuñadura de la espada contra mi estómago, haciéndome doblar de dolor. El aire salió de mis pulmones en un jadeo involuntario, pero no dejé que un grito escapara de mis labios. Sabía que esperaba una reacción, alguna señal de debilidad, pero no se la daría. Me enderecé lentamente, cada movimiento un desafío silencioso.

—Te lo advertí— dijo, su voz ahora un gruñido. Lanzó un golpe directo a mi rostro, rompiendo la piel de mi ceja. La sangre comenzó a gotear, nublando parcialmente mi visión, pero mantuve mis ojos fijos en él, sin parpadear.

—Hablas o mueres aquí— amenazó nuevamente, su frustración cada vez más palpable. Pero yo sabía algo que él no. Sabía que no cedería, que mi resistencia era mi fuerza. Cada golpe, cada palabra no respondida, era una victoria para mí.

El hombre lanzó un último golpe, más fuerte que los anteriores, dejándome tambaleándome en mis ataduras. El dolor era insoportable, pero me negué a caer. Levanté la cabeza, encontrando su mirada una vez más, mostrando que aún no había ganado.

—Maldita seas— murmuró, finalmente retrocediendo—. Eres dura. Pero todos tienen un límite.

Lo observé mientras se alejaba, su figura oscura contra la luz tenue. Sabía que no se rendiría fácilmente, pero tampoco lo haría yo. Mi misión, mi lealtad, eran todo lo que importaba. Y estaba dispuesta a soportar lo que fuera necesario, por mi causa, por mi propósito. En la penumbra de la tienda, la batalla silenciosa continuó, y yo estaba preparada para enfrentarlo, una y otra vez.

—¿Por qué te resistes tanto? —La voz del elfo era baja, casi susurrante, pero cargada de curiosidad genuina. Su silueta se acercó, sus ojos brillando con una mezcla de compasión y desconcierto—. No todos aquí son tan... implacables como nuestro Winstel. Nuestro líder podría entender.

Lo observé sin moverme, midiendo cada palabra y cada gesto. No sabía si podía confiar en él, pero algo en su tono sugería una intención diferente.

—¿Qué quieres de mí? —respondí finalmente, mi voz ronca pero firme.

El elfo se agachó, quedando a mi altura.

—No quiero nada. Solo intento entender. Eres una asesina del imperio, ¿no? Pero hay algo más en ti. Algo que no encaja.

Mantuve mi silencio, mis ojos fijos en los suyos, desafiándolo a descubrir lo que ocultaba. No podía mostrar debilidad, no ahora.

—¿Por qué sigues a alguien que te hace tanto daño? —continuó, su voz suave y persuasiva—. Podrías tener una vida diferente, una causa mejor.

Solté una risa amarga.

—¿Y qué sabes tú de mi vida, elfo?

El elfo pareció reflexionar sobre mis palabras, luego asintió lentamente.

—Entiendo más de lo que crees. Pero aún así, me pregunto si has considerado todas tus opciones.

—No vengas con tus teorías sobre la vida. Ustedes ya saben quien soy y lo que vengo a hacer. Te sugiero que me dejes ir o lo empeorarás todo.

Se quedó en silencio, mirándome con una mezcla de pena y respeto.

—Eres fuerte—dijo finalmente—. Más fuerte de lo que la mayoría podría soportar. Pero la fuerza no siempre debe ser solitaria.

Antes de que pudiera responder, el elfo se levantó y se alejó un poco, dejándome sola con mis pensamientos. Los cuervos seguían graznando fuera de la tienda, sus sombras inquietantes danzando en las paredes.

—Volveré— dijo el elfo antes de salir de la tienda—. Y quizás, la próxima vez, encuentres una razón para hablar.

Lo vi irse, la puerta de la tienda cerrándose tras él. El dolor en mi cuerpo era constante, pero mi espíritu seguiría indomable. Un día de estos, tal vez mañana, me liberaría y finalmente el hechicero comería tierra.

El despertar oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora