3- Encuentro

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Rowent


Un elfo salió a mi encuentro. Era de apariencia joven y atlética. Sus orejas largas y puntiagudas sobresalían de su cabello castaño, parcialmente trenzado. El resto de su cabello caía libremente, ligeramente despeinado. Los ojos del elfo eran de un amarillo intenso, con una mirada penetrante. Tenía una parte del cabello afeitada, revelando un tatuaje intrincado que cubría parte del cuero cabelludo.

Llevaba una capa de color verde oliva que se envolvía alrededor de sus hombros, sobre una túnica marrón oscuro. Traía correas de cuero cruzando su torso, probablemente parte de un arnés para llevar equipo o armas y si, estaba armado y me miraba amenazador.

De entre los árboles saltaron dos más, pero no todos eran elfos. Un chico con un ligero rubor en sus mejillas, resaltando su apariencia juvenil, salió primero. ¿Cuántos años? ¿Trece, catorce? Tenía el cabello rizado y desordenado, de color castaño oscuro. Sus ojos eran de un verde brillante, llenos de vida y travesura. Vestía una vieja armadura ligera y una capa verde oscura.

Me miraba con una sonrisa socarrona y preparado para atacar en cuanto le dieran la orden.

Y luego estaba la chica, pequeña de estatura pero de contextura fuerte. Sus orejas puntiagudas sobresalían de su cabello oscuro y ondulado. Lo llevaba recogido parcialmente en un moño alto, mientras que el resto caía libremente alrededor de sus hombros. Llevaba una cinta verde atada en su cabello, que combinaba con los tonos de su vestimenta. Vestía una camisa verde claro de manga larga, con un chaleco marrón encima, ajustado con correas y hebillas.

Tanto ella como el chico estaban armados con arcos y flechas, se acercaban acechando.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó el elfo.

—Estoy comiendo mi pan— le di un mordisco tratando de no mostrarme temeroso—. ¿Quieres? —ofrecí, siempre había que ser educado.

Su expresión se endureció y desenvainó su espada, abalanzándose sobre mí.

Alcé la mano e iluminando mis ojos susurré ignisis. Su espada se puso tan caliente que tuvo que soltarla, maldiciendo. Me miró entre asombrado y temeroso.

—¿Qué? —dije rompiendo el silencio—. ¿Nos vamos a mirar todo el día o vamos a hacer algo?

—Tienes magia negra— dijo al fin. Los otros dos no se movieron ni un milímetro. Esperaban una órden que no llegó.

—No sabía que la magia venía en colores— aclaré.

—Claro que sí, hay muchos tipos de magia, ya casi no se usa la magia negra— dijo la chica—. Los brujos que la usaban fueron corrompidos por su propio poder o cazados por el imperio.

—Es un milagro que hayas sobrevivido tantos años sin ser descubierto— agregó el adolescente, rascándose los granitos de la cara. El elfo levantó la mano ordenando que se callaran.

—¿Cómo saben que tengo magia negra? —interrumpí—. ¿Por un simple hechizo? —todo me sonaba a puras patrañas.

—Vendrás con nosotros —ordenó el elfo, señalando que bajara del caballo—. Esta parte del bosque no es segura.

Miré a mi alrededor, el crepitar de las hojas bajo el viento me ponía los pelos de punta. Aun así, descendí del caballo, intentando aparentar calma.

El elfo clavó su mirada en mi mano, la cual había tratado de mantener oculta.

—¿Qué te ha pasado en la mano? —preguntó, su tono era serio y preocupado.

El despertar oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora