25- El interior

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Drimmar

Empujamos la puerta con fuerza, y un crujido resonó en el corredor oscuro que se abría ante nosotros. El pasillo estaba débilmente iluminado por unas pocas antorchas parpadeantes, lanzando sombras danzantes en las paredes de piedra.

—Vamos— le dije a Maerin, avanzando con cautela.

El corredor era estrecho y cada uno de nuestros pasos resonaba con un eco inquietante. Al final del pasillo, se abría una habitación. Nos detuvimos en el umbral y observamos el interior. No había nadie. La habitación estaba desierta, llena de polvo y con muebles viejos y desvencijados. La falta de una salida clara nos dejó perplejos.

—¿Y ahora qué?— preguntó Maerin, su voz apenas un susurro.

—Retrocederemos— respondí, intentando mantener la calma—. Seguir a Rowent y Rosita es nuestra mejor opción.

Regresamos por el corredor, el ambiente opresivo aumentaba con cada paso. Al llegar de nuevo a la puerta, la cerramos con cuidado detrás de nosotros y nos dirigimos hacia las escaleras por las que Rowent y Rosita habían descendido.

—Ten cuidado— advertí a Maerin, señalando la escalera estrecha y empinada. Las escaleras parecían interminables, y la oscuridad se hacía más densa a medida que descendíamos.

—Espero que estén bien— dijo Maerin, sus ojos reflejando la poca luz de las antorchas.

—Lo estarán— aseguré, aunque una parte de mí no podía evitar preocuparse.

Bajamos las escaleras con cautela, preparados para cualquier eventualidad. El silencio era casi tangible, roto solo por el sonido de nuestros pasos y nuestra respiración contenida.

Las escaleras parecían interminables mientras descendíamos más y más profundo en la fortaleza. Cada paso nos llevaba a un nivel más oscuro y sombrío, y la atmósfera se volvía más opresiva. Maerin y yo avanzábamos en silencio, con la esperanza de que Rowent y Rosita hubieran pasado por allí.

De repente, un ruido resonó a lo lejos. Nos detuvimos en seco, nuestros sentidos agudizados al máximo. El sonido se repetía, un murmullo de voces y pasos que venían desde abajo.

—¿Lo oyes? —susurró Maerin con los ojos llenos de preocupación.

Asentí, indicando con un gesto que debíamos proceder con cautela. Bajamos las escaleras con más cuidado, nuestros pasos eran ahora apenas un murmullo sobre la piedra desgastada. El ruido se hizo más claro a medida que caminamos, y el miedo comenzó a instalarse en mi estómago. ¿Habríamos descendido demasiado?

Unos pocos pasos más y la respuesta se hizo evidente. Sin previo aviso, nos vimos rodeados por al menos una docena de soldados. Sus armaduras reflejaban la luz de las antorchas, y sus espadas brillaban con una amenaza mortal.

—¡Quietos! —gritó uno de ellos, su voz autoritaria y firme—. ¡No se muevan!

Maerin y yo levantamos las manos en señal de rendición, nuestras miradas se encontraron brevemente. Habíamos caído en una trampa.

—Somos aliados— mentí intentando pensar algún hechizo para lanzarles, pero los soldados no mostraron ningún signo de entender o querer escuchar.

Nos empujaron hacia el centro de la formación, sus espadas apuntando peligrosamente cerca de nuestras gargantas. No había forma de escapar sin arriesgar nuestras vidas. Maerin me lanzó una mirada desesperada, buscando alguna señal de un plan.

—Tranquilo— murmuré, aunque mi propio corazón latía con fuerza—. Debemos mantener la calma.

Los soldados comenzaron a movernos, guiándonos más profundamente en la fortaleza. Cada paso que dábamos nos alejaba más de cualquier esperanza de encontrar a Rowent y Rosita en este laberinto de piedra. La situación era crítica, y nuestra única opción era esperar una oportunidad para escapar o, al menos, encontrar una forma de comunicarnos con nuestros compañeros.

El despertar oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora