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Stolas al mirarlo de esa manera, se sonrojó un poco dejando ver también una sonrisa llena de ternura.Bajó sus párpados con tranquilidad y posó su delicada mano en los suaves cabellos negros cual carbón, acariciando con paciencia y atención estos. Acción que era muy bien recibida por el mayor que, al sentir el suave gesto, dejó de lado su drama improvisada y se dispuso a disfrutar de ese pequeño momento entre ellos.
Relajándose al instante.
Al tener los brazos cruzados, tomó con más presión los muslos del blanquecino chico, haciendo que este entendiese y juntara más sus piernas para que estuviera mucho más cómodo en esa posición. Stolas pasó sus delgados dedos por la nuca del contrario, acariciando esta parte con mayor suavidad sabiendo que era donde más podía relajar al chico.
Ante los suaves toques en su cabello, el moreno ronroneaba gustoso. Sabía que todo lo que hiciese por su menor valía la pena en su totalidad, y en estos íntimos momentos era donde entendía que por más que se hiciese el fuerte, siempre caería ante la belleza y delicadeza de su menor.
Su pacífica y relajante voz, sus suaves y delicadas manos, sus carnosos labios naturalmente rosados, su tierno y hermoso rostro, pestañas muy bien tupidas y abundantes, la suavidad y el aroma que desprende su cabello azabache y, por último, sus ojos.
Sus ojos.
Un par de rubíes que brillaban más que todas las estrellas del firmamento, aquellos que con solo mirarte traspasaban con su ternura e intensidad todo tu ser, dejando en el olvido todo lo que te rodeaba. Ojos que de por sí tienen la habilidad de brindarte la tranquilidad del mismo paraíso, sintiendo que estás en ese lugar con sólo verlos; así estés en el mismísimo infierno, estos pueden darte la seguridad y plenitud que tanto deseas y necesitas.
Su hermoso y deslumbrante tono carmín podía iluminar toda su existencia, haciendo que la inmensa oscuridad que arropaba a su alma sea liberada sin que siquiera se diera cuenta. Es aquel intenso esplendor que hace que los más oscuros y aterradores miedos que marcaban su ser se esfumaran en cuestión de segundos con sólo toparse con ese par.
Un par de joyas que podía pasar toda la eternidad observando sin problema alguno, sin descanso. Pues, ¿Quién se cansaría de ver lo más hermoso y preciado de su vida? Sentía que entre más le veía, más quedaba enamorado de su persona. Ya que no existía en su ser algo que no fuese perfecto, algo que no lo volviese único. Y amaba con todas sus fuerzas al portador de aquellas preciosas gemas.
No sólo su físico era encantador, sino que también tenía una personalidad cautivadora y un comportamiento digno de todo un príncipe; sus expresiones tiernas y la integridad que tiene para con los diversos temas que se le presentan hacen que su sola existencia sea tan incesantemente necesaria para su persona.
Amaba todo de él. Absolutamente todo.
Porque si bien podía llegar a decir que Stolas podría ser la perfección misma, la verdad es que también es una persona. Una persona que, como todo ser humano, comete errores. Pero amaba también aquellas imperfecciones que llevaba su bello príncipe. Imperfecciones que sólo lo complementaban, ya que nada en este plano terrenal es en su totalidad perfecto. Y eso lo agradecía.
Stolas era imperfectamente perfecto para él. Y sus imperfecciones sólo se acoplaban mejor a su ser.
Después de todo, sólo había una cosa que sabía a ciencia cierta sin tener que probarlo. Sin dudas y sin siquiera tener que preguntar: Le amaba.
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Ojos carmín, cual rubí | Stolitzø.
Разное| • ~ • ~ • ~ • ~ • ~ • ♥ • ~ • ~ • ~ • ~ • ~ • | Juzgar a una persona antes de conocerla es algo muy terrible, luego puede que te arrepientas al ver cómo es en realidad. O, al nunca tener la iniciativa de hablarle, pierdes el poder conocer un mara...