20°: Sin interrupción.

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Aunque no era para nada romántico en su totalidad, sin flores ni detalles siquiera para dar, la verdad era que no se le pasaba por su mente otro momento que no sea este. Quería tomar todo lo que sucedió entre ellos dos a su favor y aprovechar toda la conmoción que sentían.

Aprovecharía el ambiente que ellos dos habían hecho nacer y, con sus manos tomando las del Goetia y sus miradas intensamente conectadas, daría paso a los sentimientos más fuertes que en él habían, le diría todo lo que por él sentía. Que lo adoraba, lo apreciaba y lo quería.

Que lo amaba.

Y esta vez no sería tras una puerta, esta vez no se equivocaría. No. En este caso le diría toda la verdad, aquello que era lo único que le había escondido al menor. Ya que no poseía la valentía suficiente para decírselo, mostrándolo de diferente forma: con hechos.

Cara a cara, y sin apartar ni un segundo su vista en él, le confesaría lo que le estaba costando bastante decir. Pero, aún así, los rubíes que le miraban expectantes y curiosos le daban la seguridad necesaria para continuar, para avanzar y no seguir con la farsa.

No quería retractarse de algo que ni siquiera había empezado, ya que muy bien podía seguir con otro tema en general y llevar la conversación a otro lado, pero no. No quería.

Así que sí. Tomada ya la decisión, se dispondría a hablar y dar paso a lo que su mente y corazón, esta vez conectados, le exigían con fervor que dijese. Sin trabas ni interrupciones, ya que no dudaba de sus sentimientos ni mucho menos había la posibilidad de que fueran interrumpidos en ese lugar.

Por ello, lo creía perfecto.

Por ello, era perfecto.

—... Stolas, yo-

— ¡Oh, Blitzy! Debí decirte algo desde el principio, querido — Apretó sus manos a las contrarias para que lo escuchase, ya que, al ver el silencio que dió su mayor, pensó que había terminado de hablar. Ya que recordó algo muy importante que había sucedido hace no mucho. Pero, al notar que sin querer interrumpió a su moreno, apenado se mostró —. Oh, lo siento, cariño. Continúa, ¿Qué es lo que ibas a decirme? — Acarició con sus pulgares las manos contrarias, dándole a entender que podía proceder con lo que diría con anterioridad.

— E-Eh — Tartamudeó. Mas le dió un poco de curiosidad la manera en que le informó sobre lo que antes comenzaría a decirle. Lo conocía, y sabía muy bien que la expresión que mostró no era para nada bueno dejarla pasar —. N-No, tú-... ¿Qué ibas a decirme tú? — Achicó uno de sus ojos mostrando la clara curiosidad que sentía.

El Goetia se tensó un poco, miró fugazmente hacia ambos lados para después regresar nuevamente su vista en el contrario.

Ayer, mientras el sol caía y daba paso a la inmensa oscuridad de la noche, se había quedado en su cuarto como de costumbre, pensativo. Muchas intensas emociones habían surgido luego de lo que sucedió con su amado, y eso era lo único que rondaba por su mente a escasas horas de la noche.

Había leído la nota que dejó, y le pareció demasiado tierno aquel gesto. Tanto, que la guardó en un pequeño cofrecillo que mantenía lejos de toda mirada curiosa, teniendo dentro de este las pertenencias más importantes de su vida. Más que todo, eran cosas que su madre, en vida, le regaló estando él muy pequeño.

Como también, los detalles que su amado le hacía por sus cumpleaños pasados. Todo estaba muy bien protegido, y así siempre será.

En lo que guardaba su ahora más reciente tesoro, escuchó a lo lejos unos toques en su puerta, dando a entender que, quien estuviera detrás, quería tener acceso a su habitación. Así que rápidamente guardó de nuevo aquel cofre y con voz apurada permitió aquel pase. Quien entró no le dió asombro, pero sí alivio. Ya que se trataba de su mayordomo personal.

Ojos carmín, cual rubí | Stolitzø.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora