21°: Reacción.

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Silencio sepulcral.

Blitzø, aún con sus manos tomando las del contrario, le miraba pacientemente. Aguardando desde su lugar con la misma sonrisa que llevaba en todo este tiempo. Estaba esperando cualquier acción del Goetia, esperaba recibir alguna reacción, palabra o expresión por parte del menor. Cualquier cosa. Pero...

Nada.

Lo que podía notar ante sus ojos era que, en todo el tiempo que se tomó para decirle todas aquellas palabras a su menor, este le miraba atentamente. Acompañado por una expresión que reflejaba lo atónito que estaba por su anteriormente dicho monólogo.

Sus ojos mostrando lo asombrado que estaba, sus labios ligeramente entreabiertos indicio de que quería comentar cualquier cosa, pero no podía y ni él mismo le dejaba. El fuerte escarlata que adornaba tiernamente sus mejillas desde que empezó su hablar. Como también, pudo notar cómo jugaba nerviosamente con sus manos. Pero, y en todo caso, se encontraba mirándole expectante. Con la más sincera atención. Al pendiente de cada cosa que decía, recibiendo cada palabra que de sus labios salían.

Y, aún así, no respondía.

No reaccionaba. Su carita no cambió ni un poco. Bueno, no fue hasta cuando le robó aquel pequeño beso que el azabache intensificó más su mirar y un jadeo asombrado escapó después de separarse, como también, sus pupilas se dilataron en demasía. Pero, después de allí, nada.

Aunque esperó a que este se tomara su tiempo para que pudiera procesar todo de la mejor manera, la verdad era que se estaba preocupando un poco ya que, prácticamente, se había congelado en su lugar. Esperaba con ansias desesperadas su respuesta, aunque nunca formuló pregunta alguna para responder.

Quería dar por sentado que su forma de atar cabos era, en su totalidad, cierta, y no un rumor o una creencia loca de su parte. Quería que fuera el mismo Stolas quien le dijese que su sentir era mutuo, que no le era indiferente.

Que también le quería de la misma manera.

Por ese pequeño detalle: el no saber con tanta anticipación ni pruebas palpables si era eso cierto o no, le daba el porcentaje necesario para un posible rechazo por parte del de mayor estatura. Y si fuese así, aunque deprimido y con su orgullo herido, le entendería y trataría de que aquella incomodidad que traería eso no se hiciera tan importante. Intentaría aminorar el malentendido con algunos de sus chistes improvisados y explicaciones que dieran a entender que no le dolería y que lo comprendía de la mejor manera.

¡Já! La hipocresía es poderosa, ¿No?

Pero de algo sí estaba más que seguro: No dejaría que nadie se le acercase. Aquello no lo habia dicho en vano, en lo absoluto. Eso había sido un juramento que lo llevaría consigo para todo el resto de su existencia. Porque sí, como lo había hablado él mismo: podrían llamarlo el más vil de los egoístas, pero nada ni mucho menos alguien podrá evitar que él estuviera con su chico. Nadie se lo arrebataría de las manos.

Así que lo único que le quedaba ahora, sin dejarse llevar de sus malditos pensamientos negativos, era escuchar por los mismísimos labios ajenos, los cuales le hacían delirar, lo que verdaderamente él pensaba o sentía sobre todo lo que le dijo.

Sus hombros los relajó un poco al notar que la respuesta aún no llegaba. Y aunque se alejó un poco de donde se encontraba (muy cerca, en realidad), no quitó sus manos del agarre. Es más, aseguró un poco aquel gesto. Dudoso.

La sonrisa que había mostrado y llevado, se volvió ahora una muy pequeña mueca de confusión e incomodidad. No le reten por ahora estar impaciente, pues lanzar aquel sermón sobre tus más sinceros y claros sentimientos, mostrar tu lado más vulnerable y, además, confesar algo que de por sí era de suma complicación decir... Es demasiado. Para luego no recibir reacción alguna.

Ojos carmín, cual rubí | Stolitzø.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora