Podría jurar que mi primer día en Sicilia no fue lo que yo esperaba. Todo el día me la pasé encerrado sin hacer nada más que mirar a las paredes.
Alessandro salió desde muy temprano y no lo he visto, mi desayuno y almuerzo fue acompañado de mi guardaespaldas —aún sigo procesando que haya sentido celos de Leila— le pregunté si quería pasar la tarde conmigo, pero se negó de inmediato.
Estoy tratando de preparar la cena, pero soy un verdadero desastre. Nunca antes me ocupé de la cocina y lo poco que pude hacer no implicaba encender una estufa o picar miles de cosas.
—Creí que a las princesas no se les permitía entrar a una cocina —dejo caer lo que tengo en la cama mientras me llevo las manos al corazón.
Pasar todo el día sola en un lugar tan grande y escuchar la voz de Alessandro en este momento me dio un susto de muerte.
—Si se nos permite entrar a una cocina, aunque no es necesario —menciono—. Ya ves, vivimos rodeados de gente que hacen todo por nosotros.
No estoy siendo para nada sarcástica. En casa de mis padres había como mínimo seis personas que se encargaban de todos los deberes de la casa, sin contar los guardias que cuidaban la mansión las veinticuatro horas.
—¿Cómo te sentiste el día de hoy?
Camina hacia mí, pero se detiene guardando una distancia prudente.
—Bien —observo mientras se quita la corbata y desabrocha los dos primeros botones de su camisa.
—No estás muy convencida. ¿Conociste a Leila?
—Sí, desayunamos y almorzamos juntas.
—Aparte de ella tendrás a otra persona, aunque ellos van a intercambiar los turnos.
—¿Vas a estar en casa mañana? —pregunto, no quiero pasar un día más encerrada y sola.
Sé que su trabajo exige mucho tiempo, pero debería considerarme. Soy nueva en esta ciudad y no conozco a nadie con quien pueda pasar el rato, tampoco tengo mis libros o mi Kindle para ocupar mi mente con ellos.
Cuando mi padre me prohibió salir, mi único consuelo era la biblioteca o las pinturas que podía hacer de vez en cuando.
—Tengo que salir temprano, pero llegaré antes de la cena.
—¿Puedo salir?
—Pequeña, puedes ir a donde quieras siempre y cuando lleves a Leila y algunos guardias contigo, también debes decirme dónde estás.
Nunca imaginé que la vida de casados sería así, mi marido saliendo a tempranas horas de la mañana y llegando tarde.
—Voy a cambiarme y vendré a cenar contigo. Estoy seguro de que Giulia dejó algo en la nevera.
Lo veo caminar hacia las escaleras, pero antes de subir se devuelve hasta donde estoy y me besa. Enreda sus dedos en mi cabello y no puedo evitar cerrar los ojos, sus labios son dulces y me gusta lo que siento cada vez que nos besamos.
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El Contrato. © [EN PROCESO]
Любовные романыTercer libro de la serie amores de la mafia [EN PROCESO] Crecer como la hija de uno de los capos de Italia solo tiene una ventaja -tener un matrimonio asegurado-, y para mí no es una ventaja porque tener matrimonios concertados solo te convierte en...