☠|CAPÍTULO TREINTA

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Cuando recibí a Alonso y a Eduardo en mi oficina no imaginaba lo que iban a decirme, pero en cuanto escuché las palabras que salieron de la boca de ambos hombres me hicieron poner furioso, mucho más de lo que pude imaginar

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Cuando recibí a Alonso y a Eduardo en mi oficina no imaginaba lo que iban a decirme, pero en cuanto escuché las palabras que salieron de la boca de ambos hombres me hicieron poner furioso, mucho más de lo que pude imaginar.

Ni siquiera empecé lo que estábamos por hacer, me importaba una mierda, quería llegar a donde estaba mi mujer e impedir que los hombres que contrató su hermana la tocaran, pero llegué tarde.

Uno de los hombres tenía la mano de mi mujer obligándola a que tocara su horrible abdomen. La sangre me hirvió y quise sacar mi cuchillo y cortarle la mano por atreverse a tocarla.

Mi mujer estaba jodidamente sorprendida cuando llegué gritando, pero no me importo asustarla o lo que pensara en ese momento, lo único que quería era que el hombre desapareciera de nuestra vista y apartará sus manos

—Deberías calmarte, no iba a pasar más que eso —menciona Emma haciendo que mis pensamientos se disipen.

La ignoro, no quiero abrir mi boca en este momento porque la ofendería y terminaría ofendiendo a Alonso y a mi mujer.

—Eso Viviana —me señala mientras mira a mi mujer—. Es un hombre celoso porque otro hombre se atrevió a mirar a la mujer que le gusta.

Mi pequeña flor le hace un gesto a su hermana para que cierre la boca, pero está la ignora.

—¿Estás celoso? —pregunta Emma.

—Y muy furioso —completo—. Si hubiese conocido tus planes ahora mismo estarías en un vuelo directo a Campania.

—Ahora lo has comprobado, así que debes hacer el resto —menciona mirando a mi mujer ignorando mis palabras.

Veo como Viviana termina su tercera Bona.

—¿Solo estás tomando soda? —asiente ante mi pregunta—. ¿Quieres tomar algo más?

—No, con esto es suficiente.

Deja la botella vacía sobre la mesa y se levanta. Mis ojos descienden hasta su trasero que apenas y está forrado por ese pedazo de tela que se hace llamar vestido.

—¿A dónde vas?

—Creo que he tomado más Bona de lo que mi vejiga puede aguantar, así que voy al baño.

Me pongo de pie y camino detrás de ella, no quiero que se encuentre con alguien que quiera acosarla.

—Creo que este no es mixto —dice señalando el logo de una mujer en la puerta.

—Puedo entrar contigo, no tengo ningún problema.

—No puedes entrar, puede ser incómodo.

—¿Para ti? —pregunto.

Mira detrás de mi hombro y sé que no hay nadie ahí, es más, ninguna mujer vendrá al baño porque las únicas aquí son sus amigas, ella y su hermana.

El Contrato. © [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora