☠|CAPÍTULO DIECIOCHO

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Escuchar lo que Alessandro le decía a papá me pareció lo más absurdo del mundo, pero no pude cuestionar eso porque era una conversación de hombres y aunque yo fuera el tema de discusión, nunca podemos interrumpir o protestar, por eso decidí irme d...

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Escuchar lo que Alessandro le decía a papá me pareció lo más absurdo del mundo, pero no pude cuestionar eso porque era una conversación de hombres y aunque yo fuera el tema de discusión, nunca podemos interrumpir o protestar, por eso decidí irme de su oficina.

Quedarme en esta casa no era una opción cuando llegué, pero cuando la señora Vittoria lo propuso, llegué a ilusionarme, pero al recordar que mi padre se negaría, tuve que declinar las ganas de dormir en el mismo lugar que Alessandro.

Cuando Alessandro terminó la llamada con mi padre y dijo que este había aceptado, no podía creerlo, pero cuando dijo que mi padre quería verme mañana, estuve segura de que no saldría nada bueno de dormir fuera de casa.

Todo el resto de la tarde y parte de la noche estuvimos eligiendo algunas cosas que faltan para la boda, «aunque mi madre ya eligió la mayoría» me gusto que la familia de Alessandro y él estuvieran interesados en participar de hasta lo más mínimo.

Me gusta interactuar con toda esta familia y estoy empezando a envidiar el trato que le da el señor Lorenzo a sus hijas, es tan diferente al trato que papá nos da a nosotras, él las ve con amor y respeto.

Hace tres horas me dieron algo de ropa para dormir, que me queda dos tallas más grandes y una habitación, pero llevo dos horas dando vueltas en la cama sin poder dormir. He intentado contar ovejas, nivelar mi respiración, pero nada funciona.

Tal vez mi falta de sueño sea porque no estoy en mi cama, pero estoy segura de que no es eso, mi falta de sueño se debe a un sexy hombre que me pidió permiso para besarme y está durmiendo a dos habitaciones de la mía.

Miro mi teléfono y es pasada medianoche, me levanto y salgo de la habitación, bajo las escaleras y camino hacia la cocina. Me sirvo un vaso de agua y cuando decido regresar a la habitación, me choco con una pared de músculos que me hace retroceder unos pasos.

—Señorita, ¿está bien? —me pregunta un hombre, intenta agarrarme, pero me alejo.

—Sí, lo siento, no te vi —me disculpo, e intento continuar mi camino, pero el hombre se me atraviesa.

—De verdad, ¿Está bien?

—Sí, lo siento.

—Déjeme servirle otro vaso de agua —dice, me quita el vaso que llevaba en la mano y lo llena nuevamente de agua.

No me había dado cuenta de que el agua que había servido se derramó casi en su totalidad.

—Está bien, no tiene que hacer esto —me alejo más del hombre.

La incomodidad que siento es palpable, pero el hombre no parece notarlo. Lo observo un poco más, pero no logro reconocerlo —bueno, debe ser uno de los hombres de Alessandro— lleva un pantalón cargo negro y una camiseta blanca, sus botas también son negras e imagino que debe ser un tipo de uniforme.

El Contrato. © [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora