El sonrojo en mis mejillas por aquel beso se esfumó rápidamente.
¿Alguna vez has llegado a casa y te has encontrado tu habitación hecha un lío? ¿Acaso algún alma caritativa (hola, mamá) ha intentado «limpiarla» y, de repente, ya no logras encontrar nada? E incluso si no falta nada, ¿no has tenido la inquietante sensación de que alguien había estado husmeando entre tus pertenencias y sacándole el polvo a todo con cera abrillantadora al limón? Así es como me sentí al ver el Campamento Mestizo de nuevo.
A primera vista, las cosas no parecían tan diferentes a excepción de los destrozos que hicieron los toros. La Casa Grande seguía en su sitio, con su tejado azul a dos aguas y su galería cubierta alrededor; los campos de fresas seguían tostandose al sol.
Los mismos edificios griegos con sus blancas columnas continuaban diseminados por el valle: el anfiteatro, el ruedo de arena y el pabellón del comedor, desde donde se dominaba el estuario de Long Island Sound.
Y acurrucadas entre los bosques y el arroyo, las cabañas de siempre: un estrafalario conjunto de trece edificios, cada uno de los cuales representaba a un dios del Olimpo.
Pero ahora el peligro estaba en el aire y podías percibir que algo iba mal; en vez de jugar al voleibol en la arena, los consejeros y los sátiros estaban almacenando armas en el cobertizo de las herramientas. En el lindero del bosque había ninfas armadas con arcos y flechas charlando inquietas, y el bosque mismo tenía un aspecto enfermizo, la hierba del prado se había vuelto de un pálido amarillo y las marcas de fuego en la ladera de la colina resaltaban como feas cicatrices.
Alguien había desbaratado mi lugar preferido de este mundo, y no me sentía… bueno, ni medianamente contenta. Mis amigos me acompañaban en mi trayecto y ellos tampoco parecían muy contentos.
Mientras nos encaminamos a la Casa Grande, reconocí a un montón de chicos y chicas del verano pasado, pero nadie se detuvo a charlar. Nadie me dio la bienvenida. Algunos reaccionaron al ver a Tyson, pero la mayoría pasó de largo con aire sombrío y continuó con sus tareas, como llevar mensajes o acarrear espadas para que las afilen en las piedras de amolar.
Yo miraba mi entorno mientras sentía mi corazón arder dentro de mi pecho sin cuidado alguno, simplemente se quemaba como un automóvil que acababa de explotar. Y yo sólo podía mirar todo eso en silencio mientras sentía mi corazón arder. El campamento parecía una escuela militar, y sé de lo que hablo, créeme, a mí me han expulsado de un par. Pero nada de todo eso le importaba a Tyson, pues estaba absolutamente fascinado por lo que veía.
--- ¿Qués—eso?. --- preguntó asombrado. Él mantenía su mano unida a la mía y yo sentía que estaba dándole una guía turística a un niño muy grande.
--- Los establos de los pegasos --- le dije --- . Los caballos voladores.
--- ¿Qués—eso?.
--- Ah… los baños.
--- ¿Qués—eso?.
--- Las cabañas de los campistas; si no saben quién es tu progenitor olímpico, te asignan la cabaña de Hermes (esa marrón de allí), hasta que determinan tu procedencia. Una vez que lo sabes, te ponen en el grupo de tu padre o tu madre.
Me miró maravillado: ---¿Tú… Tienes cabaña?
--- La número tres. --- señalé un edificio bajo de color verde, construido con piedras marinas.
--- ¿Tienes amigos en la cabaña?.
--- No. Sólo yo.
En realidad no me apetecía explicárselo, contarle la verdad embarazosa: yo era la única que ocupaba aquella cabaña porque se suponía que no debía estar viva.
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Andy Jackson y El Mar de Los Monstruos
Fanfiction"Con el herrero del fuego y el príncipe fantasma, navegarás en el buque de hierro con guerreros de hueso. Acabarás hallando lo que buscas y lo harás tuyo, pero habrás de temer por tu vida sepultada entre rocas. Y sin amigos fracasarás y no podrás vo...