Capítulo 11: "Nos alojamos en el balneario C. C. de salud y belleza."

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No agradezco ser una semidiós, hubiera sido mejor no serlo.

Me ahorraría muchas cosas. Me habría hecho un favor. Tal vez no tendría un alma tan cínica. Tal vez no tendría que fingir que soy una chica dura, o una heroína que nunca está satisfecha y siempre busca más adrenalina, o una tipa mala y sanguinaria que asesina monstruos por placer, o una dama feroz que hacen que tu novia se vuelva loca de celos. Soy la mala, obvio, para ellos soy la mala, el error, pero todo es más sencillo que eso.

No soy eso. Porque no pedí esto.

Desperté en un bote de remos con una vela improvisada con la tela gris de un uniforme confederado. Leo estaba despierto, con un vendaje algo chueco en su cabeza. Will estaba sentado a su lado y mirando el océano de forma pensativa. Nico mantenía su espada entre sus manos. Magnus iba orientando la vela para avanzar en zigzag. Intenté incorporarme y de inmediato me sentí mareada.

--- Descansa --- me dijo Will --- . Vas a necesitarlo.

--- ¿Y Tyson…?.

Magnus meneó la cabeza: --- Lo siento mucho, Andy. --- entonces guardamos silencio mientras las olas nos sacudían.

--- Quizá haya sobrevivido --- dijo Nico, aunque no muy convencido --- . No sentí que él...

--- Bueno, tu detector de muerte nunca falla --- Leo tamborileaba sus dedos sobre el costado del bote --- . Estoy de acuerdo. El fuego no puede matar a los cíclopes.

Asentí, pero no tenía ningún motivo para albergar esperanzas. Había visto cómo aquella explosión destrozaba el hierro blindado. Si Tyson estaba junto a las calderas en aquel momento, era imposible que hubiera sobrevivido. Había dado su vida por nosotros, y yo no podía dejar de recordar todos los momentos que pasamos juntos. Incluso cuando sé que el destino no es mi dueño, me sentí como un animal atrapado y herido.

Las olas rompían contra el bote. Sin cantar una canción, simplemente existiendo, resonando. No alcé la cabeza, no quería ver las miradas de lástima presente en los rostros de las personas que conozco. Se supone que debería ser una chica dura, que nunca está satisfecha con la adrenalina, ese tipo de chica mala que hace que las chicas sientan envidia. Ya sabes, lo que todos pensaban de mí. Pero no estaba actuando de esa forma sarcástica e irónica tan habitual en mí que siempre da lugar a malas interpretaciones.

Solamente me sentía como un error en el código. Algo obvio, insoportable, que merecía todo eso.

Los chicos me enseñaron algunas cosas que habían logrado salvar del naufragio: el termo de Hermes (ahora vacío), una bolsa hermética llena de ambrosía, un par de camisas de marinero y unas botellas de Seven Up. Ellos me habían sacado del agua y también habían encontrado mi mochila, aunque los dientes de Escila la habían desgarrado por la mitad. La mayor parte de mis cosas se habían perdido en el agua, pero todavía tenía el bote de vitaminas de Hermes. Y también mi espada Contracorriente, desde luego. No importaba dónde perdiera aquel bolígrafo: siempre volvía a aparecer en mi bolsillo.

Navegamos durante horas. Ahora que estábamos en el Mar de los Monstruos, el agua relucía con un verde todavía más brillante, como el ácido de la hidra. El aire era fresco y salado, pero tenía además un raro aroma metálico, como si se aproximara una tormenta eléctrica, o algo aún más peligroso. Yo sabía en qué dirección debíamos seguir. Y sabía que nos hallábamos exactamente a ciento trece millas náuticas de nuestro destino, en dirección oeste noroeste. Pero no por eso lograba sentirme menos pérdida.

Sin importar en qué dirección virásemos, el sol siempre me daba en la cara. Compartimos unos sorbos de SevenUp y utilizamos la vela por turnos para guarecernos un poco con su sombra. También hablamos de mi último sueño con Grover. Según Magnus, teníamos menos de veinticuatro horas para encontrarlo, y eso dando por supuesto que mi sueño fuese fiable y que Polifemo no cambiara de idea e intentara casarse antes.

Andy Jackson y El Mar de Los MonstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora