Capítulo 2

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Tres meses después

Mackenzie era buena. Buena para intentar distraerme en estos meses tan oscuros cuando llegaba al departamento del estudio de arquitectura. Siempre se queda conmigo para asegurarse de que coma algo y después irse. Últimamente sumó a su rutina revisar mi baño y la cantidad de pastillas que hay en el pequeño armario ya que hace tres días ingerí un exceso de analgésicos que me provocaron vómitos justo cuando Mack estaba en el piso dejándome en evidencia. Pero lamentablemente era el exceso de pastillas las que me ayudaba a dejar de pensar y olvidarme del dolor que no sale de mi pecho.

Toda mi vida se había desmoronado desde la visita a la ginecóloga de hace tres meses. Un sin fin de emociones negativas de culpa, depresión, enojo tanto conmigo misma como con Scott, nostalgia por nuestra relación de cinco años, y ansiedad eran lo único que sentía. Lo peor era que sabía que mis emociones iban a ser así por siempre. Mi ex pareja nunca más apareció, ni me escribió, aunque Mack se ocupó de eso ya que tomo mi móvil para bloquearlo de todas partes metiéndome en la cabeza que no está bien lo que hizo y que jamás debería volver a verlo. Sabía bastante de tecnología por tener sesenta años, siempre me cuenta que tiene muchas aventuras sexuales en su departamento gracias a Tinder a causa de ser una viuda desde hace unos diez años que tiene necesidades, para su suerte nunca le salió mal.

Intento convencerme cada día de que es mejor así, estando separada de él, de que estaré bien después de estos dos golpes de realidad. Pero no es así.

—¿Que tal te fue querida?— pregunta Mack al verme llegar por el pasillo.

—Bien, ya terminamos los planos para la casa de los clientes Waldorff, solo nos falta cotizar la obra.

Ambas entramos al departamento, Mack fue directa a la cocina para preparar la cena. Al menos tenía a ella y a mis padres de apoyo, como también a mis compañeros de trabajo que se la empeñan en hacerme reír con sus bromas. El problema era cuando estaba completamente sola.

—Necesito unos analgésicos Mack, se me parte la cabeza en dos— enuncio una vez que me siento en el sofá junto a Manchas masajeándome las cienes.

Me sorprende completamente el golpe del utensilio contra la cacerola que dio mi amiga.

—Basta, me canse. Siempre dices lo mismo y cuando al otro día vuelvo veo que te haz tomado más de cinco analgésicos del frasco, esto tiene que parar— dice furiosa acercándose a mi para tomar asiento a mi lado, coloca su mano en mi espalda— Mira, mi hija sufre de ataques de ansiedad y va a una psicóloga para tratarlos, tengo su contacto puedo dártelo y...

— No necesito ayuda de ninguna psicóloga, ya pasaron tres meses, estoy bien— la interrumpo, ella me mira como si no pudiera creerlo.

— ¿Estar bien es tener ganas de ingerir tantos analgésicos y quedarte llorando por las noches? Si, te oigo desde el pasillo— agrega cuando ve que iba a interrumpirla.

Sabía que ella tenía razón. Pero era lo suficientemente orgullosa como para admitir que no necesito ayuda, por más que sepa que es así. Valoro mucho que ella se preocupe por mi, pero en el fondo siento que aunque vaya a una psicóloga nunca podré quitar este peso conmigo misma.

— Solo ve a una sesión Cass, y me cuentas si te hizo bien, que estoy segura de que lo hará. Además no puedes seguir automedicándote, ella te dirá que medicamentos debes tomar. Esto no es sano querida amiga.

— Mack valoro lo que haces, pero te juro que el trabajo es una buena distracción, no creo que sea necesa...—me auto interrumpo al ver su mirada persuasiva— Esta bien. Pero solo será una sesión de prueba.

— Esa es la actitud. Me recuerdas a mis noviecitos cuando los convenzo de no volver a verme.


Había llegado el viernes, me había agendado la sesión con la psicóloga Martínez para las cinco de la tarde. Me encontraba en mi cuarto recién salida de bañarme buscando en el armario ropa limpia ya que la que traía antes se encontraba llena de polvo a causa de mi visita a la construcción de el nuevo proyecto en el que estoy trabajando. ¿Que debe ponerse alguien que va a ver a una persona que solo te escucha y dice "y con eso como te sientes"? Decido ir por la opción de ropa casual que por la formal, unas bermudas de jean azules con un top blanco y un chaleco de tela negra. Me dirijo al baño para peinar mi cabello negro azabache en una coleta como todos los días, y solo me aplico humectante de labios en la boca. Me observo en el espejo pensando que carajos estoy haciendo yendo a una psicóloga. Y como siempre que sobre pienso las cosas, la ansiedad comenzó a atacarme, me costaba respirar y mi corazón se aceleró de golpe, como instinto tomo mi cartera y me dirijo a la salida para ir a la farmacia que hay a una calle.

Una vez comprados los analgésicos, que Mack no podrá quitarme, ingiero cuatro de ellos y respiro hondo al darme cuenta de que me siento mejor.

El consultorio de la doctora Martinez se encontraba a unas veinte calles de mi hogar, por lo que me tome un Uber para llegar. Se trataba de un edificio de tres plantas de ladrillo macizo. Al ingresar me atiende una recepcionista para pedirme mis datos, buscar mi turno en su computadora y cobrarme la sesión, luego de eso me pide que tome asiento y aguarde a que me llamen. Decido pasar el tiempo revisando mis redes sociales personales y las de la empresa que trabajo, esbozo una sonrisa de orgullo al ver que nos habían contactado más de diez personas para solicitar nuestros servicios. Pero las nauseas empezaban a aparecer cuando oigo que una señora con voz dulce me llama desde una puerta cercana.

− Buenas tardes señorita Evans, siéntese− dice luego de estrechar mi mano y cerrar la puerta.

Parecía una mujer amable con su sonrisa, su bonito cabello rubio y su ropa arreglada. Su consultorio era grande, con piso de madera y paredes color crema, un gran ventanal que permite que ingrese mucha iluminación al cuarto, y muchas plantas por todas partes. Y por último habían dos sofás, uno común y el otro para recostarse, obviamente no me recosté

− Bueno, ¿que la trae por aquí?

Silencio. Solo sentía las nauseas cada vez mas intensas.

− Umm... la verdad es que no lo sé, mi amiga me dijo que venga. Y mis padres también lo mencionaron hace tiempo.

Ella alza sus cejas.

− Entonces algo pasa, cuando las personas a tu alrededor piensan que deberías ir con un profesional mental es por algo. Pero tu puedes contarme lo que quieras, veras que poco a poco todo empezará a salir.

Respiro hondo, ¿por donde empezar?

− No se por donde empezar, si por los ataques de ansiedad, por mi ruptura, o por mi...− me auto interrumpo replanteándome si debería contarle algo tan privado como haber perdido un embarazo.

−¿ Por tu?...

− Nada.

Luego de cumplir el horario, me di cuenta de que empecé a contarle todos los sucesos sentimentales que me habían ocurrido estos meses sin pensarlo dos veces, omitiendo la parte de como empezó  el problema en primer lugar, que considero la base de todo pero que no estoy lista para contarle a una desconocida. La doctora Martínez me recetó unos remedios para la ansiedad y posible depresión, que lamentablemente solo debían ser ingeridos una vez al día. Aunque me cueste admitirlo sentía alivio al oír que estos sentimientos son comunes luego de una ruptura de una relación asentada por tanto tiempo, ya que sentía que no era normal sentir esta presión en el pecho, además me gustaron los consejos que me brindo sobre como afrontar esta situación.

− Si te sientes mejor después de nuestra charla, cabe la posibilidad de que volvamos a vernos dos veces por semana. Fue un placer haber hablado con usted señorita Evans.

−Gracias doctora− digo intentando sonreír ya que sentía que en  menos de un minuto iba a expulsar los analgésicos por la boca.

Una vez que cierra la puerta de su consultorio corro hacia el primer baño que encuentro y al ingresar voy de un salto al cubículo y al inodoro para expulsarlo todo de una manera muy ruidosa.

− Que puto asco...

− ¿Señorita?− oigo que alguien pregunta golpeando la puerta del cubículo, una voz masculina precisamente− ¿está bien?

Mierda. Estoy en el baño de hombres, lo que me faltaba.

Me limpio la boca y me incorporo tomando aire y jalando la cadena del retrete. Abro la puerta sintiendo el calor subir por mis mejillas, pero no distingo si es por la vergüenza o por la sorpresa que me llevo al ver que el dueño de esa voz masculina resultó ser más atractivo de lo que pensaba, lo cual solo aumenta mi vergüenza.

—Lo siento yo...estaba en apuros y ni miré donde entré.

No me responde inmediatamente ya que me observa fijo, posiblemente escandalizado por lo que acabo de hacer. En serio desearía no tener este aroma a vomito encima en este momento.

—Tranquila, ¿ahora estás mejor?

— Si, gracias por preguntar— y dicho eso salgo a toda velocidad de un portazo.

Me quedo de pie junto a la puerta, con el corazón acelerado pero esta vez no es por la ansiedad, sino por el recuerdo de aquellos ojos celestes con mezcla de verde en el centro que acabo de ver.

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