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Me llamo Nora, tengo treinta y cuatro años y una hija de quince. Soy escritora y dueña de una editorial. Me encanta mi trabajo, me apasiona escribir, y la verdad es que no me puedo quejar de lo que gano dedicándome a ello. Una casa grande en la costa de Murcia, buenos coches, ropa bonita... En cuanto a mi vida personal... Bueno, de mi vida personal no puedo decir lo mismo. Mi marido murió hace un año en un accidente de tráfico, un tráiler arrastró su coche y murió en el acto, justo después de yo haberlo pillado con su amante.
Algunas se habrían alegrado, pero yo me he sentido culpable y he tenido pesadillas desde entonces. Pasó todo en un abrir y cerrar de ojos. Él era joven, y lo que me hizo... Bueno, lo que me hizo no tenía perdón, me engañaba con otra... ME HABÍA PUESTO LOS CUERNOS. Me mentía, y eso estaba mal. Pero aún así yo no quería que muriera. No se merecía morir. Y dolió, dolió mucho. Porque hiciera lo que hiciera, yo lo seguía queriendo.
Pienso en cuando empezamos a salir, fue en el último año de instituto. Lo típico, el chico guapo y deportista que se acaba fijando en mí, una chica ingenua, tímida y preocupada solo por sus estudios. Yo nunca tuve novio, hasta que lo conocí a él. Me enamoré por completo de aquél chico tan atractivo de pelo negro y ojos verdes que no paraba de mirarme cada vez que pasaba por su lado. Él también se enamoró de mí, pues yo tampoco estaba mal, y no es que yo me crea guapa ni mucho menos, no era de ese tipo de chicas que siempre andan mirándose al espejo, arreglarme y maquillarme no era mi prioridad. Prefería pasar desapercibida. Pero, ante los ojos de la gente, mis padres y mis amigas..., yo también tenía mi atractivo. Era alta, delgada, pelo castaño claro, largo y ondulado, ojos color almendra... Pero usaba gafas, miope desde los nueve años. Creo que a causa de las horas que me pasaba leyendo, hasta con linterna en la cama cuando supuestamente estaba durmiendo.
Sigo estando casi igual. Bueno, mi cara ya no es aniñada, ahora es de una mujer de treinta y tantos. Pero sigo conservando mi cuerpo de entonces, mi pelo. Y aún llevo gafas. Lo que pasa que ahora ando descuidada con todo lo que pasó.
Él fue el primero en todo, mi primer amor, mi primera vez... Hasta que me dejó embarazada a los dieciocho. Fue un gran shock para todos, sobre todo para mis padres. Porque no tuve más remedio que dejar los estudios durante unos meses.
Cuando Maya, mi hija, ya tenía cuatro meses, mi madre se quedaba con ella en casa mientras yo estudiaba Filología Hispánica en la Universidad y trabajaba por las tardes en una pastelería. Oliver, él, que era mi novio por aquél entonces, estudiaba Administración y Dirección de Empresas, y por la tarde servía mesas en un bar de la ciudad.
A los cinco o seis meses, me pidió matrimonio una noche de discoteca cuando celebramos que habíamos aprobado unos exámenes de la facultad. Estaban todos nuestros amigos, todos sabían qué me iba a decir menos yo. Y, con las copas de más, Oliver, agachado de rodillas frente a mí, con una cajita pequeña gritaba por la música tan alta: «¿¿QUIERES CASARTE CONMIGO??» Y todos (sobre todo nuestros amigos) gritaban: «¡¡DILE QUE SÍ, DILE QUE SÍ!!» Aquello fue un subidón de adrenalina que le dije que sí casi llorando, me cogió en brazos delante de toda una discoteca expectante y llena de gente y me decía en voz alta: «¡¡HA DICHO QUE SIII!!» Y todo el mundo saltando y bailando. Mis amigas Ángela y Melanie no paraban de abrazarme y darme besos, los amigos de Oliver brindaban con él.
Al salir de la discoteca nos fuimos todos a la playa a despedir la noche, y nos bañamos como locos en ropa interior, que en ese momento me daba igual porque estaba todo oscuro y yo un poco borracha. Éramos unos jóvenes locos con muchas ganas de vivir y cumplir nuestros sueños. Esa noche éramos euforia.
Pero hubo un rato, cuando se nos bajó un poco los nervios del momento y la borrachera, en que los dos nos separamos un poco del grupo y fuimos a investigar una casa abandonada con vistas al mar. Fantaseábamos con que algún día fuera nuestra. La puerta trasera que daba al jardín estaba medio abierta, alguien la habría forzado antes, pues tenía la cerradura rota. Cogiéndome de la mano, y él delante de mí, fuimos entrando al interior con sigilo, alumbrando con nuestros móviles y pisando con precaución sobre algunos escombros desperdigados por el suelo. Era una casa bastante grande, tenía curiosidad por saber quién vivió allí antes. Lo primero en ver fue un gran salón en el que solo sobrevivía un sofá medio roto y lleno de polvo por el abandono, justo enfrente de la chimenea. A la derecha había una puerta doble que daba al parecer a un antiguo despacho, pues estaba rodeado de estanterías, con la mayoría de las baldas rotas. Soñé que ese sería mi despacho, imaginé cómo sería si yo lo restauraba y colocaba allí todos mis libros.
El contacto de su cuerpo detrás de mí, con sus manos tocando mi cintura y sus labios rozando con deseo mi cuello, me despertó. Sin hablar me cogió de la mano y me guió hasta las escaleras que subía a las demás habitaciones.
Dejamos de curiosear la planta baja, en la que aún quedaban cosas por ver, y fuimos subiendo. En la parte de arriba había varias habitaciones, aunque solo entramos en una. Me sorprendió el gran ventanal que tenía y que daba a la playa. También tenía otra ventana, más pequeña, que daba a la casa del vecino. Era noche de luna llena y la luna iluminaba toda la estancia. Hicimos el amor allí mismo, encima de una manta que habíamos cogido para sentarnos en la arena de la playa. Lo hicimos como nunca.
Aquello fue una celebración en toda regla, una noche que jamás olvidaríamos (al menos yo). Lo amaba, y él a mí. Éramos la pareja perfecta.
Llegó la boda, uno de los días más especiales de nuestras vidas, rodeados de nuestros seres queridos, nuestros amigos de la infancia, del instituto y algunos de la Universidad. Una boda llena de alegría, el día de la pareja perfecta. Nos dimos el «SÍ QUIERO» al aire libre, bajo una carpa llena de lazos blancos cerca del mar, mientras nuestras madres lloraban de la emoción y nuestros padres se ocultaban las lágrimas por vergüenza. Donde por una alfombra roja intentaban dirigir a Maya, con tan solo un añito y medio, para entregarnos los anillos; los que se les habían caído un par de veces antes de llegar a nosotros, haciendo conmover y reír a todos.
El banquete era en un castillo romano que le daba una esencia bastante romántica, disfrutábamos viendo a nuestra hija cómo empezaba a corretear y hablar en su lenguaje infantil, sobre todo a hacer pedorretas para que la dejaran investigar tranquila cogiendo de las mesas del banquete todo lo que le llamaba la atención. Escuchamos por un micrófono discursos de nuestros familiares y amigos, unos haciéndonos llorar, otros reír a carcajadas. Comimos, cantamos, bailamos y despedimos la boda con fuegos artificiales. Espectacular. Una boda perfecta para la pareja perfecta.
Nos fuimos a vivir juntos a un piso de alquiler, por algo se empezaba. Con nuestros ahorros y parte de lo que recaudamos en la boda pagamos seis meses por adelantado. Él venía de una familia adinerada, pues sus padres son cirujanos en una clínica privada. Mis padres dueños de un restaurante, algo más corriente. También nos ayudaron un poco, pero queríamos que fuera más por nuestros medios. Ahora nos tocaba ser independientes.
Cuando nos graduamos en la Universidad yo ya había escrito y publicado dos libros, que por suerte, tuvieron gran éxito hasta en diferentes países. Y fue entonces cuando compré la editorial. La llamé: E. Fuentes. Fuentes por mi apellido. Con eso y las ganancias de mis libros decidí comprar la gran casa de la playa, aquella que me enamoró la noche en que me pidió matrimonio. La restauramos a nuestro gusto, justo como lo había imaginado. La casa de mis sueños.
Todo era perfecto, teníamos una hija maravillosa, los trabajos de nuestras vidas, yo lo quería, él me quería, lo teníamos todo. Pero..., con los años fue faltando algo. Él ya no estaba enamorado de mí, decía mi interior. Me trataba muy bien y era un ejemplar y fantástico padre. No obstante con el tiempo me di cuenta de que, siendo dos jóvenes universitarios, lo hicimos todo tan deprisa que no tuvimos tiempo para nosotros. Con el paso de los años dejó de verme como mujer y desaparecía por las noches con la excusa de que estaba hasta los topes de trabajo. Aquello tan bonito que vivimos fue real, pero tuvo fecha de caducidad. La rutina tal vez, solo él lo supo.
Así pasamos años y años hasta que murió en aquél accidente el año pasado. Muchas son las veces que me he sentido culpable por lo que pasó y me he dicho mil veces que si me hubiera bajado del coche a pedirle explicación, o mandarlo a la mierda en cuanto lo vi con ella, tal vez ahora estuviera vivo aunque nuestra relación terminara.
Me he atormentado durante un año, dándole vueltas a todo aquello que, aunque quisiera, ya no tiene solución. Pero hoy quiero despertar de esta mala pesadilla que me perseguía día y noche, y comenzar una nueva vida. Mi vida.
Empezar por salir de esta burbuja que es mi habitación.

¡Oh! Creo que llaman a la puerta.

Yo soy NoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora