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Me despierto desorientada, me había quedado dormida. El despertador digital de su mesita de noche marca ahora las 4:08 de la madrugada. Me doy la vuelta para mirarlo y, él está despierto mirándome a mí, sus ojos se ven claros incluso en la oscuridad. Es como si se hubiera quedado así despierto todo el tiempo. No tiene la cara muy somnolienta.

—Tengo que irme. No puedo dejar solas a las chicas toda la noche —me apresuro a coger mi ropa, que anda desperdigada por la habitación.

Dios mío, lo he hecho y no sé como tengo que mirarlo ahora. En cambio, él no deja de contemplarme desde la cama. No aparta ni un segundo la mirada de mí.

—Te dejé dormir. Yo me quedé despierto para estar al tanto de todo. Si hubiera pasado algo, me habría enterado —aclara incorporándose y sentándose en el borde de la cama —. Lo siento si no te avisé, te vi cansada y no quise interrumpir tu sueño —ríe.

—Oh, dios. ¿Hablé dormida o algo?

—Hoy al menos no, pero duermes muy graciosa con la boca abierta.

—Joder, ¡¿por qué?! ¡Estaría horrible! —me tapo la cara con el vestido cubriendo también las partes íntimas de mi cuerpo.

—Estabas muy mona —dice divertido.

—Sí, claro, monísima. ¿No se te habrá ocurrido hacerme una foto, verdad? —inquiero con cierta vergüenza, destapándome la cara para mirar su expresión que, viéndolo soltar una carcajada, puedo imaginarme que sí.

—No me pude resistir.

—Madre mía, Joel, enséñame esa foto horrorosa ahora mismo —le suplico ya con las bragas puestas y, con el vestido tapándome el pecho, me lanzo hacia él para cogerle el móvil.

—Noooo —ríe y se encoge echándose a un lado como si le hiciera cosquillas —. No, que me la borras.

—No la borraré, pero enséñamela, por favor.

—Está bien, pero sin tocar el móvil —dice escondiéndolo tras su espalda y yo pongo los ojos en blanco.

—Ok, la foto —pongo los brazos en jarra y despacio desbloquea la pantalla y busca en la galería, con cuidado de que no se lo arrebate apartándome con la otra mano.

—¡Por el amor de dios, vaya careto! ¡Borra eso, por favor! —digo alzando la voz al verla y me echo encima de él después de haber vuelto a bloquear la pantalla —Joel, por favor, ¡estoy horriblee! —me quejo como una niña pequeña.

—Solo la tengo para mí, no se la enseñaré a nadie.

—Pero, ¿por qué esa foto? —resoplo.

—Porque una así nadie la tiene —sonríe pícaro.

—Me rindo, pero solo para ti. A nadie —le advierto poniéndole el índice en el pecho.

—Solo para mí —me guiña un ojo.

—Estás loco, una foto así no es nada sexy —digo con resignación —. ¿Dónde está mi...?

—¿Sujetador? Estaba en la almohada —responde con él en la mano.

Lo cojo y me doy la espalda para ponérmelo.

—Por la mañana iré a la playa, ya que por la tarde tengo guardia —agrega levantándose de la cama, me doy la vuelta al abrocharme el sujetador y él anda por la habitación sin ningún tipo de pudor. Como Dios lo trajo al mundo.

Por más que yo quiera agachar la cabeza, no puedo apartar la vista de él. Ha encendido la lamparita de la mesita de noche y lo veo claramente.

—Si quieres venir, allí estaré —insiste colocándose los bóxer.

—Quizás me pase un rato —me visto ligera —. Ahora tengo que irme.

—Bueno, te acompañaré a la entrada —se pone unos pantalones de chándal y yo le sigo escaleras abajo.

Cojo mis llaves con una mano y los tacones con la otra. Los dos salimos descalzos.

Al abrir la puerta noto el frío de la madrugada que hace estremecerme. Mostrándose atento, me cubre con una de sus sudaderas que tenía colgada en el perchero de la entrada.

—Gracias —le digo subiéndome la cremallera. La sudadera está impregnada de su perfume.

—No es nada, hace frío.

Al llegar a mi puerta, abro sigilosamente para no hacer ruido.

—Bueno..., nos vemos —las palabras me salen tímidamente. Después de lo de esta noche, verlo frente a mí y sin camiseta, hace que se me acorte un poco la respiración. Aún no me creo que haya pasado.

—No quiero que pienses que no quiero seguir viéndote. Me gustas demasiado, ¿sabes? —se acerca y me da un largo beso al que yo no puedo resistirme. El corazón se me acelera —. Por cierto, ayer no te dije que estabas muy guapa.

Sonrío pensando que, después de todo, no hizo falta.

—Adiós, Nora —se aleja hacia su casa en la penumbra de la noche y yo lo sigo absorta con la mirada.

—Adiós, Joel.

Entro en el baño, otra vez con cuidado de no hacer ruido y, me quito la ropa. Me meto en la ducha, y dejo que el chorro de agua fluya por todo mi cuerpo, desde la cabeza a los pies. Con la fe de que me ayude a pensar con más claridad, que me ayude a despertar un poco.

Acabo de hacer el amor con él y, parece todo tan irreal que, no paro de darle vueltas a la cabeza y sentir ese cosquilleo en mi entrepierna.

Salgo de la ducha y, lo primero que veo, es su sudadera colocada en el respaldar de una silla. Sin apartar la vista de ella, me cubro el cuerpo con una toalla y la cojo cuidadosamente como si fuera a perder su olor. Cierro los ojos y me la acerco para olerla. Ese perfume es único. Joel, y nada más que Joel.

Yo soy NoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora