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Me quedé dormida pensando en él, y..., los rayos de sol a través de la ventana, me despiertan. Caí en un profundo sueño, dejándome la persiana subida hasta arriba. Me froto los ojos con los puños, pues al estar recién levantada, la luz del sol me molesta.
Ya es sábado, y el esperado cumpleaños de Maya, llegó. Mi hija, la que parecía que sería para siempre mi niña pequeña, hoy cumple dieciséis años, y es toda una mujer a sólo dos de cumplir la mayoría de edad.
Me bajo de la cama. Apenas son las siete y media. Al hojear el móvil, para ver la ver si tengo alguna notificación, efectivamente, no me había equivocado al pensar que Ángela me iba a escribir un sermón así de largo. Me rio de la manera que tiene de regañarme, comportándose como si fuera la hermana mayor que nunca tuve.

Vuelvo a depositar el móvil en la mesita. Sin ponerme las zapatillas, voy descalza de puntillas hacia la habitación de Maya, que está justo al lado de la mía, y abro la puesta despacito.
Para nada me esperaba que estuviera despierta, ella no es de madrugar los fines de semana, sus mañana de sábado y domingo son para levantarse a las doce o más. No le ve lógica a eso de levantarse temprano los días libres de la semana, a no ser que tenga que hacer algo importante o que haya quedado para salir con sus amigas. Para el instituto siempre va corriendo, porque apaga el despertador haciéndolo sonar cada cinco minutos, hasta que se da cuenta de que ya va siendo tarde y no tiene más remedio que, levantarse a toda prisa, lavarse la cara, vestirse, desayunar, lavarse los dientes y salir pitando. Ahora mismo si, estallara una bomba al lado de casa, o temblara la tierra a causa de un terremoto, ella seguiría en sus dulces sueños.
Además, ¡ronca! Debería grabarla, según ella, jamás ha roncado.
Me rio bajito al escucharla, y al ver cómo está dormida. Pues está bocabajo con un brazo debajo de su cabeza, el otro colgando por un lateral de la cama, hasta tocar con la mano el suelo, y las piernas estiradas y abiertas. Dando la sensación de que no ha cambiado de postura en toda la noche. Como si hubiera pegado un salto a la cama y así se hubiese quedado sin intención de hacer el más mínimo esfuerzo.

Vuelvo a cerrarle la puerta. Voy a mí habitación para ponerme las zapatillas y bajo a la cocina a prepararme un chocolate caliente. Otra de mis debilidades, que, aunque no suela abusar mucho de él, cuando me apetece, lo disfruto y saboreo como si fuera lo último que probara en mi vida. Despacio y con placer.
Cuando me lo acabo, y me quedo a gusto, meto la taza en el lavavajillas, me salgo al jardín y me enciendo un cigarro. No soy de fumar continuamente. Solo uno u dos al día como mucho, uno después de desayunar y otro a lo largo del día, si estoy estresada o algo baja de ánimo. Me ayuda a relajarme un poco.
Miro el bonsai que me regaló Joel, y le echo un poco de agua que tenía estancada en una cubeta. Ahora sí está seco, y diría que el pronóstico de hoy va a ser cielo despejado y sin una sola nube, un sol deslumbrante y..., calor, como si el verano estuviera llamando a la puerta.
-¿Tan temprano, vecina? -la voz de Joel, al otro lado de la valla, me saca del planeta donde estaba perdida y desorientada.
-No soy de las que duerman mucho. Me gusta levantarme en la tranquilidad de la mañana cuando todo el mundo duerme y no perderme un solo minuto del día. Reflexionar, meditar y esas cosas. ¿Y tú? ¿Qué haces despierto a estas horas?
-Vaya..., creo que ha sido lo más largo que te he escuchado decir -se ríe rascándose la sien y yo pongo los ojos en blanco, pero me rio también al reconocer que tampoco soy de hablar por los codos todo el rato -. Yo venía de dar una vuelta por la playa. Pensé que hoy haría un buen día y me apeteció darme un chapuzón. Me encanta la playa cuando está desierta y tenerla solo para mí.
Al decirme eso, vuelvo a despertar, o mejor dicho, soñar. Pues acabo otra vez embobada con su cuerpo. Solo lleva un bañador casi pegado entero a él por el agua, y está sin camiseta, con el pelo mojado con ese mechón rebelde que le cae siempre sobre la frente, alborotado y despeinado, pero que a él se le ve perfecto. Esos ojos azules que, al haberse bañado, le brillan aún más y hace que me entre un súbito escalofrío. Su boca. Diría que es perfecto, lo mire por donde lo mire.
-Hola, mamá, ¿qué haces? -grita Maya desde la ventana de su habitación y yo me sobresalto.
-Pues aquí de charla con el nuevo vecino -le digo señalando a Joel.
-¡Hola! -le saluda él con su auténtica simpatía.
-¡Hola! -le responde Maya con mofa mirándome luego a mí.

Antes de que me de tiempo a despedirme de Joel, para ir a prepararle el desayuno a mi querida hija (resultándone raro verla despierta), ella aparece en el umbral de mi jardín.
-Así que eres el nuevo vecino -dice acercándose sin ninguna pizca de vergüenza -y el motivo de que mi madre se pierda.
-¡Maya! -le grito sonrojada y a Joel se le escapa la risa.
-Es broma, mamá -se burla codeándome -. Soy Maya, su hija. Encantada de conocerle.
-Lo mismo digo. Yo soy Joel -responde él -. Y no me hables de usted, por favor, somos vecinos de confianza -sonríe y me mira divertido.
-Vale, lo siento -se mofa Maya.
-No pasa nada.
-Bueno, ¿y cómo tú levantada a estas horas tan tempranas? -le pregunto con extrañeza -Es poco más de las ocho.
-He quedado con Daniela para comprar algunas cosas -contesta -¿Y tú? ¿Qué haces en paños menores por la calle? -me suelta con risa maliciosa.
-¡Maya!... Es un pijama de verano -levanto la voz sonrojándome de nuevo -. Y estoy en el jardín de casa, no en la calle -me rasco el puente de la nariz.
Veo que los dos están riendo en complicidad y yo me sofoco aún más.
-No te enfades, Nora. En realidad ha tenido su gracia -agrega él aguantando ahora la risa.
-Claro, ella es que es muy graciosa -le respondo mirando a mi hija de reojo.
-Bueno, me voy antes se que le entren ganas de pegarme -dice Maya alejándose un poco e intentando no reír -Adiós, Joel -se despide y se acerca a darme rápidamente un beso en la mejilla -. Desayunaré con Daniela -y se retira a toda prisa.
-Adiós, anda. Tened cuidado. Y..., felicidades, cariño.
-¡Gracias, mamá! -me grita ya desde la puerta del porche.
-¡Felicidades! -grita también Joel, levantando el pulgar con aprobación.
-¡Gracias, veci! -y desaparece ya en la oscuridad de la casa.
-Es simpática -reconoce Joel.
-Lo es, aunque un poco inquieta, y..., con ese desparpajo, no sale a mí. Creo que no hace falta que lo jure.
-Ha tenido su gracia -ríe -. Pero no te lo tomes a mal, no lo dice con maldad.
-Sí, lo sé. Aunque disfruta poniéndome de los nervios.
-Es fácil sonrojarte -dice acercándose más a la valla y mirándome con desafío.
-¿Tú también? -rio tímida.
-¿Te incomoda que te mire? -se aproxima a tocarme el pelo con delicadeza y me coloca un mechón tras la oreja. Y yo, me quedo como un pasmarote.
-... Si me miras así... -me siento sumisa en todo su poder y, me atrae hacia él sin darme cuenta, con un brazo que había metido por uno de los huecos de mi valla.
-Te miro porque me gusta mirarte -dice con voz suave y melosa.
Suena el timbre de la casa. Y no se si salvada por la campana o más bien, interrumpida.
-Eh..., me están llamando a casa. Te espero esta tarde en el cumpleaños. Has... Hasta luego -me retiro hacia dentro un poco despavorida y a la vez con ganas de seguir a su lado, oliendo la piel de sus manos.
-Hasta luego, Nora.

Miro dos segundos hacia atrás, mientras me dirijo hacia la puerta, y..., aún sigue apoyado sin apartar la vista de mí.

Yo soy NoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora