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Llego a Espacio Mediterráneo, un centro comercial situado en las afueras de Cartagena, uno de los complejos comerciales y de ocio más grandes de la región de Murcia. Venía aquí antes de morir Oliver. Solía ir a La Casa del Libro, que es una gran librería que tiene sucursales por toda España y no sé si por algunos sitios más de Europa. Disfrutaba como una niña en un parque de atracciones. Mi pasión por los libros era tan grande que siempre soñaba con tener mi propia biblioteca en casa, una gran sala repleta de libros. Me sentía como Bella de La Bella y la Bestia.
Estaciono el coche en el parking cerca de la entrada y, desde ahí, puedo ver a mis amigas Ángela y Melanie en la puerta, esperándome. Son mis amigas desde el jardín de infancia y somos como hermanas; gracias a nuestras madres, que son amigas y vecinas desde que se casaron. Al hacernos mayores cada una nos independizamos y ya no nos veíamos con tanta frecuencia, pero a pesar de todo, seguimos muy unidas.
Ángela es morena, de pelo negro, ojos oscuros y grandes. Su rostro dulce pero a la vez sexy. Tiene nariz fina y labios carnosos. Su cuerpo delgado pero con curvas vuelve locos a todos los hombres. Aparte su duro carácter los atrae aún más.
Melanie, por el contrario, siempre ha sido una chica más corriente. De pelo castaño oscuro y rizado. Ojos marrones. Su piel es pálida, delgada, con pocas curvas y poco pecho (su gran complejo de adolescente). Pero tiene su atractivo, y se hace desear por lo sensata y dulce que es. Siempre les dije que el nombre de Ángela le quedaba mejor a ella.
Las dos tienen buenos trabajos. Ángela es arquitecto, y Melanie es profesora de primaria en un colegio privado.
« ¡Nora! », gritan al verme como locas, pego yo también un gritito poniendo voz de niña y las abrazo con mucha alegría... pues llevaba mucho tiempo sin verlas.
-Te creía perdida, nena. Había pensado ir a buscarte y sacarte arrastrando de los pelos -ríe Ángela. Sigue siendo igual que siempre. Ella es como la voz cantante de las tres, pero siempre preocupándose por nosotras como si fuera nuestra hermana mayor. Es soltera, y no tiene hijos, según ella todavía no ha llegado su hombre perfecto. Y no tiene prisa.
-Ángela, sigues siendo la misma, con tu carácter y tan bruta como un tío, pero con tu gran corazón -y le doy otro achuchón.
Melanie se acerca cogiéndome las manos.
-Te echaba de menos -me dice con los ojos vidriosos.
-Y yo a las dos -respondo con emoción.
Melanie está casada. Su marido Daniel es bombero, y con él tiene un hijo, Carlos, de seis años. Daniel nunca la ha tratado bien, y se ha rumoreado varias veces que en discusiones le había pegado. Ella siempre lo ha negado, decía que discutían como cualquier pareja, pero algo sin gran importancia. Pero no me lo creo, y me preocupa.

-Vamos a entrar, te voy a enseñar unas cosas monísimas que vi el otro día -dice Ángela tirándome del brazo para cambiar de tema y romper con el dramatismo.
Entramos las tres, están locas por aconsejarme sobre el vestuario. Sobretodo Ángela, que le fascina la moda.
-Entremos en Zara , vamos a coger algo discreto. Después pasaremos por otra tienda a coger algo sexy, luego miraremos zapatos, complementos, iremos a la zona de deportes y... por último lencería. No quiero ni pensar que lleves puesto bragas marrones sobaqueras y sujetadores de tu abuela -suelta con gesto dominante metiéndose con mi ropa interior.
Melanie ríe y pone los ojos en blanco, mientras que yo sigo a Ángela sin rechistar.
-Mi ropa interior no es fea ni de abuela -le suelto al final.
-Si son como aquellas bragas marrones que vi cuando hiciste pis en el cumpleaños de Alfonso... Perdona que te diga... vaya bragas sobaqueras más horribles.
-Son mis bragas de cuando tengo la regla. Y..., habla más flojito, no quiero que ningún hombre me imagine en bragas - me quejo resoplando y le tapo la boca con un top que cojo de uno de los percheros.
-Hasta las bragas de la regla deben de ser monas -coge entre sus manos el top y se lo pone por encima mirándose en un espejo poniendo morros, luego vuelve a dejarlo en su sitio -. Imagínate que una noche de locura, teniendo la regla, vas con un tío bueno, estáis los dos calientes y te dice de echarte un polvo hasta con el chichi sangriento. Entonces...
-¡Dios, qué horror! Calla ya. Acepto tirar las bragas y los sujetadores esos que dices. Pero no digas más -la interrumpo y ella se descojona al verme roja como un tomate al darme cuenta de que tenía a un chico de unos veintitantos con la vista puesta en nosotras y un poco intimidado también.
-Yo no lo hacía cuando tenía la regla -le digo bajito al oído y la cojo de un brazo apartándola del muchacho y de la gente que merodea por allí.
-Puede que antes no, pero puede pasar, eso nunca se sabe.
-Ok -le digo para que no siga más.

Yo soy NoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora