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Son las cinco de la tarde, abro el agua caliente de la bañera y le pongo el tapón dejándola llenarse. Hace tiempo que no me tomo un baño relajante, y esta vez voy a hacerlo. Cojo una de esas bolas de jabón espumoso y la vierto en el agua; luego prendo también una cerilla para encender las ocho o nueve velas aromáticas con olor a lavanda que he puesto en el borde de la bañera. Esto me ayudará a relajarme aún más y hará más cálido el ambiente.
Al deshacerme de la ropa, me quito por último las gafas, pensando que debería usar las lentillas que me regalaron hace un mes en la óptica al renovar la montura y no llegué a estrenar. Hace unos años que no dejo mis ojos al descubierto. Alzo la vista, y sin apartarla del espejo, observo el reflejo de mi cara. Una cara nueva para mi nueva vida.
Cuando ya estoy desnuda, meto un pie en el agua; está en su punto, así que meto el otro. Me apoyo con las manos en los bordes y me sumerjo poco a poco hasta tumbarme entera, dejando la cabeza apoyada fuera... Uff, siento que es realmente placentero. Cojo mis cascos, me los coloco y pulso el play de mi Ipod dejando sonar una canción de Anastacia (Left outside alone). Escuchando la canción me digo a mí misma que tengo que tengo que sacar las alas y sentirme liberada otra vez (o quizás por primera vez). Esto no va a poder más conmigo, esto me hizo fuerte, me abrió los ojos. A partir de hoy voy a ser otra. Pido a gritos un cambio en mi vida. Rio al pensar en lo que le dijo mi madre a Maya, lo de buscarme novio. Después me tocará también escuchar a Ángela y Melanie, que se pusieron como locas cuando las llamé por videollamada grupal para decirles que me acompañaran al centro comercial con el motivo de renovar vestuario. Las echo de menos.
Cuando salgo del baño, me lio el pelo en una toalla y me acurruco en el albornoz, me pongo las zapatillas y entro en el vestidor. Cojo el primer conjunto negro que veo de ropa interior, de esos suaves sin encajes. No es que odie los encajes, pero en temas de ropa íntima, prefiero lo más práctico y cómodo. Luego echo un vistazo a la ropa de vestir, y rio por dentro cuando reconozco que casi siempre, lo más socorrido, son los pantalones vaqueros, que valen para todo. Cojo unos altos de talle, pegados de cintura y muslos pero llegando a ser más sueltos de rodilla hasta abajo, acabando en una especie de pequeños flecos, obra misma del pantalón al no tener cosido el dobladillo. Es corto hasta un poco más arriba del tobillo, y siempre me han gustado porque tienen un toque hippie. Cosa no extrema en mis gustos, pero sí ese toque de chica salvaje y amante de la naturaleza y el arte. Para ponerme arriba descuelgo una camisa sin mangas color turquesa oscuro con dos bolsillos a la altura del pecho, y una chaqueta negra semilarga e informal que me compré hace unos años en Zara y que siempre me ha salvado en cualquier salida eventual.
Zapatos, a pesar de ser una mujer de moverme en oficinas, los tacones no es que sean mis complementos más apreciados de mi indumentaria. Si tengo que usarlos casi a diario, suelo llevar los más cómodos y menos altos. Para hoy he cogido unos negros, con suela de goma y tacón fino pero poco alto.
Cuando ya estoy vestida me dirijo al tocador «¿Qué me hago en el pelo?» pienso. Que, al final, lo que he visto más acorde con mi juego de ropa ha sido una trenza, una trenza en el lado. Al terminarme la trenza me echo un poco de colorete en las mejillas, me unto un poco de sombra marrón en los ojos y algo de máscara de pestañas. Dejo a un lado el gloss de brillo de labios y esta vez opto por el carmín, algo de color en los labios me favorecerá un poco más. Alcanzo mi cofre de joyas que, más que joyas, son colgantes, pulseras y pendientes que tienen más valor sentimental que económico. Saco, de una cajita de madera, los pendientes de plata con una piedra de cuarzo rosa y la gargantilla a juego que me regaló mi madre por Navidad. De pulseras siempre llevo las mismas, de esas hechas a manos que, o te regalan o tú misma te compras en los puestecitos esos artesanales. Y... no es por dármelas de humilde, es que siempre me ha fascinado el trabajo hecho a mano con cualquier material. Ahora sí, por último, las lentillas y el perfume ese verde de Gucci, Flora de Jazmine. Cojo mi bolso negro, también multiusos de Misako, y salgo de la habitación.

Al bajar las escaleras no puedo evitar escuchar una conversación entre Maya y Daniela (la hija de Ángeles), y freno en seco en un punto para no ser visible.
-¡Eso, eso! Cuenta, que la intriga me está comiendo por dentro -dice Maya con cierto entusiasmo.
-Tía, verás, estando en la biblioteca del insti tenía justo al lado a Judith. Esa rubia tetona de la clase de al lado, ¿sabes cuál te digo?
-Sí, es la que conoce bien a todos los chicos del instituto -responde Maya riendo.
-Claro, la que dice que no usa bragas -las dos ríen a carcajadas.
De pronto me pongo seria, la verdad es que a mí no me hace gracia. Lo primero que se me viene a la mente es la pregunta de la que tanto temo la respuesta ¿Mi hija es virgen? «Intenta quitarte esa idea de la cabeza, Nora, ella te lo habría dicho, ¿no? Sí, creo que sí. Además, ella es una chica inteligente, sabe bien lo que hace. ¡Dios, mi hija se hace mayor!
-Bueno, te sigo contando -prosigue Daniela -.Estaba ella en la biblioteca haciendo un trabajo de no sé qué y... entonces llega Javi, su novio, formando un espectáculo a lo bestia en medio de la sala, y gritándole zorra y que va a matar al viejo que se la ha tirado. Le tira el móvil de ella a la mesa y en la pantalla se le ve a desnuda con un tío que le llevará unos catorce o quince años. Ella se quedó atónita sin saber qué decir.
«Atónita me quedo yo al escuchar eso. Pero... ¿en qué piensa la juventud de hoy? ¡¡Hace nada tenían pañales!! ¿Y ese tío? ¡Podría ser su padre, por dios!». Me echo las manos a la cabeza.
-En ese momento ella ve que a su alrededor está todo el mundo absorto mirándolos. Él se fue pegando un portazo. Toda la sala se quedó callada y ella recogió sus cosas llorando avergonzada y se fue también - termina Daniela.
-Joder, siempre la vi fácil, pero no hasta ese punto. Aunque ahora, por un lado, me da pena. Y no la justifico, pero habrá pasado un mal rato delante de todos. Además, el tío ese con el que se ha acostado, lo que ha hecho es aprovecharse de ella. Es una niña para él. El que debería partirle la cara a ese asaltacunas es el padre de ella - dice Maya con indignación.

«Pues sí, yo digo lo mismo», pienso yo. Si eso le pasara a mi hija yo mataría a ese cabrón. Y aparte tendría una charla seria con ella.

-Opino lo mismo, pero es que eso no es todo -agrega Daniela.
-¿Hay más? -pregunta Maya desconcertada.

¡Dios! ¿Qué irá a decir ahora? Ahora entiendo a mi madre lo pesada que era conmigo cuando tenía su edad.

-A ese hombre lo conoces, y es tu vecino de al lado.

«¿El vecino de al lado? ¿Ese gilipollas creído que va siempre marcando músculos? ¿Y su novia pelirroja? No me lo puedo creer. Si se acerca a Maya lo estrangulo».
Me dan ganas de gritar, pero mantengo la compostura para que no se percaten de mi presencia.

-Ese que vino a vivir con su novia -sigue Daniela -.Esa casa fue heredada de sus padres, que la compraron pero nunca llegaron a vivir ahí. Murieron hace dos años en una casa de campo donde pasaban las vacaciones de verano. No sé si sabes ya la historia -pero Maya niega conmovida con la cabeza y Daniela sigue contando -La casa salió ardiendo y ellos quedaron atrapados dentro. Cuando llegó la patrulla de la policía, los bomberos y la ambulancia, no pudieron hacer nada, estaban calcinados. Lo más trágico de todo es que uno de los policías es el hijo de ellos, el hermano mayor de tu vecino. Al parecer ese hombre no lo ha pasado muy bien. Poco después encontró también a su mujer en la cama con su propio hermano, el guarro de tu vecino. La novia pelirroja de tu vecino el asaltacunas era la mujer del policía. Un culebrón de telenovelas como las que ve mi madre.
-Joder, pobre hombre -escucho decir a Maya apenada.
«Sí, pobre hombre, ya somos dos», pienso. De repente un ruido procedente de fuera de la casa llama la atención.
-¿Qué pasa chicas? -me acerco a ellas que están mirando por la ventana.
-Es el vecino, parece que la novia se va de la casa -dice Maya sin apartar la vista de la ventana.
Yo me acerco a ellas y me pongo a observar igualmente, la curiosidad ahora me puede. Una mujer bastante guapa con una larga melena roja sale disparada de la casa. Es la novia, o era. Lleva arrastrando dos maletas que deja caer al lado de su coche, un Audi A4 azul resplandeciente. Él sale detrás y ella se da la vuelta y le dice gritando:
-¡¿Cómo fui tan tonta?! ¿Cómo me dejé llevar por un niñato como tú, mujeriego y vividor? ¡Vives solo de la herencia de tus padres! La empresa de cosméticos es de tus padres y la casa también. ¡Tú no eres nada ni vales nada! Por lo tanto, no pierdo nada. ¡Bueno, sí! Dos años de mi vida con un loco irresponsable, pederasta y pervertido - grita llena de ira.
Él intenta tranquilizarla y pararla, pero no le salen las palabras. No sabe qué decir sabiendo que ella lleva razón, imagino. Así que la muchacha, sin prestarle más atención a él y viendo que no tiene remedio, mete a toda prisa las maletas en el coche y se mete dentro pegando un fuerte portazo. Él le dice ahora por la ventanilla que lo siente, ella lo mira con cara de querer matarlo, pero no le dice nada más, ya le ha dicho todo lo que le tenía que decir. Mira al frente, arranca el coche y sale disparada sin mirar atrás.

-¡Madre mía! La verdad es que esto tenía que pasar, tarde o temprano se enteraría. Y él se merecía un escarmiento -suelta Maya.
-Yo opino lo mismo. No pude evitar escuchar vuestra conversación cuando bajaba las escaleras, chicas, lo siento -me disculpo y me encojo de hombros.
-¡Mamá, eres una cotilla! -se sobresalta Maya, y a la vez se pone roja de la vergüenza -¿Y dónde vas así vestida? ¿Vas a salir?
-Estás guapísima, Nora -sonríe Daniela.
-Gracias, chicas, he quedado con Ángela y Melanie para ir de compras.
-Me parece genial, mamá, me alegra que te hayas tomado en serio lo que te dije -y me guiña un ojo -¡Y te has quitado las gafas! -me da un fuerte abrazo y yo se lo devuelvo. La quiero muchísimo, y sigue siendo mi pequeña aunque se esté haciendo una mujer.
-Te quiero, pequeña -le susurro al oído.
-Y yo también, mamá -me responde bajito mirándome a los ojos con una pizca de alegría.
-Bueno, me voy, chicas, que llego tarde -.Me despido de ellas y salgo a toda prisa.

Yo soy NoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora