Removiendo la mente

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La tarde comenzó a caer dejando atrás otro caluroso día de otoño. El termómetro del centro de meteorología llegó a marcar 36 grados a la sombra y la sensación a las dieciocho horas aún era alta para la mayoría de los adultos y niños que disfrutaban un grato momento en la plazoleta central.

En una de las esquinas de la cuadra que conecta con la plaza un gran número de personas están atentas al semáforo esperando el cambio de luz. Mientras lo hacen pueden ver la gran concurrencia, destacándose los vendedores de helados que no pueden esconder su felicidad y los valientes que pacientemente esperan en la fila del gran tobogán. Un fuerte pitido alertó a los distraídos que el monito verde daba el paso a los peatones. Pedro Méndez miró hacia ambos lados por si algún desquiciado al volante no hacía caso al fuerte color rojo. Lo hizo, pero su mente estaba distraída. Los acontecimientos de las últimas semanas y las coincidencias de lo que sentía sumado a lo que le contaban sus amigos lo llevaban por momentos a sumergirse en extraños pensamientos.

Se negaba a creer que fuera algo sin explicación lógica, sin embargo, él y sus amigos presentes esa noche coincidían que desde ese inocente juego algo cambio. Entre bromas se comenzó a formar la liviana idea de que quizás no todo era una casualidad de la vida, sino que todos los pequeños detalles, tanto de ellos como de amistades y personas conocidas parecían juntarse hilando una gran red de coincidencias que los estaba inquietando misteriosamente.

No estaba seguro de lo que pensaba y tampoco le daba mucha importancia. Las opiniones, aunque en todo de broma, que brotaban sobre esa noche parecían encausar ideas contrarias a su creencia de la realidad. Sin embargo estaba seguro de que no podía culpar al juego de aquel día de la muerte de su madre a solo una semana de haber salido del hospital psiquiátrico, y eso en cierta medida lo tranquilizaba. Sin embargo ese trágico acontecimiento iba de la mano con el fallecimiento de la amiga y confidente de su madre, y abuela de su amiga Mónica, la Señora Marcela. En una misteriosa y perturbadora coincidencia murió en la misma noche a miles de kilómetros de distancia. De hecho, quizás si ella no hubiese muerto todo sería diferente.

No podía sacar de su mente lo que pasó o lo que creían haber pasado en esa noche de recreación, el frio, el calor, los mareos, el desmayo, la sensación de ahogo y la total pérdida del tiempo. El juego que comenzaron antes de medianoche concluyó cuando los primeros rayos del sol aparecieron en el interior de la casa. Al abrir los ojos se encontraron perdidos, mareados sin poder controlar las náuseas ensuciando con vomito el piso y parte de sus ropas. Cada uno pareció haber estado en un viaje místico del cual no recordaban más que un sube y baja de emociones. Se despertaron de lo que fuese que pasaron casi al mismo tiempo en un estado de ansiedad y desconcierto. No pudieron explicar las excitaciones que sintieron y mucho menos el tiempo que estuvieron inmersos en ese juego, como si sus pensamientos hubiesen sido raptados y llevados a un mundo de imaginación tan real que lo sentían como si lo hubiesen vivido, sin embargo no podían recordar con claridad. Culparon al efecto de las cervezas y a la meditación que Gabriela impartió antes de comenzar, y bromearon con la maldición de las fotos que casualmente encontraron y usaron. Todos coincidieron que aunque no recordaban todo lo que paso, desde esa noche comenzaron a sentirse observados en todo momento como si una lobreguez los siguiera a todos lados logrando envolverlos casi paralizando el tiempo junto a sus pensamientos, y sintiendo cosas que no querían sentir. No tenían miedo, pero si una sensación que se estaba transformando en incomodidad.

Por instantes solo recordaban cortos momentos antes de comenzar a jugar. Habían llegado a la casa de la señora Marcela acompañando a Mónica para ayudarla a ordenar muebles, cajas, objetos en general y comenzar a pintar las paredes interiores de la casa. Mónica y su madre querían dejar lo más avanzado posible los trabajos con la intención de empezar a establecerse rápidamente para ampliar el negocio de pastelería que tenían en el Sur del país hace algunos años y cumplir así el deseo de la señora Marcela, un sueño que ahora solo lo verá realizado desde el otro lado. La tarde avanzó rápidamente sin mayores problemas, riendo y disfrutando de estar juntos de nuevo. Un poco antes del anochecer ya tenían la mayor parte ordenada y limpia, solo quedaba revisar un cuarto. Era la única puerta de la casa que estaba cerrada con llave. Mónica creyó saber dónde podría estar. Se dirigió al dormitorio principal donde en uno de los muebles encontró un manojo de llaves colgando. Por descarte eligió una, la cual calzo perfecto corriendo el seguro. En el interior del cuarto varias figuras religiosas que Mónica reconoció como suyas se encontraban ordenadas de una forma muy peculiar. Ella no recordaba haberlas ordenado así, pero nadie tomo cuidado en aquello. Solo eran pequeñas figuras de diferentes materialidades con imágenes de santos, vírgenes y cruces, las que todos miraron y examinaron mientras Mónica les contaba sobre su desconocido hobby de colección.

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